Capítulo 22 / Un asunto de vida y de muerte

Start from the beginning
                                    


Un rato después...

12:30 am


ALFONSO

No hace mucho—como una hora después—, que fui testigo de cómo Clarissa se había movido de aquella horrible silla en la que había estado a una cama todavía más fea y vieja que Matusalén, que yacía por allí en el suelo no muy lejos de donde estaba. Ignoro por qué había decidido acostarse allí en vez de salir por la puerta que daba directo a la salida y que estaba no muy lejos de allí. Tal vez sería la costumbre que tenía de pasarse a su cama siempre que iba a dormir y hubiese actuado por inercia. O porque es posible que estuviese bajo los efectos de alguna droga o algo así por el estilo—cosa menos probable, pues no se veía como si la hubieran drogado ni nada parecido. Pero una vez que se acostó en aquella cama, volvió a llorar, para luego cerrar sus ojos y terminar profundamente dormida.

Y tras haber estado con Clarissa durante todo este rato, noté que ella abrió los ojos, y comenzó a moverse de una forma muy brusca, como queriendo saber si todo aquello que había experimentado había sido parte de una pesadilla. Ojalá y hubiera sido solo eso, una pesadilla, que nada de todo esto hubiese sido real y que ahora mismo estuvieran ellas dos juntas libres y en la mansión. Pero al notar la chica que seguía en aquel lugar horrible y encima desnuda de la cintura para abajo, rápidamente se cubrió con la primera cosa que encontró en la cama. Y de nuevo, en posición de ovillo, tal y como había hecho cuando yacía en aquella silla, comenzó a llorar de nuevo.

"Tranquila, Clarissa", le decía, aún sabiendo que no me escucharía, pero valía la pena intentar decirle algo y hacer como que me escuchaba. "Lo que te hicieron no tiene nombre. Pero pronto verás cómo voy a vengarte, como esas dos personas que te hicieron daño se van a arrepentir de lo que te hicieron. Sólo necesito algo de tiempo para llevar a cabo mi plan. Resiste mi amor, todo acabará pronto. No llores, hermosa. No llores". Decía estas palabras como una manera de ejercer algún tipo de consuelo, a la vez la veía y tristemente era testigo de cómo ella seguía allí, llorando amargamente. Fui acercando mi mano sobre su hombro, y aunque aún no pueda sentírselo, la fui rodeando de tal manera que pareciera que la estaba abrazando, aun sabiendo que ella no sentiría mi tacto.

Y justamente cuando estaba con ella consolándola, fue que alguien hizo acto de presencia al abrir la puerta. Y, al advertir quién entraba, su reacción cambió, se levantó bruscamente de la cama, y comenzó a quedar en una posición defensiva, Clarissa pasó de ser una persona desamparada y vulnerable porque le hicieron un terrible mal a una mujer con actitud de valentía y deseos de venganza, dispuesta incluso a matar a quien se atreviere a hacerle todavía más daño del que ya le habían hecho.

—Tranquila... hija—dijo esa persona, quien resultó ser la maldita perra de su madre, doña Isabel González. Ni falta hacia saber qué carajos hacía aquí. Yo sabía por qué estaba ella aquí—. No temas, que aquí estoy.

—¿Ma... mamá? —decía ella con la voz toda rota al reconocer la voz de la desgraciada autora de sus días—. ¿Eres tú?

—Sí, hija, soy yo—le responde esa vieja, que por cierto, no tardé mucho en darme cuenta de lo que estaba pretendiendo hacer: La muy condenada hacía como que la situación también la conmovía y angustiaba e iba a consolar a su propia hija y hacer que ya la había encontrado, cuando había sido ella quien la había secuestrado y provocado su desgracia. Menuda hipócrita. Y todavía hacía como que le dolía mucho ver a su hija en ese estado, era una buena táctica que estaba llevando a cabo para no levantar sospechas, para hacer que Clarissa se confíe de ella—. ¿Qué te han hecho, preciosa? ¿Q-q-quién fue el maldito desgraciado que te hizo esto?

La pasión de Ania (Edición Mejorada)Where stories live. Discover now