capítulo seis

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Lady Cath

Entrenaron al salón, pequeño, de un rosada pálido, iluminado con candelabros altos y con el olor de las flores que hicieron que Edie arrugara la nariz.

Ian se adentró más con Edie y Sol a su espalda y con la mano de Iana sobre su brazo, firme. Liria también arrugó la nariz al sentir el olor dulzón, y por su rostro, al parecer tampoco le gustaba la decoración del lugar.

Al mirar con más atención por el salón notó que no había más de cuarenta personas. Todas más absordas en sus propias conversaciones, apartadas en esquinas del salón, para mirarlos, y algunos apartaron la mirada de inmediato. Un sentimiento de incomodidad lo invadió de golpe, como si estuvieran fuera de lugar entre esas paredes rosadas.

En realidad, comprobó, dando un vistazo al salón, que estaban fuera de lugar.

Iana tenía esa expresión de aburrimiento, demasiado ceñuda. Y Edie mantenía su semblante inexpresivo y la postura recta, también severa.

A la vista todo era vestidos con colores chillones, sombreros con copas, cabellos llenos de escarcha, labios pintados con brillos. Todo un escenario de colores. Esa fue la segunda vez que se sintió fuera de lugar, al menos en un sitio que no era el Castillo. También fue la primera vez que notó el miedo en los ojos de otros. El miedo debido a él.

Y el desprecio. Conocía las muecas de disimulo desagrado que se escondían detrás de las copas y los susurros.

Comprendió que también era la primera vez que se dejaba ver ante una multitud que no eran sus conocidos del Reino del Tormento.

Cuando se giró en dirección a su hermana seguía con ese semblante soberbio, aburrido, una mueca de asco. 

—¿Es que nadie va a venir a recibirnos?—susurró Iana—. Somos más importantes que esto. Es una suerte que no podamos ser hostiles con otros reinos.

—Es casi gracioso, ¿No te parece, Iana? Piensan que somos peligrosos, intentan fingir que no nos notan—susurró Edie—, como si eso fuera a servirles de algo.

—Como si tuvieran oportunidad—señaló Iana, y ambos se sonrieron con perversión.

—Si alguien se atreve a decirte algo, no me haré responsable de mis acciones, una palabra, tan sólo una mirada y pobres humanos, Ian—le susurró Edie, cerca del oído.

—No podemos atacar a humanos, Edie—le recordó. Su amigo ya estaba mirando con recelo el lugar, analizando los rostros que veía pasar.

—¿Y quién dice que no se puede atacar a otros de maneras sutiles y mortales a la vez, mi queridísimo rey?

—Dime, ¿Acabas de insinuarle al Rey del Tormento que es probable que ataques humanos?

—Si te hacen algo o considero que su comportamiento no me gusta, claro. Me considero un chico razonable, Ian.

—¡No vas a envenenar a alguien!—le susurró—, y menos a humanos. En serio, no. 

—No prometo nada—fue la respuesta de Edie. Le sonrió, en su mejor intento de aparentar inocencia. Le ajustó la corona sobre la cabeza, y le quitó con suavidad los mechones que le cubrían el rostro, Ian sintió el toque suave de sus guantes sobre sus mejillas, luego con un dedo le alzó el rostro, y se giró de nuevo, para seguir mirando el salón con desconfianza. No sin antes dirigirle su mirada divertida.

La mirada de problemas.

¿Sería muy tarde para darse la vuelta y volver?

Edie ya estaba negando al atraparlo mirando la puerta, conociendo el rumbo de sus pensamientos.

Un trono vacíoWhere stories live. Discover now