Capítulo 1. Episodio 1. Prisión

1 0 0
                                    

En medio del ocaso me hallé corriendo entre los árboles. Aun cuando tropecé con las raíces y caí, tragando nieve en el proceso no me detuve y seguí aquel rastro de pisadas a punto de desaparecer. No importa cómo, tenía que alcanzar al dueño.
Los quejidos que comenzaron a sonar alrededor del bosque solo me instaban a darme prisa, y así lo hice. De pronto tuve una sensación de desvanecimiento y lo siguiente que recuerdo es estar de rodillas, sintiendo en mis manos el calor del rojo escarlata que las cubrían, y al frente mío, un cuerpo sin vida.
El aire se me escapó, me cubrí la cara con las manos y cuando abrí la boca para gritar, un alarido diferente del mío, y que parecía provenir del mismo averno retumbó en mis huesos, convirtiendo mi entorno en un vórtice de oscuridad. Otro grito más se escuchó y esta vez fue suficiente para hacerme abrir los ojos de golpe. Mi corazón latía a mil, me sudaba la cara, y tenía el cuerpo entumido.
Tardé unos segundos en calmarme lo suficiente como para darme cuenta de que ya no estaba sobre la nieve. A pesar de la poca luz, cuando mis ojos se adaptaron noté que el piso debajo de mis manos y rodillas era de concreto. Después de ponerme de pie, comprobé mi entorno: una habitación cuadrada compuesta por paredes que se podrían venir abajo en cualquier momento, dominadas en gran parte por un moho negro, y en donde debería estar una cuarta pared, barrotes oxidados que daban hacia un pasillo en el cual apenas se podía ver algo. Como si fuera una prisión abandonada.
Me acerqué hasta los barrotes y los sacudí, pensando que cederían, sin embargo, no fue así. Aquellos tubos de acero ni siquiera temblaron.
—¡Oye! ¡Detente! —regañó una voz ronca—. ¡¿Quieres que nos maten?!
Llevé la vista al frente, donde estaba otra celda. Allí, vi a un hombre de mediana edad, con un cabello largo y sucio; parecía un pordiosero. El sujeto sostenía los barrotes mientras pegaba su cara a ellos lo más que podía.
—¿Dónde estamos? —pregunté desconcertado.
—¿Tú dónde crees? ¿Eres nuevo? —Hizo una pausa—. Está bien, solo mira tu ropa.
Haciendo caso de las palabras del extraño, observé que llevaba la misma vestimenta que él: sin contar la playera blanca que traía debajo, encima tenía un conjunto de pantalones y una chaqueta, ambos desgastados y de color naranja.
—¿Qué prisión es esta? ¿Por qué está en tan malas condiciones? —dije mientras seguía empujando el acero.
Ante mi falta de entendimiento el hombre comenzó a desesperarse, e insistió en que parara, pero yo no me quedaría aquí en contra de mi voluntad. Por lo menos, no en estas condiciones.
—¡Qué pares joder! ¡Nos matarán! —el sujeto, ahora con los ojos inyectados en sangre, siguió gritándome que me detuviera—: ¡Ah! ¡A-ahí viene!
No fueron las palabras del sujeto las que me detuvieron, sino el sonido de unos pasos en el corredor que rompieron el absoluto silencio entre las tinieblas. Aceché, intentando descubrir de quién se trataba, pero solo pude ver una figura uniformada de negro parada en la celda contigua a la mía. Parecía estar insertando unas llaves en el candado.
—¿Es un guardia…? —murmuré—. ¡Hey! ¡Tú! ¡Guardia! ¡Ven acá! ¿Quieres decirme dónde estoy y cómo llegué aquí? ¡Hey!
Sin embargo, mis palabras fueron ignoradas.
—¡No! ¡Alto! —rugió el reo frente a mí, con miedo en la voz.
El sonido de la celda al abrirse y luego cerrarse, hizo eco en el corredor. Y todo volvía a estar calmado.
Pensé que el guardia se había ido, sin embargo, en la celda del frente, el hombre se había retirado hasta el fondo y yacía en posición fetal, temblando.
—¿Qué rayos? —pensé para mis adentros. Momento en el cual volví a escuchar los pasos del guardia, y entonces, lo vi pasar, encorvado, y a paso lento frente a mi celda. Comprobé entonces, un uniforme militar negro, complementado por un par de botas y un sombrero a juego, así como guantes de cuero, pero por mucho que me esforcé no pude verle el rostro.
—¡Hey! ¡¿No me has oído antes?! ¡Esto es un secuestro!
El guardia siguió sin prestarme atención, y cuando estaba por sacar las manos para intentar alcanzarlo, me di cuenta de que su paso lento, se debía a que iba arrastrando por el pie a otro reo; ¿lo había sacado de la celda de al lado hace un momento?
La vista me pareció tan extraña que las palabras que estaban por salir de mi boca se esfumaron sin dejar rastro y mi impulso por sacar las manos se extinguió. Había estado en prisión antes, pero nunca vi que un guardia tratara de esta forma a un preso.
—¿E-eh? ¿Qué está pasando? —balbuceó el hombre en el piso, quién apenas despertaba. Desconcertado, miró la espalda de su captor —. ¡Ahh! ¡No! ¡Déjame!
El reo comenzó a forcejear, pateando con su pie libre y desgarrándose las uñas al tratar de sostenerse al suelo sin resultado alguno, pero la mano del guardia no cedió, entonces con pánico buscó a sus alrededores hasta que cruzó su mirada con la mía.
—¡A-ayúdame! ¡Me asesinará! ¡Me va a matar! ¡Te lo suplico!
Mi falta de respuesta causó que la desesperación del sujeto aumentará, acumulando lágrimas en sus ojos que evidenciaban el terror que le tenía al guardia. ¿Tal vez lo golpearían como castigo por haber incumplido una norma? Si esta era una de esas prisiones sin ley, entonces entendería toda esta situación.
Para mi sorpresa, antes de desaparecer de la vista de mi celda, en un último intento por frenar su destino, el reo logró tomar el ultimo barrote de mi celda.
—¡P-por favor!
No fue más de un segundo, pero se sintió como un minuto entero, hasta que reaccioné ante aquel aterrorizado hombre. Me agaché con prisa y cuando logré tenderle la mano la cara del hombre al fin enseñó un atisbo de esperanza.
—¡Gra-gracias! —sonrió aquel aun con lágrimas en los ojos, sin embargo, el alivio no tardó mucho.
Una gran fuerza tiró de nuevo del reo. Parecía como si cinco hombres intentaran llevárselo.
—¡Aguanta! —grité, esperando que aquel guardia se rindiera. No obstante, el jalón volvió a fortalecerse, lo cual me hizo perder el equilibrio y caer, soltando la mano del hombre, quien se sostuvo del barrote de nuevo.
Al levantar la vista, noté que la pierna del reo estaba libre, pero él seguía sosteniendo el barrote como si su vida dependiera de ello.
—E-ey, ya no tienes que preocuparte, ahora que puedes huy-… —mis palabras fueron interrumpidas cuando el guardia tomó ambos pies del preso y tiró de ellos otra vez.
La visión de un chorro de sangre y vísceras volando, machando todo el corredor, acompañada del sonido de la carne y huesos al desgarrarse rompió el silencio espectral e invadió el entorno. Incluso, parte de los intestinos de aquel hombre había caído sobre mis pies. Aquel ni siquiera había tenido tiempo de gritar.
—¡¿Qué…?!
Por si no fuera suficiente, el guardia caminó hasta el torso del hombre que aún se encontraba aferrada a los barrotes y le aplastó la cabeza con una de sus botas, como si de una sandía se tratara.
El aire se volvió gélido y sentía que me ahogaba de nuevo. Las manos me temblaban y la fuerza había abandonado mi cuerpo. Allí fue cuando el guardia me miró y por primera vez vi su rostro: no tenía rasgo alguno a excepción de un par de agujeros donde deberían estar los ojos, de los cuales se filtraba una fina niebla negra.
Rompiendo el miedo que me encadenaba, salté hacia la parte más lejana de mi celda, comprendiendo ahora, el terror del reo de la celda de enfrente. Estas cosas, no eran humanas, sino monstruos.
Apartando la vista de mí, el guardia (o lo que fuera esa cosa) recogió los restos del hombre y sin más vacilación, se los llevó entre manos. Dejándome con un hueco en el estómago.
Exactamente, ¿qué acababa de pasar? ¡Algo como eso no debería ser posible! Nunca había escuchado de un ser así. La mirada vacía que me atravesó como una bala y me heló el alma no desaparecía por muy fuerte que presionara los párpados, solo cuando la voz de esfuerzo del otro reo me alcanzó, levanté la cara.
El hombre estaba tendido en el piso, extendiendo su brazo fuera de los barrotes, como si intentara alcanzar algo en medio del pasillo. Intrigado porque hacía un momento me regañaba para que no causara alboroto, me acerqué para comprobar sus acciones, entonces la vi: un alambre del cual colgaban dos llaves negras.
No era tan tonto como para no darme cuenta de que esas podrían ser las llaves de la celda, así que de inmediato me tiré al piso y saqué el brazo para intentar alcanzarla, sin embargo, al igual que el otro todavía no llegaba.
Cuando el hombre se dio cuenta de que ahora yo también estaba intentando tomar las llaves comenzó a desesperarse.
—¡Por favor! ¡Déjame tenerlas! ¡Te juro que también abriré tu celda!
Incluso con lágrimas en los ojos, si una persona estaba bajo amenaza, su instinto de supervivencia podría predominar y centrarse solo en ella, eran pocas las personas que pensarían en ayudar al prójimo en una situación de vida o muerte. No me iba a arriesgar a que aquel hombre me abandonara, pero si conseguía las llaves, juraba liberarlo también.
Aquel reo de repente se levantó y decidió intentarlo con su pie, pero tampoco lo consiguió. Sabiendo que esta no era una prisión común, tenía que escapar a como diera lugar o de lo contrario podría terminar partido por la mitad. Con eso mente estiré mi hombro tanto como pude; tensé, destensé y volví a tensar mis músculos, entonces un “clac” se escuchó.
Con el hombro dislocado había ganado un par de centímetros en mi brazo y mi corazón dio un brinco cuando toqué las llaves con las yemas de los dedos. No obstante, por reflejo retiré la mano y mi hombro regresó a su lugar. El dolor momentáneo me impidió volver a repetir la acción así que solo pude presionar la mandíbula.
Mientras tanto, el otro hombre desgarró su chamarra naranja, le dio un par de vueltas y ató los extremos para que quedara como una soga gruesa, entonces la lanzó, dando en el blanco de sobra y atrajo las llaves a sí mismo.
A pesar de la poca luz podía apreciar las lágrimas de alegría en sus ojos cuando tomó las llaves entre manos, pero aquello no duró mucho tiempo. Las llaves, antes negras, comenzaron a ponerse al rojo vivo y a quemar la carne del reo quien antes de poder hacer algo, ya tenía un agujero atravesándole la mano.
Las llaves cayeron al suelo y regresaron a la normalidad, pero los bordes del agujero en la mano del hombre seguían encendidos y de a poco, comenzaron a propagarse por la carne del hombre como una hoja de papel al estar expuesta a una llama.
—¡Ahhhhhhh! ¡Apágenlo! ¡Apágenlo!
Los alaridos de sufrimiento hicieron eco en el pasillo y solo pude observar con impotencia la funesta escena delante de mí.
—¡No quiero morir! ¡No!
Ya era tarde, su brazo se había consumido y cuando llegó a su tronco, el hombre extendió su otra mano hacia mí.
—No quiero mor-…
Las palabras se apagaron al tiempo que todo el cuerpo del hombre se volvió cenizas como si una llama interna lo hubiera devorado.
Arrugué la nariz ante el olor a carne quemada que me había llegado; no pude soportarlo más. La arcada más asquerosa de mi vida se hizo presente y vomité.
Jadeando, me limpié la boca, pero eso no borró el sabor amargo ni mucho menos las imágenes del primer reo que había sido despedazado momentos antes ni del hombre de ahora.
Caí con el trasero de cara al piso en una esquina de la celda, y antes de siquiera cuestionarme nada, ahí estaba de nuevo el guardia. Abriendo la celda de enfrente. Recogió las cenizas de lo que antes fue un ser humano y se marchó, no sin antes dirigirme otra mirada por lo que me parecieron horas, aunque fueron solo unos segundos.
¿A caso estaba comprobando mi miedo? Aunque el pensamiento me irritó, no podía hacer nada, solo resignarme al encierro o morir de una forma inhumana, era un miedo real.
—Dios… —dije mientras me cubría el rostro—. Dame fuerzas… Dame fuerzas… Dame fuerzas…
Repetí la misma frase una y otra vez como un mantra.
—No quiero morir, Dios. No quiero morir.
Un calor comenzó a brotar en lo profundo de mi ser.
—Dios, dame fuerzas. No quiero morir… Dios…
Me levanté de golpe, puse las manos entre dos barrotes y tiré de ellos con todas mis fuerzas posibles, pero por muy antiguos que parecieran permanecieron inmóviles.
—¡DIOS!
Sin rendirme, dejé salir un grito y entonces, una algo se desbordó dentro de mí, llenándome de una fuerza desconocida gracias a la cual, el metal comenzó a doblarse hacia los lados.
—¡AHHH!
Seguí tirando tanto como pude hasta que el agujero fue tan grande como para permitir pasar a una persona de gran estatura y robustez como las mías.
Después de lograr aquella hazaña, tomé un momento para recuperar el aire. Observé con sorpresa los barrotes doblados: si tenían oxido entonces ya eran antiguos, y por eso había logrado aquello con esfuerzo, así que salí al pasillo. Solo podía distinguir hasta unas tres celdas por delante en ambos lados, pero tenía que avanzar.
Antes de ponerme en marcha, miré una vez más los barrotes. ¿Lo logré porque estaban oxidados? ¿Ya estaban a punto de romperse? ¡Claro que no! Sin importar su apariencia, algo me decía que nunca cederían.
—Gracias Dios —dije al tiempo que me persigné.
Sucedió al tiempo que rezaba así que no pudo ser una coincidencia. Lo que acababa de ocurrir fue algo simple: un milagro.
Me di la vuelta de nuevo y esperando no encontrarme con un guardia, me fui hacia la derecha.
Caminé despacio, casi sin hacer ruido. No pasó mucho tiempo cuando escuché los gritos de quejas de otros presos: “¡¿Dónde estoy?!”, “¡¿Dónde están mis pertenencias?!”, “¡No es la celda donde me encontraba anoche!” y demás cosas que también me preguntaba.
Aunque hablé con dos o tres personas no pude repetir la misma hazaña de doblar los barrotes de las celdas. Quería ayudar a esta gente, pero no sabía en qué momento podía ser atacado y si moría, entonces la posibilidad liberarlos se iría al garete, así que cuando me notaban corría y los ignoraba, aunque me pesara en el alma.
Después de cierto tiempo, había dejado de contar las celdas que me había alejado desde la mía, por otra parte, como no me había topado con ningún otro guardia y mis ojos ya se habían adaptado a la oscuridad, aceleré el paso.
Estuve caminando durante horas, pero no sentía que estuviera avanzando, hasta que en mi desesperación volví a tener un pensamiento que se había estado esfumando desde que escapé:
—Dios.
Sentí un calor en el corazón y comencé a avanzar con una luz renovada, entonces, cuando alcancé el fondo oscuro, las celdas habían cambiado… no, más bien los prisioneros.
—Basta… basta… p-para… ¡Te lo ruego!
Esta gente ya no estaba quejándose ni se veía molesta, a diferencia de las personas hasta ahora, estas estaban llorando, en posición fetal y rogando en el fondo de sus celdas.
Intenté hablarles, pero fue en vano, no me hacían caso así que, rindiéndome en comunicarme con ellos, volví a caminar, esta vez, no tardé tanto en notar otro cambio. Ahora los presos se encontraban sentados con la mirada perdida, algunos otros incluso sonreían con los ojos sin brillo. Un temor me invadió y ante las miradas casi de mofa, continué moviéndome, de repente, me di cuenta de que ahora las celdas estaban vacías.
Me acerqué a una para comprobarlo, pero no vi nada fuera de lo normal; otras no fueron diferentes. No fue hasta que, cuando me alejaba de la última, me pareció ver algo en la esquina de una celda. Me agaché y enfoqué la mirada, entonces vi que era solo una mano, con sangre goteando desde la muñeca cortada.
Me levanté por la sorpresa y comencé a correr, pero entonces comencé a ver miembros en las siguientes celdas. Comenzaron como manos o pies, y ahora eran torsos, hasta que al fondo del pasillo, visualicé una división en tres corredores. Cada uno tenía una especie de cartel de esos que se usan para indicar dónde está el baño en un edificio. El de la derecha eran un punto sobre un rectángulo vertical, con una línea en medio de las figuras, el de la izquierda tenía solo dos puntos, y el del centro tenía una especie de letra T escrita con la fuente Times New Roman.
Estaba por ir hacia el del frente, pero el sonido de pasos viniendo desde ese pasillo me puso en alerta por lo que, sin pensar, corrí hacia la derecha.
De nuevo con el temor de ser capturado, seguí mi instinto y al pasar de la esquina me di cuenta de que ya no había más celdas. Tal vez tendría que ver con lo que había al final de este pasillo.
Sin reparar en más cuestiones, corrí durante un tiempo, y cuando pensé que ya estaba a salvo de los pasos, mis ojos vieron una silueta que se tambaleaba en mi dirección. Mi corazón dio un vuelco mientras decidía si dar la vuelta, pero entonces la silueta se hizo más clara: era el mismo preso que había sido partido frente a mi celda.
—I-imposible… —tartamudeé—. ¡Yo te vi morir!
¿A caso este era otro milagro? Hace tiempo había dejado de buscarle la lógica a este sitio, en este momento solo me quedaba mi fe.
Sin vacilar más me recompuse y me acerqué a este.
—¡Hey! ¡No sé qué está sucediendo aquí ni cómo estás vivo, pero será mejor que nos larguemos! ¡Hey! ¡¿Me escuchaste?!
A pesar de sacudirle los hombros al sujeto, en ningún momento me miró por lo que al intentar darle una bofetada para que reaccionara, vi sus ojos: aquellos no tenían un atisbo de vida.
Sin rendirme decidí que si era necesario le prestaría un hombro y lo obligaría a caminar conmigo, pero cuando quise tomar su brazo para pasarlo sobre mi cuello, tuve una extraña sensación. Al observar su extremidad me llevé la sorpresa de que era más largo de lo que debía ser y que al final no se encontraba su mano, sino un pie.
Con un par de pasos hacia atrás, inspeccioné de nuevo al sujeto: donde debería estar su brazo derecho estaba su pierna izquierda, y en donde esta debería estar, se hallaba el brazo derecho. Para colmo, su tronco parecía estar colocado al revés.
—¡Dios mío! ¡Pero qué te ha pasado…!
Detrás de mí pasos se volvieron a escuchar y por si fuera poco el reo siguió caminando como si nada. Un poco de las náuseas habían regresado, pero fueron rápidamente sustituidas por el miedo, así que, sin insistirle más al hombre, seguí mi camino.
Mientras corría, más y más presos pasaron a mi lado. Al igual que el primero, estos también tenían miembros donde no correspondían, algunos incluso tenían la cabeza mirando hacia atrás. Parecían rompecabezas mal armados a propósito.
El pánico comenzó a apoderarse de mí hasta que dejé de verlos, entonces llegué a una sola puerta de acero.
Con temor, tomé el pestillo manchado de sangre y despacio abrí la puerta.
Un foco cuya luz parpadeaba como la llama de una fogata, iluminaba tenuemente el cuarto. Lo que me aterró, no fue la escena ante mí; no el guardia que tenía cuatro extremidades que sostenían un cuchillo, un serrucho, un machete y un martillo; tampoco la mesa de metal sobre la cual se encontraba un torso abierto y sin extremidades; ni mucho menos los numerosos miembros regados en toda la habitación ni la cantidad de sangre que inundaba el piso. Lo que me aterró, fue la masa de carne en el fondo del cuarto que absorbía todas las partes y luego las devolvía por otro orificio, donde salían “mal armados”.
La impresión me congeló y fue cuando el guardia me vio. Su cabeza se inclinó un como si me preguntara qué hacía allí. Dejando su “tarea” de lado, comenzó a caminar hacia mí.
Uno de sus brazos estaba por alcanzar mi cuello cuando de nuevo, lo que me había hecho moverme hasta ahora, salió de mis labios.
—Dios.
Me caí hacia atrás, evitando por poco el agarre de esa cosa, y sin perder el tiempo me levanté y corrí despavorido.
Aunque no escuché pasos que me siguieran, no me detuve y sin mirar atrás obligué a mis piernas a no detenerse.
En algún momento pasé el cruce de los tres corredores y sin darme cuenta tomé el de los dos puntos. Allí no vi a nadie. Al contrario de donde venía, la soledad sepulcral reinaba en este y aunque ya estaba harto de ella, esta vez fue reconfortante.
Cuando alcancé el final del pasillo, me volví a encontrar con una puerta de acero, pero esta era de color rojo. Me pegué a ella para escuchar algo, pero no pude captar ningún sonido.
Tomé el pestillo y con más temor del que tenía antes la abrí.
Para mi sorpresa, me encontré con lo que parecía una membrana roja atravesada por una franja negra en vertical.
—¿Qué es esto…?
Aunque no entendí lo que estaba viendo, mi cabello se erizó y un escalofrío recorrió mi espalda. Por un momento me pareció como si aquella membrana se hubiera movido, y por inercia acerqué la mano, pero justo cuando estaba por tocarlo, otras dos membranas de un color negro opaco cubrieron la mitad inferior y superior.
—¿Eh?
Entonces esa cosa se volvió a abrir y mi reflejo en ella se hizo claro, así como mi compresión: estaba siendo observado.
Al igual que en el otro pasillo, di dos pasos hacia atrás cuando supe qué tenía frente a mí, pero algo me impidió seguir retrocediendo. Cuando giré la cabeza lo único que pude ver fue a un guardia balanceando un mazo en mi dirección, y todo se puso negro.

Infierno De La Eternidad (Borradores)Where stories live. Discover now