Ojos que no mienten, corazón que no siente.

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El regusto amargo permanecía en mis labios mientras me deslizaba por los pasillos de cristal, siguiendo los pasos de Cade

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El regusto amargo permanecía en mis labios mientras me deslizaba por los pasillos de cristal, siguiendo los pasos de Cade. Por suerte, el guarda se había detenido para hablar. O más bien, torturar a un joven muchacho con su verborrea. Se me cruzó por la mente seguir mi camino hasta encontrar a mi hermana, pero quedaría expuesto si Cade aparecía.

Esperé en el hueco que había entre una de las numerosas columnas de piedra blanca y las cortinas de seda que cubrían los ventanales. El guarda acarició la nuca del chico, con una retorcida mueca que bailaba entre el divertimiento y el hastío. Crucé los brazos y me planteé usar la magia, ¿sería capaz de noquearlo sin que las sacerdotisas se percataran? No tenía muy claro si eran capaces de discernir el intercambio de energía entre la magia y los mestizos.

Tras susurrarle algo al oído y darle una palmada en el trasero, el montón de basura que conformaba la persona llamada Cade se movió de nuevo.

Pasé al lado del chico, quien resultó ser Kailen. Se estaba mordiendo el labio inferior y la sangre ya había brotado.

—Te intercambio la posición —le dije con ligereza—. Me he aburrido de dar vueltas por el mismo sitio.

Él parpadeó sin comprender.

—El capitán se enfadará con nosotros —acertó a decir con el ceño fruncido.

—Conmigo, ya que he sido yo el que te dijo que te largaras de aquí.

La comprensión llegó a sus ojos claros.

—Puedo soportarlo, es algo habitual —musitó con la voz convertida en una voluta de humo—. Escapar un día no hará la diferencia.

Miré hacia el recodo por el que había girado Cade.

—A veces, un día es todo lo que se necesita.

Suspiró con abatimiento.

—Te van a castigar.

—Como siempre, creo que incluso les he tomado cariño a las gallinas salvajes que hay en el Palacio Olvidado.

Antes de que Kailen pudiera replicar, le di un par de palmadas en la cabeza y me apresuré a seguir a Cade.

—¡Ya sabes, mi ruta es desde la entrada oeste al jardín de la corte!

Apuré mis pasos hasta alcanzar al dichoso guarda. No había ningún fae en aquel angosto pasillo dedicado al servicio, las paredes ni siquiera eran de cristal pulido, sino que estaban hechas de una burda piedra grisácea.

Decidí arriesgarme. Busqué aliento y di una orden simple.

Haz que vomite.

Sin embargo, la magia se tomó la orden de otra manera y lo que sucedió fue que la lámpara fae que pendía del techo, se resquebrajó y cayó directa a su cabeza. Escuché un gruñido y me apresuré a retroceder.

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