CAPÍTULO 5: La historia de los Rialts

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Eric giró entre las sábanas. Las imágenes, nebulosas e inconexas del sueño, ya olvidadas tras sus párpados. Sus ojos se despegaron con lentitud. Observó la ventana, dónde ya había amanecido. La luz daba paso a un día nublado, seco y frío. Giró entre las sábanas, y se dio cuenta de que hacía tiempo, que no dormía tan a gusto. Quizá, desde aquel día, en la silla del despacho de Mark. Se giró para observarle; pero, únicamente, vio la cama vacía y revuelta. Su estómago se encogió. Sin embargo, casi como si fuera el destino, oyó el ruido de la puerta abrirse. Mark llevaba dos gruesas bolsas de papel. Eric se levantó y las sábanas se le escurrieron por el torso desnudo. Mark apartó la mirada. Eric rio.

—Ayer no estabas tan tímido —dijo para picarle.

—Calla, anda. He traído dos bocadillos y algunas pastas. Estoy muerto de hambre —comieron en la cama, sentados de cualquier manera. Eric se dio cuenta de que tenía hambre, sí, pero también, tenía ganas de hablar de lo que había pasado entre ellos. Sin embargo, tras varias bromas que Mark encajó con bastante buen humor, dejó estar el tema. Su amigo no estaba por la labor, a media conversación, Mark le indicó—. He acordado una visita ampliada a la torre de los Rialts. Se ve que la hermana de la guía de ayer, la chica de la recepción, sabe bastante de los entresijos de la familia. Dice que realizó su trabajo de final de grado sobre las grandes familias industriales burguesas. Y, la guía, está elaborando una tesis sobre la burguesía de la época dorada. Ambas han aceptado, ya que hoy no tenían ninguna visita programada, y les va bien el dinero.

—Vaya, ¿qué mentira les has contado para engatusarlas a esta visita trampa? —dijo Eric con sorna.

—Les he dicho que soy escritor, y que estoy haciendo algunas biografías de gente importante. Entre las cuáles hay un miembro relacionado con la familia Rialts. Se lo han tragado. Nada más.

—Ingenuas —Eric negó con la cabeza y luego sonrío con picardía— ¿Cuánto tiempo tenemos antes de la visita?

—Un ratito, ¿por qué? —ambos se miraron como dos críos dispuestos a jugar y a pasárselo bien. Mark negó con la cabeza y puso los ojos en blanco. Se acercó peligrosamente, apartando las bolsas, para tirarlas al suelo— Vas a ser mi perdición —dicho esto le besó. Eric disfrutó de ese beso. No sabía cuanto lo necesitaba, hasta que sintió sus labios ávidos sobre los suyos.

Las manos de Mark le apretaron en un fuerte abrazo y se estremeció. Ambos lo deseaban. Deseaban repetir ese fugaz instante bajo la tormenta. Sobretodo para asegurarse de que no había sido solo eso. Un instante. Las manos de Mark acariciaron su cuerpo, mientras Eric le desvestía. Ambos se asombraron de su rápida erección, pero rieron disfrutando de ello. Luego, se entregaron con pasión a satisfacer su cuerpo, su mente, y entre gemidos de placer se metieron dentro de la ducha para disfrutar de su mutua pasión y deseo. No tardaron en llegar al clímax

Con un buen rato por delante, antes de la visita, decidieron ir a pasear por «La Colonial». Ambos caminaron por el mágico lugar, distraídos. Comentando los detalles en los que no se habían fijado el día anterior. A pesar del día frío y nublado, ambos estaban disfrutando de verdad. En determinado momento, Eric le dio la mano a Mark, seguro y confiado. Ambos pasearon cogidos de la mano. Era una sensación agradable y su cuerpo cosquilleo. Cuando doblaron una esquina, Mark le apretó contra la pared.

—Me muero por besarte —dijo, Eric le acercó tentativamente los labios.

—Entonces, ¿por qué no lo haces? —Mark le besó. Fue un beso dulce, embriagador y realmente precioso. Un beso que hizo que las piernas de Eric temblarán. Mark se alejó resplandeciente. Dieron dos pasos, sin embargo, Eric le hizo lo mismo a Mark. Le arrinconó contra la pared—. No he acabado —le besó él esa vez. Un beso igual de ávido que los de la mañana, solamente para asegurarse de que eran reales. No había besado nunca de verdad, pero el goce de Mark le hacía sentir que estaba bien. Le mordió un poco el labio y Mark le agarró la nuca, profundizando el beso.

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