El amor de un Dios desconocido

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Aquel día el sol estaba más brillante que de costumbre en el cielo. Y las nubes se arremolinaban al astro celeste, dando formas caprichosas.

Theo como de costumbre, se dirigía al parque de las aguas, un gran parque central que estaba cerca al condominio de casas antiguas, donde él vivía.

Aquel parque, era un sitio intermedio, donde las personas confluían hacia varios puntos y lugares de ciudad Azul, como un sitio de paso a sus labores.

Una pileta ornamental, hacía fluir agua, como un espectáculo a la vista de la gente, y allí, cerca de aquel lugar, mucha gente y vendedores concurrían a ese sitio.

Theo, como siempre, se dirigía a su clase de Karate, que estaba un poco lejos de su casa.

Con mochila en la espalda, el joven se apresuraba a ir al terminal de trenes.

En el parque de las aguas, una alta construcción como torre, muy llamativa y artística daba la hora.

Tenía aspecto de un reloj antiguo que marcaba la hora que transcurría.

Era un día como cualquier otro, pero eso estaba por verse.

Abajo de la estructura, en la base del recinto del reloj, que era como una entrada, unos tipos con motos, que eran cuatro personas, aguardaban la llegada de Theo.

El joven pasó delante de ellos, sin percatarse de quienes eran. No se había dado cuenta de ellos, pues su mente pensaba en el deporte.

Y uno de ellos, que tenía una bandilla en la cabeza y lentes oscuros, se acercó y lo agarró del hombro deteniéndolo y dijo.

—Vaya, vaya, miren a quien tenemos aquí. A nuestro pequeño amigo.

—¡Eh!, ustedes. —dijo Theo asustado

La banda de aquellas cuatro personas, se rieron.

—Porque tan asustado, pequeño conejito. —dijo uno que era gordo.

—Siii, porque tan callado. —dijo uno flaco y desgarbado.

Y volvieron a reírse, Theo sintió que estaba en problemas.

—Buenoo. —Dijo asustado el joven, mientras uno de ellos, se abalanzaba a detenerlo por atrás.

—No pequeñín, no te vas a ir, llego la hora, tienes que, ¡pagarme!.

El hombre de las gafas oscuras replicó, le cogió el mentón, con dureza, mientras, uno de ellos le quitó su mochila.

—¡Hey espera! —dijo Theo asustado por sus cosas.

—Mira jefe —dijo el más sucio de los cuatro—, tiene ropa nueva, y..., me parece que es algo relacionado a un deporte.

Dijo sacando su atuendo de la mochila y mostrándolo al grupo.

—Ohhh, no me digas, ropa de ¿Karate?, jajaja, que cosa más estúpida. Ahora nuestro payaso es karateka, jajaja —uno de ellos, sacó un cuchillo, y rompió el traje de karate.

—¡Nooo! —grito el chico desesperado y consternado.

La gente que estaba allí se quedó inmóvil, al ver esto, y muchos de ellos se asustaron.

—¡Amigos no se asusten!, este bribón es un ladrón. Y es justo por justo, lo que he hecho. Le presté dinero siempre y no me devolvió. Y se burla de mi haciéndome el tonto. Por eso es necesario corregir a los hijos, su madre deberá estar feliz, por esto.

Theo, se llenó de rabia de lo que dijo, de repente el joven se zafó de lo que le estaban cogiendo, y le dio un empujón al que estaba detrás de él, haciéndolo caer.

La Guardia SeráficaWhere stories live. Discover now