Tras el telón.

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Aquel día comenzó como otro cualquiera

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Aquel día comenzó como otro cualquiera. Envuelto en una miserable y aburrida rutina llena de trabajos de vigilancia alrededor de palacio. La temporada de lluvias había llegado para quedarse y el ambiente era tan húmedo que cualquier prenda se quedaba pegada a mi cuerpo como una segunda piel.

Los sirvientes y los esclavos estaban enfrascados en ultimar los preparativos para la gran fiesta de las flores. Se celebraba la mayoría de edad para las fae que hubiesen llegado a los quince veranos. Tendrían que confeccionar coronas de flores, ofrecerlas a la reina Albora y así recibir su bendición. Dudaba mucho que esa mujer tuviese algo bueno que ofrecer, y mucho menos, tras el incidente con la escasa higiene de sus esclavos. La enfermedad se había extendido por los humanos de palacio y varios guardias estaban encamados. Aunque viendo el lado bueno, había conseguido esquivar la alcoba del príncipe gracias a eso.

Giré por los pasillos de cristal que llevaban hacia el patio interior, el último lugar de mi ruta. Las puertas estaban abiertas y las cortinas ondeaban con el viento que traía la lluvia. Me quedé quieto. Mi hermana se encontraba allí, apoyada en el marco de uno de los portones, con sus alas irisadas plegadas a su espalda. Tenía la piel mucho más pálida que la última vez que nos habíamos visto y unos círculos oscuros se dibujaban bajo sus ojos dorados. Sin embargo, en aquel momento, no me percaté de eso. Ni siquiera presté atención a sus hombros tensos. Lo único que podía ver era a Albor de pie ante ella con una expresión que denotaba divertimiento. Y si Albor se divertía, era señal de que algo iba mal.

Las palabras de mi madre vinieron a mi mente en cuanto avancé un paso. Nadie debía averiguar la relación entre Aira y yo. Nadie podía enterarse de que yo era un mestizo. Debía vivir en el anonimato y no llamar la atención.

—Mi príncipe —dije con voz contenida y llevé la rodilla al suelo—. Lamento interrumpir su reunión con mi presencia, pero he de revisar los jardines.

—No es necesario, Cade ya está en ello —se limitó a responder—. Puedes retirarte.

Mi espalda se tensó y alcé la mirada. Albor estaba jugueteando con un mechón del cabello blanco de Aira. Le había crecido mucho desde la última vez que la había visto.

—Me han dicho que este año cumples quince veranos —ronroneó Albor—, ya eres una adulta. ¿No te parece que ya es el momento correcto para que leas las leyes de Astria? Lume no se puede tocar. Es una princesa. Repite conmigo.

—Yo no la he tocado, su alteza —replicó ella.

Tiró de su cabello y me incorporé. Al hacer ese movimiento, Albor reparó por fin en mi presencia.

—Ah, Lirio —sonrió y tiró todavía más del pelo de Aira—. No te vayas.

—Su alteza, yo solo estaba enseñando a Lume a hacer coronas de flores... —interrumpió Aira.

—¿Estás insinuando que la reina miente? Increíble audacia. Da gracias que eres la hija de la señora de Loto, por eso recibes un toque de atención por mi parte y no un castigo corporal en la sala del trono —dijo soltando con parsimonia su cabello. Tras eso hizo un aspaviento con su mano—. Repite conmigo: Lume es la princesa heredera, no se puede besar. No se puede tocar. Por favor, es que si te paras a pensarlo, es incluso repulsivo. Ella ni siquiera ha alcanzado los catorce. Venga, repite.

Aira tragó saliva y aferró la tela vaporosa de su vestido. Sus mejillas estaban arreboladas y eso significaba que Albor estaba diciendo la verdad.

—La princesa Lume no se puede besar. No se puede tocar —repitió.

—Y si ella te lo pide —susurró Albor—, procura que no te cacen. Ahora, largo.

Me lanzó una mirada que no supe interpretar y se marchó apresurada hacia el interior del palacio.

Albor se estiró como un felino.

—Ven.

Clavé las uñas en la palma de mi mano. La magia estaba siseando a mi alrededor y me daba la sensación de que iba a perder el control de un momento a otro. Tomé aliento, muy despacio. Salvé la distancia que me separaba del príncipe y volví a hincar una rodilla en el mármol azulado del suelo.

—Veo que no has caído presa de la enfermedad —comentó.

Asentí con la cabeza en el momento en el que Cade regresaba de su vuelta por el patio interior. Tenía la ropa empapada, pero no parecía importarle.

—Todo en orden, mi príncipe —dijo.

Albor desestimó sus palabras.

—Vete a vigilar a esa niña —le ordenó—. No podemos dejar que la hija de la señora de Loto siga haciendo semejante despropósito. A este paso, los fae invitados de otras islas pensarán que nuestra corte es un lugar sin orden ni respeto.

Cade ofreció una reverencia y me regaló una sonrisa torcida un tanto espeluznante. Maldije mi suerte. Necesitaba escapar de las garras de Albor y encontrar un hueco para hablar con mi hermana. Ella había estado esquivándome desde que llegué a palacio. Había mentido a nuestra madre en sus cartas, narrando lo maravillosa que era la vida en Nenúfar.

Unos dedos fríos se posaron en mi mejilla y di un respingo. Deslizó sus yemas a lo largo de mis pecas hacia mis labios.

—Y pensar que mi hermana ha besado a alguien antes que yo.

—¿Es eso cierto? —La pregunta salió sin más, con un toque de reproche.

El príncipe malinterpretó mi pregunta y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Sí, yo tampoco lo hubiera creído, pero las doncellas de Lume lo vieron cuando regresaron para recoger las flores. Siete personas en total que hemos tenido que silenciar.

La lluvia recrudeció y unas cuantas gotas de agua entraron en el interior. Agarró una de las pesadas cortinas y la descorrió, creando una fina barrera entre el pasillo y el exterior.

—Es tan sencillo como esto —señaló hacia la cortina de color verde oscuro—. En soledad. Sabiendo que tienes tiempo para evitar el castigo.

Hundió sus dedos en la piel de mi mentón y se inclinó para posar sus labios sobre los míos. Se separó casi al instante, como si fuera muy consciente de lo que acababa de hacer.

—Vaya, no es lo que esperaba —rio. Me levantó y empujó contra el borde de la puerta. Volvió a juntar su boca con la mía. Torpe. Absurdo. Infantil. Atrapé su rostro y entreabrí su boca con la lengua. Su jadeo fue acallado por la lluvia.

Moví su cabeza para dirigir el beso y estuve atento a la posible entrada de otro guarda. Me retiré para respirar el aire fresco que agitaba las hojas de los cerezos cercanos.

—Debo volver a mi puesto, mi príncipe —musité en su oído. Acaricié con mimo la parte posterior de sus orejas puntiagudas y me las arreglé para colarme al otro lado de la cortina antes de que me diera otra orden.

Ignorando mi posición, tomé el mismo camino que Aira. Conocer la verdad era más importante que mi trabajo.

Lirio (BL🌈 En proceso 🐦)Where stories live. Discover now