9. El Imperio romano de Erik

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Félix rodó los ojos

—Como sea. Traumado o no, trátala bien o haré que te retuerzas en polvo picapica. —Abrió la puerta y se bajó del auto, pero sostuvo la puerta abierta para decir algo más—. Y al menos dile por qué le dejaste de hablar. No seas imbécil.

Dio un portazo y corrió hacia la entrada, donde Sophie y Drake se habían reunido con Dorothea. Me dio la sensación de que había corrido para evitar que yo fuera detrás de él.

—Qué tipo raro —murmuré.

THEA

Erik no me dirigió la palabra durante toda la visita guiada por el cementerio. Una vez que estuvimos dentro, él se quedó varios metros por detrás junto a la presidenta del club, una chica de ojos azules enormes y rizos dorados y delicados. Los dos caminaron a la suficiente distancia como para poder hablar en voz baja sin ser escuchados, gracias a mi parloteo con Félix y la voz fuerte del guía turístico.

A mitad del recorrido, Sophie insistió en llevarse a Drake para enseñarle una estatua que supuestamente estaba maldita. Él accedió, con la condición de que ella lo defendiera si veían un espíritu chocarrero.

Cuando llegamos al mausoleo de Robinson, Félix y yo nos aferramos el uno del otro de la emoción. Para nuestra satisfacción, sí hablaron de sus amoríos y cartas infames, así que la expedición valió la pena. Estuvimos tan absortos en la historia que no nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado solos hasta que la guía terminó y el grupo que escuchaba se dispersó.

Ni Drake, ni Sophie estaban cerca. Tampoco Erik y ni la presidenta del club, Macy, a la que sólo conocía de nombre porque, al igual que él, se negó a dirigirme la palabra luego de presentarse.

—¿Crees que se hayan ido sin nosotros? —preguntó Félix.

Miré a mi alrededor en busca de algún rastro de ellos. Estábamos en el camino principal, pero los mausoleos medían alrededor de dos metros y estaban ubicados uno junto al otro, por lo que teníamos una visión limitada. El cementerio era extenso y tenía decenas de caminos. Parecía una pequeña ciudad de gente muerta, un laberinto, y si bien de día no daba miedo, tampoco me apetecía perderme.

Félix se bajó los lentes y exploró con la mirada, igual que yo. El sol de la media mañana nos daba en la cara y se reflejaba en la piedra blanca de las tumbas y estatuas.

—A lo mejor se fueron al baño.

Le envié un mensaje a Erik, pero no lo vio, así que acabamos metiéndonos en un sendero de la izquierda en busca de los baños. Por aquella zona las construcciones eran tan altas que el sol no le daba y de pronto acabamos metidos en la oscuridad. Nos apretamos uno junto al otro y caminamos varias secciones sin éxito, hasta que nos dimos por vencidos y nos sentamos en un banco de madera, frente a una tumba con la estatua de una chica saliendo de ella.

Saqué mi teléfono de nuevo y corroboré.

—Aún no ve mi mensaje.

—A lo mejor ni se dio cuenta de que nos perdimos.

Félix resopló y se paró sobre el banco para ver por encima de los mausoleos.

—Seguro está entretenido hablando con esa chica —dije.

Me rasqué la pierna y pensé en ellos, caminando tras nosotros. Ella llevaba el uniforme de la escuela perfectamente acomodado, planchado y limpio como si lo acabara de comprar. El mío también era nuevo, pero no me lucía tan bien como a ella. Lo que me hacía pensar que tal vez se lo pudo haber mandado a ajustar con un profesional.

Macy se había aferrado al brazo de él para no tropezar con las baldosas salidas del suelo y Erik ni siquiera había protestado. De hecho, en más de una ocasión, cuando me volteaba a verlos, los atrapaba riendo o enfrascados en una conversación.

Enredos del corazónOn viuen les histories. Descobreix ara