Capítulo 10, Alain (Editado)

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El dulce olor de las galletas recién hechas hace que un atisbo de sonrisa aparezca en mis labios, parece que la abuela de Leo ya está en plenas condiciones.

Una mesa enorme está dispuesta en la sala con los cubiertos, platos, pan, ensalada de patatas y un enorme pavo en el centro. Mi estómago se revuelve, todavía medio encogido por los nervios.

La madre de Leo y su padre me reciben con abrazos embarazosos. Luego es el turno de su pequeñísima hermana, la cual Daina adopta como compañera de juegos al instante. Leo permanece silencioso y algo alejado. Una venda cubre la frente y la parte trasera de su cabeza, recordándome todo el dolor que ha padecido. La culpabilidad bailotea en mi cuerpo.

Mi madre llega resoplando y medio despeinada. La abuela de Leo, con un aspecto frágil por la reciente operación, le besuquea la cara y rezo para no recibir ninguno.

Finalmente con conversaciones triviales comenzamos a comer.

Con Leo sentado enfrente.

El pavo se me atraganta mientras intento no mirarle demasiado.

—¡Pero bueno! —exclama la abuela de Leo cuando alcanzamos el postre—. Nuestros chicos están tremendamente callados esta noche. ¿No os gustan las galletas?

Ambos murmuramos que nos encantan.

—Creo que quieren estar un rato a solas, para divertirse con lo que sea que los jóvenes de hoy en día se divierten —apunta mi madre, con una sonrisa bailando en sus labios. La fulmino con la mirada pero ella se dedica a encogerse de hombros.

—Sexo apasionado es lo que nos divierte. —La voz de Leo se escucha en un silencio. Ese tipo de silencio que se forma de pronto y del que no puedes escapar. Se me atraganta la galleta que estaba mordisqueando, toso con fuerza para evitar morir atragantado. Solo Leo sería capaz de decir algo así delante de un montón de adultos y quedarse tan tranquilo.

La madre de Leo lo mira con espanto. Se ve que la parte de Leo que tiende a dejar que sus pensamientos salgan sin más sigue ahí. Me pregunto en qué demonios estaba pensando.

—¿Qué has dicho? —acusa la señora Lordvessel. Leo se remueve en el asiento con una mueca. Es la cara que pone cuando está buscando una excusa.

—Techo aprisionado, es un nuevo juego de terror para el ordenador, mamá. —Suelta casi al instante para salir airoso, a pesar de que todos le hemos escuchado perfectamente.

—Juraría que...

—Mi hijo también lo tiene, es muy entretenido. —Mi madre salva a Leo como solo una heroína podría hacerlo, sirviéndose un pedazo de pastel de queso. A veces me pregunto cómo puedo tener una madre con la mente tan abierta.

El postre discurre con normalidad. Los niños, cansados de estar sentados, se ponen a jugar bajo el iluminado árbol con sus caritas sonrientes.

—¿Te gustan los niños? —La pregunta de Leo provoca en mi estómago la liberación de las bien sabidas mariposas. Mi giro para contemplar su rostro, derritiéndome por dentro.

—Sí, trabajo en una guardería —mi voz suena seca. ¿Por qué siempre se pone en marcha este estúpido sistema de defensa que tengo?—. Es muy divertido estar con ellos.

Los mayores se instalan en los sillones y sofás, charlando intercambiando los regalos que compré esta misma tarde.

Me muevo de asiento para estar al lado de Leo en la mesa. Cada paso me cuesta, como si mis pies pesasen una tonelada. Saco la pequeña cajita negra que he guardado todo este tiempo en el bolsillo.

—Yo también tengo un regalo para ti —la sorpresa invade su expresión—. Antes de que digas nada, no hace falta que me compres nada.

Le ofrezco una sonrisa cálida esperando que no se asuste.

—Me sentiré mal, ¿puedo darte algo de mi cuarto? Aunque será usado, claro... —Se levanta, señalándome las escaleras. Trago saliva. Los dos solos no sé si será un buen plan. La cara de Leo borra todo titubeo.

Nos disculpamos con nuestros familiares y subimos hasta la habitación de Leo, donde su desorden hace que tropiece.

Saco el paquete envuelto en papel dorado.

—Espero que te guste —hablo con el corazón haciendo una maratón en el pecho. Se lo entrego a la par que me ofrece asiento en la cama. Los recuerdos asolan mi alma por completo.

Extrae el colgante con una expresión asombrada.

—Es la hostia —se lo pone, metiéndolo por debajo del jersey que lleva puesto. Por un instante siento envidia del metal que toca su piel.

Rueda por la cama para coger algo que hay sobre su mesilla.

—Lo cierto es que no recuerdo casi nada de lo que tengo en la habitación, pero sé que esto me gustaba mucho. Es una púa para tocar la guitarra de plata —la pone sobre la palma de mi mano. La púa tiene un agujero por el que el cordón de cuero pasa—. ¿Lo aceptas?

Lo pongo en mi cuello, intentando hacer un nudo sin lograrlo.

—Es difícil, ya que la cuerda es algo corta. Espera... —se acerca rozando mi rostro con su suave pelo. Mi respiración se acelera cuando sus dedos rozan mi nuca al atar el collar—. Listo.

Nuestros rostros están tan cerca que no puedo contenerme. Tiemblo de deseo en el momento que rozo con mis dedos la piel que discurre desde su oreja hasta la comisura de sus labios. Leo cierra los ojos con fuerza y me acerco hasta tumbarlo en la cama. Rozo mis labios con los de él, paso mi lengua saboreando cada milímetro de ellos. Mis manos se mueven solas, se cuelan por debajo de su ropa para tocar delicadamente la piel. Percibo el tacto rugoso de las vendas que cubren sus heridas.

Gimo. A medias por deseo, a medias porque me duele de nuevo el pecho. Alzo su cabeza con mi mano para profundizar en el beso.

Me aparta de un empujón, poniendo una mano en su frente. Las lágrimas de dolor que se escurren por sus mejillas son como puñetazos que recibo sin defenderme.

—¿Qué haces? —farfulla con la respiración agitada—. Déjame solo. Fuera.

—Leo, perdóname he sido un bestia. Debí haberte preguntado —No me eches de tu lado.

—Que te largues.

Mis piernas se mueven solas mientras el dolor amenaza con aplastarme contra el suelo.

Bajo al piso inferior, deteniéndome lo justo para advertirles de que Leo se encuentra mal y que yo estoy demasiado cansado.

La nieve se funde al contacto con mi piel en cuanto salgo a la calle. Hermosa, baila descendiendo del cielo.

Sebastian tiene razón. Voy a terminar explotando y no sé cómo hacer para sentirme mejor.

Quiero ser egoísta.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now