1. Mi adolescencia

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En mi casa, las mañanas eran un corre corre constante: mi madre gritaba, mis hermanos lloraban, yo corría y papá se desesperaba

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En mi casa, las mañanas eran un corre corre constante: mi madre gritaba, mis hermanos lloraban, yo corría y papá se desesperaba. Así transcurría el día a día.

Una mañana, desperté temprano al escuchar la voz de mamá llamándome. Aún medio adormilada, salí de la cama y me dirigí a la ducha. El agua caliente acarició mi piel, relajando mis sentidos y dejándome lista para empezar el día. Me puse mi uniforme, recogí mi cabello rubio en una coleta alta y oculté el verdadero color de mis ojos detrás de unos lentes de contacto oscuros, ya que detestaba su color natural. Me perfumé, agarré mi mochila y salí de mi habitación.

—Buenos días —grité entrando a la cocina y ocasionando un gran susto a mi papá que casi se derrama el café sobre su uniforme.

—Lo siento, papito. —Me reí y le di un beso en la mejilla.

Mi pasatiempo favorito era gastarle bromas a mi padre. Me encantaba verlo sonreír, ya que, a pesar de su semblante serio, en realidad era un hombre encantador y bromista. Aunque pudiera parecer amargado a primera vista, para mí era el mejor hombre del mundo, cariñoso y lleno de ternura.

—Siéntate ya, hija —sentencio mi madre—. Deja de hacer bromas y come tu desayuno que llegarás tarde. —Me miró y me guiñó un ojo.

Mi madre siempre llevaba una sonrisa en su rostro, a diferencia de mi padre. Trabajaba como enfermera en el área de pediatría, y era excepcional en su labor. Siempre tenía amor para dar, especialmente a mis hermanos Julián y Yohan, quienes eran unos adorables gemelos de un año, y, por supuesto, a mí. Después de terminar mi desayuno, mi padre me llevó al colegio antes de dirigirse a la comisaría. Sí, la comisaría, porque él se ganaba la vida como oficial de policía. Anhelaba el día de su retiro, ya que verlo salir de casa para enfrentar el peligro me angustiaba.

En el camino, revisé mis libretas para repasar los apuntes de la primera clase. Confieso que era bastante desordenada y siempre dejaba todo para última hora. De hecho, ya estaba por terminar el último año de bachillerato y aún no podía decidir en qué estudiar en la universidad. Ninguna carrera me llamaba lo suficiente la atención. Escuchaba a mis compañeros hablar emocionados sobre su elección, pero yo seguía indecisa entre enfermería y estética. Esa indecisión me perturbaba, ya que todos parecían tenerlo claro mientras yo trataba de no pensar demasiado en ello.

En el amor, la suerte no había estado de mi lado. Todos los chicos que se acercaban a mí buscaban únicamente llevarme a la cama y exhibirme en fiestas como un trofeo. No deseaba tener hombres a mis pies solo por mi apariencia. Anhelaba algo más profundo. No buscaba un príncipe azul, pero sí un chico que me quisiera por lo que era, no solo por mi aspecto. Alguien con aspiraciones, que se preocupara por mí. Siempre soñaba despierta con casarme, tener hijos y un perrito, pero como no había tenido éxito en el amor, prefería estar sola que mal acompañada.

...

—¡Hanna! —gritó mamá—. Te estamos esperando, debes darte prisa.

—Ya voy, mamá —contesté mientras me colocaba mis tacones y bajaba las escaleras a to-da prisa para no seguir escuchando los gritos de la señora Miriam o como yo la llamaba: hermosa madre.

A prueba de balasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant