Capítulo 8. Cuando una puerta se cierra, otra se abre

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Samuel

Los gritos de las personas que viajaban en la enorme montaña rusa se escuchaban incluso en la distancia. La gente iba y venía de un lado para otro y los niños chillaban y se reían por todas partes.

Aunque llevaba lloviendo varios días seguidos sin parar, esta vez el tiempo nos había permitido disfrutar de un día tranquilo y sin agua en el parque de atracciones.

Llevábamos casi media hora en la zona de los recreativos, mientras Álvaro se gastaba cada vez más dinero en el juego de las anillas, dispuesto a conseguir el primer premio, un iPhone 13 Pro Max. Todos estábamos seguros de que el juego estaba completamente amañado para hacer ese premio inalcanzable. Todos menos Álvaro, claro.

—¿Y si dejamos la ludopatía y nos montamos en alguna atracción? —le dijo Sonia apoyada en la barra de la tómbola—. Al final te vas a quedar más pobre de lo que eres.

—Déjame intentarlo una vez más. Ya le he cogido el truco. Esta vez lo consigo sí o sí.

Por desgracia, en invierno cerraban las atracciones de agua, que desde pequeño habían sido mis favoritas, pero al menos las montañas rusas también me encantaban. Sentir como la altura y la velocidad aumentaban la adrenalina de mi cuerpo era algo único y maravilloso. Me sentía eufórico, como si fuese un pájaro que extiende sus alas por primera vez, dispuesto a recorrer el inmenso cielo azul.

—Ya estoy —dijo Gabriel, que acaba de volver del baño—. ¿Nos montamos en la de Superman?

—¡Por favor! —respondimos Sonia y yo al unísono.

—¡Joder! ¡Sí! ¡Sí! —comenzó a chillar Álvaro. Se puso a correr como loco por toda la plaza de los recreativos, dando saltos de emoción—. ¡Lo he conseguido!

—Señoras y señores —anunció la joven chica que se encargaba de la tómbola de las anillas—. Me alegra comunicar que el caballero que ahora mismo se ha vuelto un poco loco ha ganado el primer premio, un iPhone 13 Pro Max.

La gente de alrededor se quedó mirando con la boca abierta a Álvaro, algunos con unas caras de envidia que jamás podrían haber evitado, y otros alegres y riéndose por la reacción de Álvaro.

—No me lo puto creo —dijo Sonia—. ¿Cómo puede tener tanta suerte?

—Tía, llevamos aquí más de media hora y no quiero ni saber el dinero que se ha gastado. No es suerte, es estadística.

—Touché.

Álvaro aún tenía la cara descompuesta cuando volvió a recoger su premio. Cogió la caja del móvil como si fuese su más valioso tesoro y lo guardó bien protegido en uno de los bolsillos de su mochila.

—Enhorabuena, Álvaro —le dijo Gabriel con un tono ligeramente forzado. Yo me di cuenta de que ladeaba sutilmente la cabeza para asegurarse de que yo había escuchado lo que decía.

—Gracias, tío —le respondió dándole una palmada en la espalda—. Os dije que lo conseguiría. Que poco confiáis en mí.

—Pues si, la verdad. Tampoco te vamos a mentir—. le dijo Sonia entre risas—. Venga, vamos al Superman.

Cuando llegamos tuvimos suerte de que la cola no era tan larga como creíamos que sería. Es la ventaja de ir a un parque de atracciones cuando el tiempo no es del todo ideal.

Cuando ya llegó nuestro turno, yo estaba situado al frente del estrecho carril donde se esperaba a que llegase el vagón, con Álvaro detrás mío, seguido de Sonia y Gabriel. —¿Nos ponemos juntos? —Gabri estiró la mano y me agarró del brazo, indicándome con la mirada que retrocediese para ponerme a su lado.

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⏰ Last updated: Sep 13, 2023 ⏰

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