Capitulo 2

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— ¡Eiiiiiinnnnaaaa-saaaannnn!

Ante el grito que se escuchó a la distancia, Eina Tulle bajó el libro que tenía en sus manos y giró la cabeza en su dirección.

Cabello castaño hasta los hombros, un par de ojos esmeralda detrás unos simples anteojos, un uniforme impoluto de pantalones y chaleco negro, y siendo una de las características más resaltantes de su anatomía, un par de orejas puntiagudas.

Siendo asesora del laberinto, Eina estaba acostumbrada a ser interrupida de su trabajo por un aventurero que entraba al gremio con una pregunta de último momento, pero ni en sus sueños más extraños, hubiera imaginado ver aquello que entró corriendo.

Causando una gran conmoción, y robando varias miradas a su paso, aquel novato que llevaba cerca de dos semanas registrado en el gremio, apareció blanca como un fantasma, completamente bañado en una sustancia blancuzca, que desprendía un olor inconfundible.

— ¡Eina San!

Clamó el muchacho bañando de semen ante la sorprendida semi elfa que le miraba con los ojos abiertos.

— ¿Bell kun?

— Por favor, ¡Dame toda la información que puedas de Aiz Wallenstein!

Hhhhh

Descamisado y sentado en un pequeño taburete en un pequeño patio anexo al gremio, Bell se tiraba encima cuenco tras cuenco de agua.

Con una expresión bastante difícil de describir en su rostro, Eina miraba al muchacho limpiarse, y para romper la tensión que se estaba formando, comenzó a hablar.

— Entonces… dices que Aiz Wallenstein te… bueno, ya sabes en el laberinto.

— Si, se que no me lo vas a creer Eina San, pero ella tenía un…

— ¿Un pene? Si lo sé.

— ¿Qué? ¿¡ya lo sabías!?

— Baja la voz, no tienes por qué gritar.

Confundido, a Bell se le escapó el cuenco de las manos, y al verlo tan confundido, Eina comenzó a explicar.

— No es un secreto, bueno, digamos que es un secreto a voces, por lo que hay mucha gente que lo sabe y algunos más que al menos lo intuyen. Es algo que le ocurre de vez en cuando a las mujeres que llegan a la ciudad. Una especie de broma colectiva que se hizo cuando se construyó la ciudad. Pero volviendo al tema, el caso de Wallenstein es algo especial, su diosa prácticamente lo pregona a los cuatro vientos cada vez que tiene la oportunidad, de hecho, su título de aventurera hace referencia a eso.

— ¿La princesa de la espada?

— Si, muchos piensan que hace referencia a su talento con las espadas, pero bueno, creo que tú has descubierto de primera mano a qué se refiere.

Pálido y con sus concepciones rotas, Bell se había quedado mudo, Eina por su parte, se arregló los lentes antes de continuar.

— Entonces… ¿Quieres saber cosas de Wallenstein? ¿Porque exactamente?

— Bueno… ella… no se… ¿Eso no fue un crimen?

— Es bastante complicado…

Replicó la semielfa con un suspiro.

— En primer lugar, Wallenstein no tiene un registro de hacer algo así con anterioridad, si hay denuncias reiteradas, es más fácil actuar, pero de buenas a primeras, creo que nadie lo creería al principio…

— pero ocurrió…

— Y yo te creo pero… Ahh, es su palabra contra la tuya, si a eso le sumamos que la familia Loki es de las poderosas de Orario, y lo peor de todo, ocurrió dentro del laberinto, creo que ya te lo mencioné antes. Ahí abajo no solo te tienes que cuidar de los monstruos, los otros aventureros pueden ser tanto o más peligrosos. Asesinatos, robos, extorsión… abusos sexuales… dentro del laberinto es prácticamente una tierra sin ley, de la cuál es muy difícil que los crímenes allí cometidos reciban su debido castigo en la superficie. El gremio hace sus mayores esfuerzos en llevar justicia pero… incluso para nosotros es muy difícil y solo empeora si una familia poderosa está involucrada.

Abatido, Bell bajó la cabeza y se mostró derrotado. Muchas cosas pasaban por su cabeza a la vez, y no sabía cómo darle forma a los sentimientos que circulaban en su mente, y aunque la mente del muchacho era un caos, la cabeza de Eina no era exactamente más organizada.

Desviando la mirada constantemente, los ojos de la semielfa siempre volvían al cuerpo del muchacho. Su pecho blanco como la leche, su cuerpo pequeño y delgado con una curva levemente femenina, su rostro delicado, y esa mirada triste, que de perfil, le daba un aspecto demasiado apetecible.

Apretando con fuerza la tabla que tenía en sus manos, Eina murmuró para sí mientras cruzaba las piernas e intentaba ocultar el bulto que se formaba en sus pantalones.

Todavía creía que lo que le había hecho Wallenstein a Bell había sido horrible pero… ante un chico tan delicado, Eina podía entender el actuar de la princesa.

— Mira, veré qué puedo hacer… Es difícil pero, intentaré ayudarte como pueda, por ahora, te he conseguido ropa limpia, tu camisa… Bueno, no importa cuánto la laves, creo que el olor jamás se irá, y lo mismo puedo decir de tus pantalones.

Asintiendo, Bell pareció animarse un poco, por lo que levantó la cabeza y miró de frente a su consejera.

— Gracias Eina San. Si te soy sincero, no sabría explicar exactamente cómo me siento, Aiz me salvó la vida al final del día, así que… ¿digamos que ahora estamos a mano? No lo sé, me gustaría verla de nuevo pero, me da un poco de miedo.

Asintiendo con una expresión sería y madura, Eina no había entendido ni la mitad de lo que había dicho Bell, ahora mismo estaba luchando con sus ganas de saltar y destruir el trasero del pequeño chico.

Llevando una mano a su frente, Eina cerró los ojos un momento mientras exhalaba aire por su boca. No entendía qué le pasaba, aunque ella había sido de las afectadas por "la gran broma de la ciudad" por su sangre de elfa, siempre había tenido un libido especialmente bajo, y nunca en toda su vida, había tenido tantas ganas como ahora.

Inhalando y suspirando, Eina logró encontrar el suficiente autocontrol, su gesto de una mujer madura y responsable nunca había desaparecido de su rostro, pero al levantar la vista, una sonrisa chueca se filtró en sus labios.

Inclinado con el trasero en pompa, Bell había querido quitarse los pantalones para cambiarse, pero en un descuido bastante estúpido, el chico había olvidado quitarse las botas antes. Es por eso, que ahora un trasero pequeño, cuya forma recordaba levemente a un corazón, no dejaba a menearse frente a Eina, mientras Bell, luchaba por quitarse las botas.

Cuando el muchacho finalmente había logrado quitarse los pantalones, quedando únicamente en ropa interior, giró la cabeza para preguntarle a Eina dónde estaba su ropa, pero de la nada, sintió algo muy delgado entrar a su trasero.

Danmachi, ¿Está bien conocer futas en el laberinto?Where stories live. Discover now