4. Erik huye

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THEA

La madre de Erik tenía razón. Aquí, en la habitación, el frío era casi insoportable.

No tenía idea de cómo encender la calefacción, o si siquiera tenía una, así que en medio de mi proceso de desempacar me tomé unos minutos para buscar ropa más abrigada. Cambié la minifalda por unos pantalones vaqueros holgados y la camiseta corta por un suéter gris de hombros caídos. No era mi color favorito, pero de momento funcionaba.

Me pareció oír el timbre de la casa sonar, aunque estaba lo suficientemente lejos del primer piso como para no estar segura, por lo que continué desempacando.

Estaba a punto de terminar cuando alguien llamó a la puerta.

Era Erik.

Cuando abrí lo encontré en la entrada con una bandeja cuadrada de desayuno. Sobre esta había una taza de té, con su saquito a un lado y algunos terrones de azúcar en otra taza. También había galletas azucaradas. Muchas.

No dije nada, sorprendida. ¿Erik Nolan me estaba trayendo algo para comer? ¿Desde cuándo habíamos vuelto a ser mejores amigos?

—Come algo —me ordenó sin esperar a que yo dijera nada—. Mi madre no me perdonará jamás si dejo que te desmayes una segunda vez por no alimentarte bien.

—Comí un emparedado en el avión.

Él juntó las cejas.

—¿Sólo eso?

Me hizo sentir tan avergonzada con esa pregunta que me vi obligada a recibir la bandeja. Supongo que un solo emparedado no cubría todos los nutrientes que mi cuerpo necesitaba.

—Gracias, Erik. Sabía que en el fondo te preocupabas por mí.

Le regalé una sonrisa amplia. Su frente se arrugó cuando sus ojos se estrecharon en disgusto y sospecha.

—No te ilusiones. Sólo estoy siendo un anfitrión decente.

—Eres el mejor.

Él apartó la mirada y retrocedió un paso, pero su mano aún se sostenía del marco de la puerta. Era divertido ver cómo unas simples palabras amables lo avergonzaban y le afectaban de esa manera. Tan dramático.

—Sólo come eso y déjame saber si necesitas algo. —Su cubrió la boca para toser—. Tengo una visita, así que estaré abajo.

¿Una visita? Las puntas de mis dedos tamborilearon en el metal de la bandeja. ¿Finalmente podría conocer a los amigos de Erik?

Mi corazón se inquietó, pero me tuve que recordar varias cosas: esta no era mi casa, a Erik no parecía gustarle que invadieran sus espacios y si no me había dicho el nombre de su visitante probablemente significara que no quería que yo le conociera. Me estaba gustando molestarlo después de cómo me había tratado más temprano, pero no quería presionarlo más de lo que él podía dejarse presionar.

—De acuerdo. Me quedaré aquí, así no te molesto.

Mi respuesta lo hizo sacudir la cabeza.

—¿Por qué dices eso? Ya sabe que estás aquí, así que deberías bajar y saludar cuando termines, para que no crea que te tengo encerrada en la alacena bajo las escaleras.

—Como ordene, capitán.

Erik farfulló algo antes de bajar las escaleras y yo me quedé en la puerta mirando su espalda hasta que desapareció en el piso de abajo.

Qué fácil era molestarlo.

Entré a mi habitación y terminé de desempacar mientras comía. Las galletas eran enormes y demasiado dulces para lo que yo estaba acostumbrada. Parecían ser caseras. El té, por otro lado, era de manzanilla. Su sabor era mucho más suave y dulzón que el de un té regular.

Enredos del corazónWhere stories live. Discover now