8- El juego

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–Draco ¡Draco! –el rubio se despertó sobresaltado, sin saber dónde estaba ni qué hora era. Narcissa le estaba zarandeando–. ¿Se puede saber qué haces durmiendo? ¡Son más de las doce!

Draco miró a su alrededor.

Su habitación, estaba en su habitación.

–Creí haberte dicho que hoy iba al Callejón Diagón –dijo Narcissa–. ¿No te acuerdas? Dijiste que querías venir conmigo –Draco se frotó la cara, sin poder reprimir un bostezo–. Pero hijo ¿Y esas ojeras? ¿Qué has estado haciendo por la noche?

Y entonces Draco se acordó. El cementerio. Astoria. Se habían quedado hablando toda la noche, tumbados sobre la cama de ella. Cuando estaba amaneciendo habían abierto las cortinas, para que pasara la luz del sol, y Astoria había sonreído.

–Nada, madre, me quedé leyendo hasta tarde –mintió. Pero Narcissa no sospechó de él, sino que le miró con indulgencia y le revolvió el pelo.

–Puedo ir yo sola, si quieres.

–No, madre, quiero ir. Sólo dame un minuto.

Terminó de despertarse con una ducha fría, y se vistió a toda prisa. Narcissa le esperaba tranquilamente sentada, sin dejar de lado esa elegancia que la caracterizaba.

Se trasladaron hasta el Caldero Chorreante mediante los polvos Flu, y en seguida estuvieron paseando por el Callejón Diagón. En realidad, habían ido a recoger unas túnicas que habían encargado para la noche siguiente. Los Parkinson celebraban por todo lo alto el cumpleaños de su hija, y ellos no podían faltar.

Por supuesto, Pansy sería la pareja obligada de Draco, cosa que al rubio le sentaba muy mal. Le parecía de mal gusto que los Parkinson diesen por hecho que seguía vigente el noviazgo entre Pansy y Draco, y además, después de lo que había ocurrido el día anterior, el rubio tenía menos ganas que nunca de verla.

En la tienda aguardó sobre el escabel mientras la modista daba los últimos retoques a la túnica. Estaba muy cansado, pues apenas había dormido, y al mirarse en el espejo se sorprendió al ver sus profundas ojeras. Aun así sonrió. Había merecido la pena.

Recordó cómo se había sentido mientras hablaba con Astoria. El estómago le cosquilleaba de forma curiosa, pero agradable, y a pesar del sueño que sentía, él sólo quería seguir allí, con ella, tumbado a su lado y susurrando a la luz de las velas.

Y habían hablado mucho: de sus vidas, de sus amigos, de sus sueños. Descubrieron que tenían muchas cosas en común, y que pensaban de forma parecida. Astoria tenía un gran sentido del humor, y le había hecho reír como nunca.

Y Draco no se había olvidado de las inmensas ganas que había tenido de besarla.

–Ya estás, guapo ¿Qué te parece? –le preguntó la modista, sacándole de su ensimismamiento.

Draco se fijó en su atuendo, y tuvo que reconocer que era perfecto. La túnica tenía un color azul muy oscuro, y estaba adornada con bordados de pequeñas serpientes plateadas.

Le habría gustado que le viese Astoria.

***

Esa noche Draco se presentó más temprano que nunca en la casa del conde. Astoria le estaba esperando, peinándose su largo pelo castaño. Sonrió nada más verle, y ese gesto hizo que le temblaran las rodillas.

Draco nunca dejaba de sorprenderse por la sinceridad con la que Astoria se alegraba de verle. Estaba acostumbrado a que la gente fingiera que les agradaba su compañía, y aquella hermosa sonrisa en el inocente rostro de Astoria bastaba para que se olvidase del cansancio que sentía.

Matrimonio de conveniencia (Draco x Astoria)Where stories live. Discover now