10. Un amanecer bonito... no tan bonito.

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No puedo describir lo encantador que fue despertar y verlo a mi lado

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No puedo describir lo encantador que fue despertar y verlo a mi lado. Dormido, se veía tan frágil, tan sutil y hermoso que podía quedarme horas mirándolo, con ganas de protegerlo. Sabía que no podría hacerlo por mucho tiempo, porque en cuanto abriera sus hermosos ojos oscuros, volvería a ser el protector obsesionado con la seguridad.

Me levanté con cautela para no despertarlo. Podía notar en su rostro lo cansado que estaba, aunque no me lo dijera. No quería ser la causa de interrumpir su profundo sueño. Salí de su habitación en puntillas y fui a la cocina para preparar algo para el desayuno. Pero antes, fui a donde había dejado mi bolso para revisar mi celular. Eran solo las 8:00 a.m. y ya tenía dos llamadas perdidas de mi padre y una de mi mamá. Sonreí imaginándolos preocupados por no recibir respuesta y les envié un mensaje a cada uno indicándoles que todo estaba bien. Luego, quité el modo vibrador de mi celular y continué hacia la cocina.

Me di cuenta de que Cristopher era muy organizado y compulsivo con las compras, especialmente con los dulces. Tenía muchos, considerando que era un hombre soltero. Ubiqué harina, leche, huevos y me puse manos a la obra. No era una experta en la cocina, pero si había algo que me quedaba exquisito eran las panquecas. Puse una pequeña olla a hervir para colar un café mientras batía la mezcla con una sonrisa tonta que no abandonaba mi rostro. Estaba a punto de tener las mejillas entumecidas. Me sentía tan dichosa, tan fresca, tan llena de vida que no podía dejar de sonreír. Me sentía plena y, creo que nunca había sentido este sentimiento. Era como si lo conociera de toda la vida. La comodidad y seguridad que él me proporcionaba eran algo que nunca antes había experimentado, algo extraordinario.

Cuando todo estuvo listo, organicé el desayuno en una bandeja que encontré en uno de los estantes y caminé de vuelta a la habitación para despertar a mi galán.

—Cris, despierta —susurré y coloqué la bandeja sobre la mesa—. Cristopher, vamos —dije una vez más mientras balanceaba su cuerpo con mis manos.

—Aja —contestó sin abrir los ojos.

—Debes despertar, cielo.

—No quiero. —Me haló y caí entre sus brazos —. Solo un minuto, ¿sí?

Le concedí el minuto encantada porque, a decir verdad, me quedaría así toda la vida sin protestar. En sus brazos me sentía feliz y segura.

—Creo que va pasando más de un minuto —murmuré

—¿Y entonces? —contestó adormecido.

—¿No sé, tú dime?

—Hiciste café, ¿cierto?

—Claro, Cris.

—Bien, me levanto entonces.

Ambos nos incorporamos y yo me acerqué a buscar la bandeja que había dejado en la mesa junto a la cama, la subí a su lado y cada uno tomó una taza de café que, por suerte, seguía caliente.

—¿Qué harás hoy, amor mío? —preguntó dejando la taza sobre la mesa de noche.

—No tengo planes ¿Y tú?

—Nada, terminemos de comer y planeamos algo juntos. ¿Te parece?

—Me parece perfec...

No culminé la palabra porque su teléfono comenzó a zumbar, el me hizo un gesto de silencio y contestó.

—¿Qué pasó, hermano? —Lo oí decir—. ¿Qué? Dale, dale. Ya te llamo.

Vi la frustración en su rostro y supuse que algo no estaba bien. Él pasó las manos por su cabello, suspiró y mirándome agregó.

—¡Lo siento mucho, Hanna!, tengo que ir a la base.

¡BOOM!

Explotó la burbuja de amor y perfección en la que nos encontrábamos. Era todo demasiado cierto para ser verdad. ¡Vaya suerte la mía! Por este tipo de cosas me negaba en un principio a esta relación, pero no iba a dejar que esta pequeñez me perturbara. Respiré profundo, me armé de valor y contesté con una sonrisa falsa, pero que se veía muy verdadera.

—No te preocupes, lo entiendo.

Cris terminó lo que quedaba en su plato de una manera tan rápida que no había visto jamás, pero es que ni los gemelos se terminaban tan rápido un helado o alguna golosina, no les miento, fue como ver a una aspiradora. Yo no me quedé atrás, me tocó lavarme los dientes a las carreras con el pequeño cepillo de viaje que siempre llevaba en mi bolso. Me vestí lo más rápido que pude y no me dio tiempo ni de peinar mi cabello y apenas toqué mi desayuno. Salimos de su casa como dos locos y como una loca llegué yo a casa de mi madre.

—Hanna, tienes muy mala cara. ¿Qué es ese cabello despeinado, hija? —dijo apenas me vio entrar.

—De no haber dejado mi carro aquí, mamá, te juro que ni de chiste dejaría que me vieras en este estado.

Ella dejo ver una amplia sonrisa.

—Tampoco es para tanto, mi niña.

—¿Dime que mi papá ya se fue? —pregunté sentándome sobre el sofá.

—Uff, desde hace una hora.

—¡Entonces puedo relajarme!

—Con tranquilidad, mira que necesito que me cuentes por qué estás así.

—Te lo contaré, mami, pero primero dime ¿Tienes café?

—Saliste sin tomar café —expresó sorprendida.

—Ni me lo digas mamá, no sé si ha sido la mejor o la peor mañana de mi existencia.

Es que fue tan lindo el despertar y tan desordenado unos minutos después, que todavía me costaba trabajo creer que yo había salido sin ropa interior, despeinada y sin haber terminado mi café, es que lo cuento y no, no lo creo, no de mí, pero esa era la realidad, una realidad que yo había escogido, una realidad con la que tenía que lidiar porque a estas alturas del partido, ni por eso, ni por nada yo iba a alejarme de Cristopher. ¿Qué me iba a tocar cargar en mi bolso una tanga de repuesto? Seguramente, ¿qué me tendría que acostumbrar a peinarme y maquillarme en un auto? Era lo más probable, pero que más daba, por más que lo pensaba no me sentía molesta, no me sentía incomoda, no lo creía, pero me sentía feliz. Feliz como nunca antes me había sentido.

Mamá llegó con una taza rebosante y humeante de café recién colado, la puso sobre mis manos y el olor me relajó los sentidos.

—Gracias, mamá. —Di un sorbo a mi café para descubrir que estaba divino—. Es el mejor café del mundo entero.

—Lo mejor para la mejor, pero cuéntame, hijita ¿Qué es lo que ha pasado?

—Lo que siempre temí. Pasamos la noche juntos y al despertar empezábamos a planear nuestro día y fue interrumpido por una llamada que...

—Debía ir al comando —interrumpió ella que, más que nadie, conocía a la perfección el tema—. Hija, tú sabias el campo que estabas pisando, sin embargo, tu padre afirma que el joven es un buen muchacho. No te abrumes por esto y mantén la calma.

—Me gusta tanto, mamá. Hace mucho que no me sentía de esta manera. Siento que llevo una vida con él —admití, sintiendo mis ojos húmedos.

—Te has enamorado, cariño. —Me envolvió en sus brazos como cuando era una niña.

—Eso creo, mamá. 

A prueba de balasWhere stories live. Discover now