17. Incertidumbre

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Después de un par de días, nuestras sospechas se confirmaron: Isela me había enviado aquel texto amenazador

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Después de un par de días, nuestras sospechas se confirmaron: Isela me había enviado aquel texto amenazador. La verdad, no me sorprendió enterarme de eso, ya que no había nadie más que pudiera amenazarme de esa manera. Cristopher insistió en que debíamos dejar pasar ese incidente. Argumentaba que era solo una ex novia celosa tratando de sembrar discordia entre nosotros. ¿Permitiría yo que esa mujer arruinara mi relación o pusiera en peligro mi estabilidad? Por supuesto que no, así que tomé la sabia decisión de olvidarla.

Era viernes, Cris tenía guardia en la base, y yo salía de mi consultorio algo cansada. Cuando subí a mi auto, me di cuenta de que no tenía ningún plan, y un buen libro parecía ser la elección perfecta. Ya había terminado de leer "Los príncipes azules también destiñen" de Megan Maxwell, y era hora de embarcarme en otra emocionante aventura literaria. Encendí el motor y conduje hasta una librería cercana. Al llegar, me perdí entre montañas de libros de todos los géneros y colores. Aquello se sentía como estar en el paraíso, y me habría encantado quedarme allí para siempre. Después de explorar varias opciones, me decidí por uno de Megan que me llamó la atención debido a su extraño nombre: "Las ranas también se enamoran". En el momento en que lo vi, supe que era el indicado, y también pensé en mi madre, por lo que no dudé en llamarla.

—Hola, hijita, ¿todo bien? —contestó al tercer repique.

—Sí, mamá, todo estupendo, ¿qué haces, ya terminaste de leer los príncipes?

—Hija, justamente estoy echada en el sofá como cosa que no sirve leyendo el final, que me tiene destrozada. —Ambas reímos.

—Bueno, señora, ya tengo nuestra próxima lectura. Compraré dos libros ahora mismo y salgo para la casa.

—Te quiero aquí en menos de 15minutos, Anna.

—Como tú mandes, jefa —dije, riendo y colgué.

Compartir lecturas con mi madre era, es y siempre será una de las cosas que más disfruto en este mundo. Ella es la única persona con quien comparto mi amor por la lectura, ya que mis amigas, supongo, leían sus textos universitarios solo porque no tenían otra opción.

Luego de pagar los libros, salí de allí con una enorme sonrisa de satisfacción y volví a subir a mi auto para dirigirme a casa de mi madre.

Antes de llegar, hice una parada en la heladería cercana para comprar unos helados de vasito. No podía llegar con las manos vacías a casa de mis pequeños príncipes, pero algo extraño sucedió desde que entré en la zona donde vivían: me sentía observada, vigilada, y un pequeño presentimiento negativo se apoderó de mí. Tal vez era mi imaginación o tal vez no. Lo cierto es que sentía el peso de una mirada en mi espalda, aunque por más que miraba a mi alrededor, no encontré a nadie, lo cual me inquietó aún más.

—Por favor, ¿me puede dar dos helados más? Uno de mantecado con parchita y el otro de tamarindo —le pedí a la joven que atendía, quien me miró de malos modos porque ya había hecho mi pedido. —Y discúlpeme, por favor —añadí, esbozando una sonrisa. Me sentí avergonzada, pero la inquietud me hizo desear esos helados, además, planeaba llevarle uno a mamá.

Con la sensación persistente de que alguien me observaba, continué mi camino. Finalmente, llegué a casa de mis padres, me estacioné afuera y, tomando los libros y la bolsa con helados, corrí hacia la entrada. Abrí con mi llave y, al cerrar, me recosté en la puerta, sintiendo un gran alivio.

—¿Por qué traes cara de susto? —La voz de mi mamá me sobresaltó y un grito apenas audible escapó de mis labios.

—Vas a matarme —le dije, respirando profundamente.

Ella caminó hasta mí, me quitó de las manos la bolsa de helado y con su mano libre tomo mi brazo con delicadeza y preguntó:

—¿Te sientes bien?

—Sí, mami, solo me diste un susto. ¡No te preocupes! —Besé su frente y ella me realizó una seña para que la siguiera y, en silencio, lo hice.

Omití por completo como me había sentido, lo menos que quería era causarle una preocupación y tampoco había visto algo realmente, quizás lo de Isela me estaba poniendo un poco paranoica.

—¡Niños, vengan ya, su hermana ha llegado! —gritó mamá, al tiempo que dejaba los helados sobre el mesón de la cocina y yo le ofrecí uno de los libros que llevaba bajo el brazo.

—Dime que esa portada roja y la ranita con corona no es una belleza.

—SÍ, hija, se ve muy llamativo. Lo comenzaré mañana —aseguró.

Fui a responder, pero no me dio tiempo de hacerlo. Los gemelos llegaron a mí y me envolvieron las piernas con sus bracitos. Devolví los abrazos encantada, los llené de besos y cariños.

—Anna trajo helados —informó mamá.

—¡Qué guay! —exclamaron al unísono, asomando sus cabecitas en el mesón. Mi madre les entregó sus helados y salieron corriendo al sofá con ellos en mano.

Mamá y yo nos unimos a mis hermanos, sentadas con ellos en el sofá, disfrutando de nuestros helados. El día parecía haber recuperado su tranquilidad, y las risas de los pequeños llenaban la sala. Pero de repente, un fuerte estruendo resonó en el jardín. Nos sobresaltamos, dejando caer nuestros helados al suelo, y los niños comenzaron a gritar molestos por haberlos derramado.

Sin pensarlo dos veces, mamá y yo corrimos hacia la ventana que daba al jardín. Lo que vimos nos heló la sangre. Un joven de aspecto descuidado y desaliñado estaba tirado en el suelo, quejándose de dolor. A poca distancia de él, dos hombres vestidos de negro, con pasamontañas que ocultaban sus rostros, avanzaron hacia el joven. Gritamos de horror al ver la escena. Mamá se recuperó primero y corrió hacia la puerta trasera para salir al jardín y tratar de conseguir una explicación. Uno de los hombres, se volteó y con un gesto brusco, le indicó a mamá que lo sacara por la puerta delantera. Parecían saber lo que estaban haciendo, como si hubieran hecho esto antes. Sus chalecos nos indicaban que eran funcionarios policiales, lo que no encajaba era por qué estaban en nuestro jardín.

El otro hombre, el que se mantenía en silencio, se acercó al joven caído y lo levantó con facilidad para obligarlo a caminar con ellos por donde mamá les indicaba. Pasaron muy cerca de mí y, a pesar del pasamontaña, pude ver sus ojos, y un escalofrío recorrió mi espalda. Eran unos ojos que reconocería en cualquier parte del mundo, ojos que había visto mil veces antes. Mirándome fijamente a través de la tela del pasamontaña, parecía saber lo que pensaba yo. Él no dijo nada, y yo tenía la boca prácticamente sellada.

—Hanna, ¿estás bien? —susurró mamá, muy cerca de mi oído.

—Sí, mamá, lo estoy —respondí con un nudo en la garganta.

El hombre encapuchado se mantuvo en silencio, pero su mirada seguía clavada en la mía. La tensión en el aire era palpable, y no podía evitar sentir pánico ante lo que estaba ocurriendo.

Cristopher me debía una buena explicación para todo esto.



Qué les está pareciendo la historia. su opinión para mí es muy importante... 

Los leo. 

Besitos. 

A prueba de balasWhere stories live. Discover now