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–¡Cómo me duelen los pies, Mila!

Vero y yo llevábamos horas caminando de arriba abajo con las compras navideñas. La mañana había sido fructífera: tenía regalos para mi madre, mi padre, la tía Lucero y Eduardo, y todo por menos de ochenta dólares. ¡Un récord!

–Yo también estoy muerta -admití.

–Podríamos ir por esta calle, pasar por el Burguer King y así luego tomamos algún transporte que pase por ahí. Eso sí. me tienes que hacer un préstamo, porque me he quedado pelada.

–¿Te lo has gastado todo? ¡Pero si aún ni les has comprado nada a tus padres ni a tu hermano!

–Es que paso de regalarles. Estoy en uno de esos momentos en la vida en que me encantaría ser huérfana e hija única...

–¡Mira que eres idiota! -repliqué pasmada-. No sabes lo que dices...

Inevitablemente pensé en Lauren. Tal vez, de haber tenido padres o hermanos, su vida no habría sido tan complicada.

–¿A quién te recuerda la modelo de esa foto? -Vero se había detenido en una pequeña tienda de ropa. No había duda: la misma altura, la misma constitución y el mismo color de piel. Si uno no reparaba en los ojos cafés de la chica del cartel, podría decir que era Lauren en persona.

–La camiseta es muy linda y muy de su estilo... Seguro que le sienta fenomenal, porque al maniquí de al lado le queda clavada -no me había planteado la posibilidad de regalarle nada, pero aquello era perfecto-. Son veinte dólares... ¿Qué hago? ¿Se la compro?

–¿Tú estás loca? ¿Te vas a gastar veinte dólares en ella? ¡Dios, tú estás enamorada!

–¡Pero ¿qué dices?! No es eso... Es que seguro que no recibe muchos regalos y le va a hacer ilusión...

–Y quieres que te lo agradezca con un buen pol...

Le tapé la boca para impedir que dijera nada más, pues una señora que se había parado a nuestro lado no estaba fusilando con la mirada.

–¡Vamos! -tiré de ella hacia el interior de la tienda-. Al fin y al cabo, es Navidad.

Durante todo el día, no paré de darle vueltas a lo que había dicho Verónica. Yo me había pasado la vida pidiendo un hermanito para Navidad como el que pide un perro, hasta que mis padres se separaron y entendí que aquello no podía ser. Cuando años después mi madre conoció a Eduardo, él insistió hasta la saciedad, pero mi madre se negó. Decía que era demasiado mayor y que su maternidad ya estaba satisfecha conmigo. Yo tenía padre y madre, incluso padrastro. De hecho, mi problema era decidir con quién pasaba las fiestas, porque todos se peleaban por querer estar conmigo. Sin embargo, la historia de Lauren era bien distinta. Ella no tenía a nadie más que a Rubén y a Darío y, aunque la adoraban, no era lo mismo.

Poco a poco, una idea comenzó a forjarse en mi cabeza. No estaba segura de cómo podría tomárselo, pero cada vez estaba más decidida.

************

–Papá, ¿tú sabes de qué equipo es esta camiseta?

Mi padre era especialista en todos los deportes habidos y por haber. No se había inventado uno que no le gustara y en su casa, aparte de las noticias, solo se veían los programas deportivos. Si él no era capaz de determinar a qué equipo pertenecía aquella equipación roja con una insignia azul, nadie podría hacerlo.

–¿A ver? -se ajustó las gafas de cerca-. Yo diría que es de la selección cubana de rugby. ¿Quiénes son?

–Los padres de alguien. Es una historia un poco larga, pero...

Pero a tu lado  || Camren ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora