Dejó que sus dedos rozaron la plana superficie en un intento de encontrar algo, cualquier cosa que pudiese explicar lo que acababa de presenciar. Cualquier explicación por pequeña o inverosímil que fuera que le asegurase que no era todo un producto de su mente. Pero era una pared cualquiera. Una pared de yeso blancuzco sin absolutamente nada de especial. Solo una pared.

Se giró con lentitud para contemplar la clase. No había rastro de ella, no había nada especial, nada extraño, nada que justificase lo que acababa de ocurrir. Nada fuera de lugar, era una simple aula vacía.

Y fue cuando ella apareció de la nada delante suyo que reparó en como la había dejado de sentir. Como de repente su pecho se había sentido vacío. Como la sensación de que le faltaba algo lo había invadido. ¿Cómo podía haber estado tanto tiempo conviviendo con esa ausencia sin siquiera notarlo?

De nuevo, perdió todo hilo de pensamiento ante su proximidad. Ante sus ojos del negro más absoluto y las pequitas que le adornaban el rostro como las estrellas adornaban el cielo. Ante la tristeza de su mirada. Y la esperanza.

—Creo que soy un fantasma —repitió en un susurro.

Y esas palabras rompieron la magia. O la maldición.

No podía ser.

Se estaba volviendo loco.

—No puede ser verdad. No es verdad. —Se obligó a articular.

Y ante sus palabras la esperanza de la Asia se rompió. Isaac fue perfectamente capaz de contemplar como sus ojos se cerraban involuntariamente ante su verdad, como su respiración se irregularizaba y sus labios temblaban. Como luchaba para mantener la fuerza y la seguridad.

Lo sintió. Sintió como si sus propias palabras fueran un golpe seco contra el pecho, una verdad que no se quiere oír.

—Es demencial. No es posible más que aquí —afirmó fingiendo convicción a la vez que se señalaba la cabeza. No era posible. El dolor... el sentir lo que estaba sintiendo... lo que estaba viendo...—. No eres real.

» No eres real —repitió como si las palabras fueran a hacerlo más cierto. En parte lo hicieron, se apartó de ella como si su mera presencia quemara.

No solo se estaba volviendo loco. No solo estaba viendo cosas que no debería estar viendo. La estaba sintiendo. Era desquiciado. Enfermizo.

—No. —Una risa nerviosa—. No. —Y otra más—. No, no, no...

Y se rascó. Mientras lo decía se rascó. Lo había visto en películas, lo había visto en tantas películas... el dolor de cabeza, la incapacidad de pensar, los sentimientos amplificados, el sudor, el picor...

«Cálmate».

«Ahora».

Fueron ordenes firmes, seguras. En su propia voz. En su cabeza.

—Mierda...

Se llevó ambas manos a la cabeza. Y siguió apartándose de ella.

Cuando ya no pudo aguantar más el dolor cerró los ojos con fuerza. Y al abrirlos, seguía allí. Observándolo fijamente con la preocupación escrita en el rostro. Parecía una niña asustada, una chica vestida de hospital en medio de un aula de instituto.

—Joder...

Isaac se dejó resbalar por la pared con un creciente nerviosismo histérico hasta quedar sentado en el suelo con las piernas pegadas al pecho. Apretó la cabeza contra las rodillas durante unos instantes antes de apoyarla en la pared.

Alma... el incidente no había tenido sentido. No tenía explicación racional alguna, nada. Pero no había estado solo. Naia, Áleix y Elia también habían estado allí. También lo habían visto. Pero esto...

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now