Capítulo 5. Me suenas de algo

Start from the beginning
                                    

—¿Has hablado con alguien más?

—No —respondió tajante—. Las opciones no eran muchas. O los que me ignoraban como la mierda o los que no me dejaban tranquila. ¿Cuáles prefieres?

—A ninguno.

—Me lo suponía.

—¿Por eso dudaste en venir?

—Claro —volvió a responder de forma tajante—. Pero al final comprendí que hacía tiempo que me había convertido en la mujer fuerte y segura que soy ahora. No iba a dejar que esto fuese un problema para mí.

—En mi caso no fue tan fácil —admití yo—. Pero llegué a la misma conclusión.

—También entendí, y ahora confirmo, que aunque para nosotros fuese algo traumático, para estos imbéciles sólo fue un pasatiempo temporal. Ni siquiera se acuerdan de nosotros.

—La gente cambia, supongo.

—Podrían cambiar antes —dijo ella antes de dar un sorbo a su ginebra con limón—. Al sistema educativo tampoco le vendría algún cambio. Por eso me hice profesora.

—¿Ya no sigues con la música? —quise saber, curioso—. Recuerdo que cantabas muy bien.

—Por mi cuenta. No hago nada profesional, si es lo que preguntas.

—¿Y nunca has pensado dar el paso?

—La verdad es que no —respondió decidida—. Es un buen entretenimiento, pero nada mas.

Alaia dio un sorbo a su copa de ginebra limón y comenzó a analizar de forma despreocupada los pinchos, snacks, tapas y diferentes pequeños platos que estaban expuestos sobre las mesas. Cogió una tapa con muy buena pinta, una croqueta de queso de cabra colocada sobre una fina rebanada de pan integral y pequeños trozos de jamón ibérico por encima. Yo me uní a su idea y saboree el delicioso pincho.

Mientras Alaia seguía escrutinando todas las mesas en busca de su siguiente bocado, mi mente no pudo evitar volver a preguntarse una cuestión que hacía mucho que había enterrado en mi subconsciente. Habían pasado mucho años y no estaba seguro de si debía externalizarlo, ni siquiera podía intuir si a Alaia le incomodaría la pregunta.

—Por cierto, Alaia... —comencé con miedo, sin realmente saber si quería escuchar la respuesta, pero siendo plenamente consciente de que si no lo preguntaba me arrepentiría.

—¿Sí?

—¿Por qué te fuiste sin avisar? —le pregunté yo, al fin. Después de tantos años necesitaba aclarar esa duda.

—Samu, yo... —esa había sido de las pocas veces en las que veía a Alaia con problemas para elegir sus palabras. Durante los años que había estado con ella cuando éramos pequeños, había sido una persona decidida y sin pelos en la lengua, pero aquella vez se encontraba cohibida, avergonzada incluso—. No lo sabía. Mis padres me lo dijeron de un día para otro y no pude hacer nada. Quise avisarte. Ponerme en contacto contigo. Pero después de saber todo lo que había sufrido en este instituto no quisieron que tuviese contacto con nada relacionado. Lo siento muchísimo...

Me quedé mirándola durante unos segundos, viendo como sus ojos relucían por las lagrimas acumuladas. Alaia levantó la mirada y pude ver cómo la vergüenza y la culpa recorrían aún su rostro. No pude hacer otra cosa que abrazarla.

Nos fundimos un abrazo que duró segundos, minutos o incluso horas, no habría sabido calcular el tiempo. Pero fue un abrazo que sanó una pequeña herida que siempre había estado en mi corazón, por muy lejana y olvidada que hubiese sido.

Cuatro canciones que susurrarteWhere stories live. Discover now