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Solo hay una cosa peor que una guardia de fin de semana en el hospital: tener que ser amable con los nuevos vecinos.

Mis objetivos en este momento son llegar a casa, quitarme la ropa, y comerme una polla, presumiblemente la de mi novio, y cualquier circunstancia que me aparte de eso es reprobable.

Cuando veo el camión de la mudanza aparcado en la puerta del edificio y las cajas de cartón apiladas en hilera sé que solo hay una posibilidad: ya está alquilado el piso de abajo y en breve tendré que andar descalzo para que no me acusen de hacer ruido a las horas intempestivas en que me levanto para trabajar.

Lo esquivo de mal humor y accedo al zaguán. Son las ocho de la mañana y acabo de salir de un turno de doce horas. ¿Es que la gente no hace las mudanzas en horarios decentes?

Más cajas ordenadas contra las paredes y el ascensor con el piloto encendido. Me va a tocar subir a pie hasta el cuarto, lo que no logra que mi humor mejore.

Miro alrededor. Si al menos el personal que hace la mudanza tuviera un polvazo, a lo mejor podría flirtear un rato antes de meterme en la cama calentito, pero no. Se trata de dos señores de edad próxima a la jubilación, evidente adición a la cerveza, y una nada seductora exposición de la raja del culo a través de los pantalones medio bajados.

—Va a tener que subir a pie —me aclara uno de ellos lo evidente—. Hay que subir todo esto antes del mediodía.

No contesto. Esbozo una sonrisa que significa «me cago en tus mulas», y empiezo el ascenso por las escaleras.

Las noches de fin de semana en Urgencias están repletas de intoxicaciones etílicas, fracturas de moto y ancianos que sus hijos dejan en Observación para irse tranquilos de fin de semana, lo que no ayuda mucho a mejorar mi humor. Si a eso sumamos que mi supervisor es un hijo de puta y que las cosas entre Namjoon y yo, el mismo al que pretendo comerle la polla en unos minutos, no terminan de ir bien, tenemos el premio gordo para que lo último que me apetezca sea tener que dar la bienvenida a los nuevos vecinos.

Cuando paso por el tercero, la puerta del piso está abierta y hay varias cajas taponando el descansillo. Intento no hacer ruido, y esquivo sigilosamente dos bultos. Cuando voy a subir el último tramo de escalera, el que me llevará a mi casa, mi cama y mi merecida mamada, una voz femenina me detiene.

—Estamos haciendo demasiado ruido y es muy temprano, ¿verdad?

Me han pillado. Me han pillado y solo puedo ser amable, porque empezar con el pie izquierdo con el vecino de abajo puede convertirse en una pesadilla. Ensayo una sonrisa, y cuando me doy la vuelta para encararla soy la viva imagen de la cordialidad.

—Que levante la mano quien no se ha mudado como ha podido.

Quien me mira entre preocupada y curiosa es una chica de mi edad, cercana a los treinta, y bastante bonita. Viste un peto que le queda grande sobre una camiseta que también. El cabello oscuro, largo y rizado, prende de una goma en la coronilla, formando un gracioso pompón. Tiene una expresión que la hace simpática al instante, a pesar de mi mal humor.

—Era la única ahora que nos daban los de la mudanza —me explica—. Dedicaré la tarde a pedirles excusas a los vecinos.

—Pues conmigo no tienes que hacerlo. —Le tiendo la mano—. Soy Seokjin y vivo justo encima.

Ella me la estrecha, es muy cálida, afectuosa.

—Mi-suk —se presenta—, y por estas molestias te digo que puedes zapatear si quieres, que no diré nada.

Sonrío, aunque sé que solo es un formalismo. Esta casa tiene los techos y tabiques de papel y se dará cuenta muy pronto.

—Si necesitas algo, ya sabes donde me tienes. Ahora voy a intentar dormir un poco —me guardo para mí que antes intentaré hacerle una mamada a mi novio—, pero a partir del mediodía... soy bueno colgando cuadros.

Vecino (TAEJIN)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα