6. Los que se pelean se aman

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—Es para mi novio.

Le eché una mirada furtiva al chaleco de punto y, en efecto, se veía demasiado pequeño como para mí, o incluso para alguien más bajo que yo.

—No sabía que tu novio era el Hobbit.

A la señora se le escapó una risa que quiso esconder soltando el chaleco y volviéndose para buscar más ropa en las estanterías. Dorothea se puso aún más roja, pero infló el pecho con dignidad y comenzó a doblar la prenda con más violencia de la que requería aquella tarea.

—No porque tú midas dos metros significa que a todas nos guste eso. Cuando "El señor de los anillos" se estrenó, todas se morían por Frodo.

—Habla por ti. Yo prefiero a Légolas.

Ella quería sonreír. Podía verlo. Se moría de ganas por responder algo a esa declaración, pero no iba a dejar que yo me diera cuenta.

—Quédate con él. A lo mejor si tuvieras pareja no serías tan insoportable.

¿Yo? ¿Insoportable?

Mira quién hablaba. La persona más insoportable que conocí jamás en mi vida. La que me pidió que la acompañara a comprarle ropa a su novio en un día de diluvio y la que se comió mis panqueques y se robó la lealtad de mi gato.

—Bueno, si tan insoportable soy, me voy. —Abrí la puerta—. No me gustaría perturbar tu tarde de compras con mi compañía indeseada. Ya sabes qué autobús tomar para regresar.

Conociéndola, esperaba que comenzara a disculparse o justificarse, pero no hizo nada de eso, sino que se cruzó de brazos.

—No seas llorón. Tú empezaste.

¡¿Llorón?!

¿Por qué? ¿Por ofenderme cuando dijo que debería conseguir una pareja? Esa era una reacción absolutamente normal. Cualquiera se ofendería en mi lugar. Pero si ella no lo veía así, entonces no se merecía mi compañía.

—Me iré a llorar lejos de aquí para no empapar tus zapatos con mis lágrimas, entonces.

Ella rodó los ojos.

—Ponte salvavidas.

Me fui cerrando de un portazo. No podía creerlo. Yo no era un llorón.

Abrí mi paraguas, lo acomodé sobre mi hombro y maniobrié para encenderme un cigarro sin que se apagara el fuego del encendedor. Luego, caminé refunfuñando, cuidando de no pisar el agua acumulándose entre las baldosas torcidas.

No pensaba quedarme ahí parado como un idiota mientras me insultaban.

¿Quién se creía que era para decirme que si tuviera pareja sería menos insoportable? Yo no necesitaba una pareja. Ese era un pensamiento anticuado. Estaba bien solo y por mi cuenta.

Caminé hasta casa, porque no eran tantas calles y no quería quedarme esperando el autobús por si ella salía unos minutos después de la tienda y me encontraba ahí. Por supuesto, como tenía que ser, si algo podía salir mal, iba a hacerlo. Pronto el agua se filtró por mis zapatos y debajo de la tela de mis pantalones. Para cuando llegué al destino, mis pies estaban nadando en un caldo de agua.

Mamá se encontraba en la sala de estar, ayudando a Olliver con un dibujo. En cuanto me vio entrar su cabeza se levantó con el crayón entre sus dedos.

—Buenos días. ¿Dónde está Thea?

Pasé a su lado sin detenerme, demasiado enfadado como para querer dar explicaciones y también para evitar que olfateara el olor del cigarro en mi ropa.

Enredos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora