~prólogo

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Ian creció en un ambiente poco acogedor. Casi oscuro y poco agradable. Por eso era normal que se sorprendieran cuando sonreía y parecía tan risueño la mayor parte del tiempo. Y por supuesto, que pudo llegar a enamorarse.

Si alguien le preguntara cómo se enamoró, no sabría decirlo. Porque no lo recordaba. Sucedió que un día se despertó y los sentimientos ya llevaban alojados en él tanto tiempo que no sabía cómo deshacerlos—y tampoco quería, a decir verdad—. Pero lo que recuerda es como lo conoció. Como un día llegó a su puerta y se quedó. Y luego, por muchas razones que aún no sabía explicar, se enamoró.

Lo primero que pasó por la mente de Ian al verlo es que la tristeza lo abarcaba completamente. Parecía estar compuesto por diferentes capas de sentimientos tristes o por la sombra de tantos tormentos, lo cual era inusual. Nadie debería notar eso en un niño de ocho años. Tan pequeño y frágil. Un niño de grandes ojos muy verdes, cabello enmarañado que le caía en toda la cara, unas extrañas sombras marrones debajo de los ojos y sobre los párpados que abarcaban la mitad de sus mejillas. No miraba a nadie. Era todo ojos bajos, nerviosos y tímidos. Lo sabía por la manera en que apartaba la mirada, se abrazaba así mismo y bajaba la cabeza. Caminaba como si temiera pisar algo y que le hiciera daño.

Podría haber querido abrazarlo en ese instante.

Lo segundo que notó, es que se aferraba a la capa de viaje del hombre que caminaba a su lado, el nuevo General, Edwin de Fides.

A diferencia del niño, el hombre miraba al frente. Aunque también parecía nervioso. El nuevo General tenía el mismo cabello castaño del niño y sus ojos verdes. Se veía el parecido entre ambos, y por su lado, se veían igual de asustados. Aunque él no tenía esas raras manchas marrones en su rostro.

La madre de Ian, la reina, inspeccionó al hombre con recelo, le daba esa sonrisa, fingida cordialidad, que resultaba amenazante. Y el simple gesto asustó más a el niño. Y tendría mucha razón. Su madre tenía esa expresión desdeñosa y cruel, esos ojos muy negros que entrecerraba y daba miradas furiosas a los demás. Y cuando la mujer le dirigió una mirada penetrante al niño, este pareció encogerse sólo un poco más.

Ian se asomó detrás de una vieja estatua de un cuervo sobre un jarrón, sabía que su madre lo reprendería después, pero no le importó. Caminó hasta ellos y fue muy consciente que el niño al mirarlo se escondió más detrás de su padre.

Se preguntó por qué tenía tanto miedo. O a qué.

Ian—le llamó su madre en tono suave, desinteresado y aunque aparentaba tranquilidad, había una reprimenda muy clara que él conocía y una voz peligrosa también.

—Escuché que había visitas—fue la respuesta de Ian, le sonrió a su madre y ella no le devolvió el gesto.

—Tengo una reunión importante con el nuevo General—le espetó, y sabía que quería decir que no podría entrar en el salón de reuniones y no quería interrupciones—. Quiero que te vayas con Margaret y no te veré hasta que te lo ordene, ¿entendido?

Él asintió.

—¿Madre?—le susurró, ella entrecerró los ojos y se inclinó un poco para oírlo mejor—, dudo que el hijo del nuevo General deba asistir a tu reunión, yo...—se aclaró la garganta, su madre odiaba que balbuceara, vacilara o se equivocara al hablar—, ¿Podría enseñarle el lugar? Sé que...—otra mirada furiosa al oírlo titubear—... no te gustaría que estuviera en una reunión que es crucial para ti.

Un trono vacíoWhere stories live. Discover now