- No. Me solidarizo contigo, simplemente. Yo me quedo aquí, y cuando estés preparada vamos juntos.

Que no era presión, ¿sabes? Eso era lo que se pensaba él... Tenía una inmensa responsabilidad sobre mis hombros. El resto del día dependía de mi decisión por acercarnos o marcharnos de allí. Pero pensándolo fríamente... ¿Y si no volvía a tener la oportunidad de subir de nuevo a la Torre Eiffel? O mejor aún, ¿y si la próxima vez, subía con Adrián? No podía decepcionarle...

Me fui separando de la estructura de hierro poco a poco, seguida por Alexander, un paso por detrás, para acercarme al mirador de cristal. De cuando en cuando, miraba atrás para comprobar que me seguía, que no se había marchado; y él, asentía con la cabeza, como dándome ánimo. "Todo está bien", repetía una y otra vez en mi cabeza, para darme impulso. Se quedó libre uno de los telescopios gigantes, y me agarré a él como un náufrago al salvavidas, casi con desesperación y tremendamente orgullosa de mi hazaña:

- Lo has hecho muy bien. Te felicito.

Le sonreí, complacida por sus palabras. Estuvo detrás de mí en todo momento, mientras me iba ayudando a mover el pesado telescopio y comentando lo que veía. Era una pasada. Cuando no me quedó nada por ver, cogimos un nuevo ascensor acristalado, que subía por el centro de la estructura hacia la parte más alta. Estaba muerta de miedo, pero él iba encantado. Era lo más parecido a volar que había experimentado en mi vida, más que montar en avión.

Arriba, el espacio era más reducido que en las plantas intermedias. También había menos gente (entiendo que, quizá no todo el mundo podía permitírselo) y un restaurante, donde nos bebimos dos copas de champagne. Alexander se acercó con la copa a la barandilla de aquella última planta, descubierta, sentándose sobre ella.

- ¡Qué coño estás haciendo! ¡Bájate de ahí! - grité.

- No pasa nada. Solo estoy sentado.

- Quiero marcharme de aquí, Alexander... Por favor, bájate y vámonos... - me miraba, riéndose. Creí que se había vuelto loco, pero creo que sólo lo hacía para provocarme - ¡Joder! ¡Estás sordo o qué te pasa!

Empecé a sudar incontroladamente. Estaba entrando en pánico, lo sabía. ¿Y si llegara una fuerte ráfaga de viento que le hiciese perder el equilibrio, y cayese al vacío? ¿O si algún tarado, de estos que nos perseguían, le disparase desde la distancia? Sentía que estaba a punto de perder el control, pero el miedo me dominó para bien. El instinto me llevó a correr, olvidándome de mi vértigo, y abalanzarme sobre él para bajarle de la barandilla, agarrándole por las solapas de la chaqueta. Me miró sorprendido mientras yo no dejaba de sujetarle, y le arrastré conmigo, caminando hacia atrás, alejándonos de la barandilla. Estaba furiosa, además de asustada.

- Sabía que lo harías - escuchar eso me enfureció aún más, lo había hecho para probarme. Le pegué un sonoro bofetón, tan fuerte que le hice girar la cara ante las miradas de estupor de un grupo de jóvenes extranjeras, muy rubias y muy monas -. Y esto también...

La palma de la mano me quemaba mientras bajábamos por el ascensor, sin dirigirle la palabra:

- ¿Piensas estar enfadada todo el día?

- ¡Piensas seguir haciendo el gilipollas todo el día! - le respondí, de tal manera que no volvió a hablarme hasta pisamos la hierba de Los Campos de Marte.

- Lo siento, Sonia. No pensaba que te lo fueras a tomar tan a pecho.

- ¡Tan a pecho, dices! ¡No sé en qué estabas pensando! ¡Te podías haber caído!

- Estaba sujetándome con los pies.

- ¡Y qué! ¡Y si te da un mareo, o algo así! ¡Qué necesidad tenías de ponerme de los nervios!

¿Dónde estás? (Secuestro)Where stories live. Discover now