Capítulo 2

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ZORO

Roronoa Zoro no creía en nada. Jamás tuvo religión y jamás la tendría. Cuando era joven y sus padres se estaban muriendo, él pidió por clemencia a cualquier dios que lo escuchara. No obstante, ningún milagro sucedió. Desde entonces, comprendió que allá arriba no había Dios, y si lo había, debía ser extremadamente malvado.

No es como sí odiara cualquier cosa religiosa, pero...Le fastidiaba. Así que tener en su barco a un hombre que había dado toda su vida por un ente que ni siquiera existía, se le hacía un poco cómico, incluso patético. Y el padre Sanji era la imagen de la devoción, prácticamente era un intermediario de Dios al ser sacerdote, por lo que le pareció entretenido probar que tan lejos podía empujarlo hasta la línea del pecado.

-Bien, lo primero que quiero que haga es jugar a algo conmigo.- Se volvió a parar, caminando de un lado a otro mientras las ruedas de su cerebro trabajaba a toda prisa para idear su siguiente paso.

-De acuerdo.- El rubio se acomodó para estar con las piernas cruzadas, aun sentado en el rincón más oscuro de la celda.

-Como no se puede mover, será un juego de preguntas y respuestas. Si hay una pregunta que no quiera contestar, entonces tendrá una penitencia. La misma regla aplica para mí, por supuesto.

-Bien.

-Empiezo yo. Le daré una fácil. ¿Cree en Dios?- El rubio lo miró claramente consternado.

-Por supuesto, si no creyera en nuestro padre creador no pertenecería a la iglesia.- Zoro sonrió con aprobación.

-Es su turno.

-...¿Tú crees en Dios?

-No, pero si en el Diablo.

-¿Por qué?- Genuinamente, el padre parecía tener curiosidad.

-Es una pregunta por ronda, padre. Es mi turno.- Se sentó de nuevo en el barril, inclinándose contra las rejas.- ¿Le gusta su vida como sacerdote?

-En realidad, aún no soy sacerdote, pero lo seré pronto.- Después de la aclaración, volvió a pensar. De hecho, lo pensó demasiado tiempo, tanto que Zoro comenzó a impacientarse.- Supongo que sí.

-¿Supone?

-Es una pregunta por turno, Roronoa.- El peliverde alzó las cejas, asombrado por el tono más alto que usó el rubio, delatando su molestia. Entendió que había topado un tema sensible. Perfecto. - A ti te gusta ser pirata?

-No, pero necesito serlo por una buena razón. ¿Al igual que las monjas, usted debe guardar celibato?

-Sí. ¿Y cuál es esa razón?

-...No contestaré a eso, es privado.

-Es una penitencia, ¿no?

-Lo es, padre. -El rubio sonrió por primera vez desde que lo conoció.- Dígame, qué quiere que haga.

-¿Me puedes desatar?- Dijo alzando sus manos para que viera la cuerda.

-Lo haré al terminar la partida. Continuemos.- Desatarlo no era nada del otro mundo. Si lo hacía y escapaba, dudaba que nadando fuera muy lejos.- ¿Entonces nunca ha tenido pensamientos lascivos?

-Los tengo. Soy humano, después de todo. La diferencia es que reconozco mi pecado y pido perdón por ello. ¿Tienes familia?

-No, todos murieron. - Sacó un cigarrillo de su chaqueta de cuerina para llevárselo a la boca. Vio que el sacerdote se removió en su puesto, pero siguió a lo suyo. Realmente no le gustaba fumar, solo lo hacía cuando estaba ansioso. No lo encendió, pero tenerlo en su boca ya lo reconfortaba para seguir un paso más en su plan.- Descríbame uno de esos pensamientos lascivos.

Perdona mis pecados (ZOSAN +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora