Capítulo 38

44 10 9
                                    

David

Pasó como una semana o algo así desde que llamé a León cuando sucedió lo de Lupe.

Venía de regreso de la escuela, trágico como de costumbre y con la camiseta sucia de tanto pasármela por la cara para secarme el sudor. Doña Fina me saludó desde su portal y me hizo plática. La escuché tratando de darle toda mi atención. Tenía ojeras y hablaba con menos entusiasmo de lo habitual. Al parecer llevaba días así, pero estaba tan enfrascado en mis propios problemas que tardé en darme cuenta de su estado. Le pregunté a mi madre si la había notado un poco rara y me dijo que desde el fallecimiento del padre de Cleo estaba cabizbaja, no tanto por él, sino por el hecho de recordar que la gente muere. Supongo que a su edad estas cosas le han de afectar más, aunque pensándolo bien a mi también me afectó al enterarme. A pesar de ser tremendo pesimista vivo tan alejado de la muerte, tan seguro de que llegará hasta que sea muy viejo, que el solo pensar en que a veces llega de repente me da escalofríos.

Mientras hablábamos de quién sabe que cosa Lupe se acercó, saludó con sequedad y le preguntó a doña Fina cuando iba a regresar León. Di un respingo al escuchar su nombre como si fuera una alarma. Apenas me estaba recuperando de la maldita llamada telefónica. El duelo de perder un amigo es algo que no le deseo a nadie. Ni siquiera a mis peores enemigos, a ellos les deseo otro tipo de torturas.

Doña Fina le dijo a Lupe que iba a tardar unos meses en volver, y después de un breve peloteo de oraciones, Lupe le explicó que quería reorganizar sus cajas con objetos recogidos, porque llevaban tanto tiempo en su sala que ya ni recordaba el contenido de algunas, y pensó que León podría ayudarle. Entonces doña Fina me ofreció a mí para el trabajo, y Lupe me miró por primera vez desde que llegó. Casi me eché para atrás; sus ojos parecían decir

Para bien y para mal, recibí tantas miradas hostiles durante mi infancia por parte de mayores que supe mostrarme indiferente.

—¿Te interesa el trabajo? —preguntó con escepticismo. Traté de no dejarme intimidar por sus ojos saltones.

En otras circunstancias me habría negado, pero yo quería convertirme en una persona diferente, y de pronto, se me ocurrió que podría empezar ayudando a Lupe. Era lo que alguien distinto a mí hubiera hecho, lo que León hubiera hecho, y pensé que si lo intentaba igual y algo en mí cambiaba.

Dejándome llevar por el impulso le dije a Lupe que le ayudaría.

De regreso a casa comencé a arrepentirme, y a pensar que lo más probable era que a Lupe le cayese mal, porque de niño lo espiaba, rondaba su casa y le decía a medio mundo que era brujo. Era bien odioso. Yo, no Lupe. Incluso recordé con vergüenza que una vez me descubrió mirándole detrás de las jardineras, y yo apenas le aguanté la mala cara antes de salir corriendo.

Le conté a mi madre sobre mi trabajo suicida, y pasada la sorpresa inicial sonrió de forma resplandeciente, mucho más contenta que yo por mi decisión.

—Ay mi amor no te preocupes, a Lupe no le caes mal. Tiene cara de gruñón, pero no te va a guardar rencor por algo que hiciste cuando estabas chiquito.

«Yo no sé, parece el tipo de persona que cuando te la jura es para siempre» pensé. Sea como fuera ya había dado mi palabra, y si no le caía mal de por sí le caería mal por rajón.

◇◆◇◆◇

Ayudé a Lupe después de la escuela como por cuatro días, en los que vaciamos el contenido de las cajas y lo clasificamos. Había desde objetos que le podrían ser de utilidad, como una cafetera en perfecto estado, hasta verdadera basura. La sala de Lupe quedó asquerosa, llena de polvo, telarañas, moho y cartón podrido, y después del primer día empecé a asistir con mascarilla para no morir de alergia.

Motas de polvo en la historia del mundoWhere stories live. Discover now