CAPÍTULO 3: Amanecer

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Abigor siempre se levantaba temprano. A primera hora de la mañana, desde que recordaba despertar en su nueva vida. Era su momento favorito del día. El amanecer. Esa mañana no fue distinta. Estaba sentado en su cocina. Contemplando como el sol, rompía la oscuridad de la noche, y clareaba el nublado cielo. Mientras se tomaba un café con leche. Oyó pasos tras él, así que se giró para observar quién le visitaba. Ailén estaba de pie en el umbral de la puerta. Solo llevaba una larga camiseta y el pelo revuelto. Parecía joven, soñolienta y muy deseable. Su corazón, normalmente impasible, latió acelerado.

  —¿Qué haces levantado tan pronto? Si ni siquiera han puesto las calles... —musitó, frotándose los ojos. Un gesto realmente común, pero que secó la boca de Abigor.

—Me gusta ver salir el sol. ¿Qué haces, en ese caso, tú levantada? —musitó, intentando no mirarla demasiado. Parecer indiferente a su presencia.

—No podía dormir. Estaba... intranquila. Muchos cambios, supongo — Abigor asintió, y ella se sentó frente a él, a la mesa. Se fijó en que cogía una de las tostadas de su plato y se la untaba con mantequilla. Abigor no dijo nada y siguió sorbiendo su café, aunque ese gesto le pintó una sonrisa en el rostro— ¿Dónde puedo conseguir uno de esos? —refiriéndose al café. Como respuesta, Abigor señaló la encimera, ella se levantó. Estaba preciosa, descalza, mordiendo la tostada. Abigor observó como se servía el caliente café con un poco de leche—. ¿Qué haremos hoy? 

  —Es domingo. Hoy no trabajamos —musitó Abigor. Su voz sonaba grave y carraspeó nervioso.

—¿Nos importan los días a nosotros? No son todos iguales... —preguntó ella. Él sonrió misterioso, y señaló:

—Los domingos descansamos. Está bien tener pasatiempos más allá del trabajo.  Hoy adáptate al nuevo hogar. Mañana comenzaremos tu instrucción.

—Está bien... volveré a dormir, entonces —dijo sonriente, Abigor asintió. Aunque, ella se volvió a sentar en la mesa.

Abigor siempre hacía lo mismo cada domingo. Se arreglaba, compraba flores, e iba al cementerio. Dónde dejaba un ramo en la capilla de los Rialts, lugar de descanso para su hermano. Luego, iba a misa. Dedicaba la tarde a leer alguna de sus obras favoritas tras cocinarse algo rico. Ailén desayunó con tranquilidad, pero no regresó a su dormitorio como había dicho. Ambos contemplaron el amanecer. Luego se miraron a los ojos. Esa silenciosa mirada les bastó para conocerse, para intercambiar una extraña intimidad. Abigor se sintió desnudo y desenmascarado con ella, pero no fue una sensación desagradable. Sonrió y ella le devolvió la sonrisa.

Eric llegó a la cocina, para encontrarse los restos del tibio café, y a sus dos compañeros desayunando en silencio

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Eric llegó a la cocina, para encontrarse los restos del tibio café, y a sus dos compañeros desayunando en silencio. No le extrañaba que Abigor, fuera igual de frío con ella, como lo había sido con él. Aunque, al verle tan arreglado y formal, se arrepintió de haber bajado solo con los pantalones de dormir. Ese hombre siempre le hacía sentir incómodo e insuficiente, hiciera lo que hiciera. Nunca sería tan apuesto como él. Ailén le miró divertida.

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