Palabras en una tibia noche.

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—Vendrás a mi alcoba esta noche —dijo el príncipe Albor

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—Vendrás a mi alcoba esta noche —dijo el príncipe Albor.

Bajé la mirada hacia la hierba para ocultar mi molestia. Los dedos de Albor todavía tenían bien sujeto mi mentón.

—Lo lamento, su alteza. Este servidor no tiene nada que ofrecer —respondí con el tono más neutro que fui capaz de encontrar—. Soy tan poco diestro con la espada, que he de pasar casi todas las noches entrenando para alcanzar un nivel aceptable.

Era mentira, por supuesto. No dominaba la el arte de la espada, pero sí era bastante bueno a la hora de combatir. Las noches estaban reservadas a practicar el uso de la magia y controlar mis emociones, una rutina que Aira me había enseñado.

Albor me soltó con cierto hastío.

—Yo decidiré si eres de mi interés o no —regañó—. Preséntate en cuanto la luna emerja.

Se marchó en un revuelo de seda, llevándose mis réplicas con la brisa del rojizo atardecer.

Me incorporé y caminé de nuevo hacia la fiesta. Tomé asiento junto con los otros aprendices y permanecí absorto en mis pensamientos hasta que la reina mandó servir la cena en el interior.

Tras una despedida formal en la que tuve que saludar a aquella mujer como si me importara, nos enviaron al comedor de los soldados.

Me senté en el primer hueco vacío que vi y contemplé el plato sin apetito alguno.

Los rumores sobre el príncipe y sus gustos iban desde lo más dulce a lo más escabroso. Todas las noches, llamaba a alguien a su alcoba. Algunos salían de ahí con vida. Otros no.

Apreté el tenedor con demasiada fuerza y percibí como la magia se retorcía a mi alrededor.

Quería visitar a mi hermana.

Quería escapar a algún lugar para leer tranquilo.

—¿Vas a seguir apuñalando esa lechuga? —preguntó el chico que estaba a mi lado. No aparentaba tener más de doce veranos.

Hundí todavía más el tenedor en la planta y se la ofrecí.

—¿Acaso eres un conejo?

—Mi nombre es Kailen —dijo agarrando la lechuga. Sus ojos verdes contrastaban con su pelo rubio y la tez pálida.

Le entregué todo mi plato y observé las paredes de cristal, allí donde no había cortinas.

La luna pronto saldría.

—Lirio —le dije al niño—. Puedes llamarme Li si quieres.

Él asintió, distraído con la ensalada que acababa de conseguir.

Tomé el cuchillo que descansaba al lado del plato de Kailen y lo introduje en la manga de mi traje.

Matar al príncipe no era la opción más inteligente. Herir "sin querer" a su guardia personal era la elección con el posible castigo más aceptable. Eso si se percataban de que había sido yo.

Lirio (BL🌈 En proceso 🐦)Onde histórias criam vida. Descubra agora