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96 días antes del juicio

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96 días antes del juicio.

6 de noviembre de 2011


En total, treinta y ocho personas acompañaban a Willy a despedir a Willy Junior, su hijo. Todos iban vestidos de negro y guardaban silencio para respetar el dolor de la familia. El dirigente de la DEA llevaba el día entero con un nudo atorado en la garganta, no quería llorar frente a los demás, cada vez que sentía que las lágrimas estaban por ganarle la batalla, apretaba los dientes y se obligaba a respirar con lentitud para permanecer inmutable como hasta ese momento había lo había logrado. Sin embargo, la vida en una de sus jugarretas, le puso una prueba contra la que no pudo luchar.

Quien fue el mejor amigo de Willy Junior repartió rosas blancas para que los presentes despidieran el cuerpo con un homenaje. Cuando Willy tuvo la rosa blanca entre sus manos, de forma inevitable, comenzó a llorar; las lágrimas le descendieron a brotones por las mejillas sonrojadas y ni siquiera los lentes oscuros de sol que llevaba puestos lo ayudaron a disimular su rompimiento. La rosa blanca entre sus dedos representaba para el dirigente de la DEA la pérdida de todo aquello que alguna vez sintió seguro: sus aliados más cercanos, sus creencias y lealtades y, sobre todo, su familia; representaba un punto de no retorno en esa guerra, un enemigo más con el que tendría que luchar, al que debería vencer para honrar a su hijo y todo en lo que creía.

Willy puso la rosa blanca sobre la tumba y, sin despedirse de nadie, salió del cementerio. No obstante, entre las personas que acompañaban al dirigente de la DEA se encontraban Fátima Carvajal y el senador Jones que no se habían despegado de él ni un solo instante desde que llegó a los Estados Unidos. En cuanto Willy echó a andar la camioneta, Fátima hizo lo propio y lo siguió.

Por el espejo retrovisor el dirigente de la DEA se dio cuenta de que lo seguían, resopló exhausto, pero de inmediato se resignó a que, de momento, ese era el camino que tenía que seguir si quería honrar la memoria de su hijo y cumplir con las promesas que le hizo en su lecho de muerte; una guerra como la que luchaba no podía ganarse en completa soledad, aunque eso era lo que Willy anhelaba, tal vez llegaría el momento en el que podría afrontar batallas sin deberle lealtad a nadie, sin embargo, las elecciones presidenciales venideras no permitían la individualidad, había que tener aliados, aun así fuese solo por conveniencia.

Willy condujo hacia la casa de toda su vida, sabía que su esposa se refugiaría con el resto de la familia, el último sitio en el que querría estar sería en un lugar que le recordase a Willy Junior, él en cambio era un masoquista, deseaba sentir dolor, quería tener a su hijo bien presente en sus recuerdos para motivarse, para no rendirse, era consciente de que si bajaba la guardia y caía en el abismo tal vez nunca podría salir de ahí, necesitaba del dolor para seguir de pie. Entró a la casa, dejó la puerta abierta y se sentó en la sala, Fátima y el senador Jones entraron un par de minutos después.

—Willy, sé que quizá necesitas algo de tiempo —le dijo Fátima en cuanto se sentó frente a él—. Te necesitamos con cabeza fría, cuando ocurrió el secuestro y supuesto asesinato de Sebastián Meléndez, tomaste las mejores decisiones, demostraste ser un gran agente, si ahora las cosas se han torcido, eso no es tu culpa. Necesitamos de ese Willy, así que toma el tiempo que...

Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosWhere stories live. Discover now