capítulo cuatro

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No hay otra cosa para ti, Ian del Tormentum

Esmeralda del Augurio parpadeó, confundida. Pareció desconcertada por unos segundos, pero se las arregló para apretar los labios y sonreír.

Y el chico que había vivido toda su vida observando a su madre, haciendo expresiones falsas, le fue tan sencillo reconocer que tras esa sonrisa forzada estaba la ira.

—¿Qué ha dicho, mi rey?

—Yo...—sentía la mirada de todos sus amigos, junto a sus ceños fruncidos—, no sabía que estábamos comprometidos.

La chica soltó una risa y el agarre en sus manos se hizo más fuerte.

—¿Está negando la verdad?—habló con voz controlada.

Ian retiró sus manos y retrocedió un paso lejos de ella, chocó con la espalda de Edie y eso pareció indignarla, aún más.

—Estoy diciendo que nadie me comunicó de estos eventos—explicó Ian, de espacio y con voz serena.

Se preguntó si acaso no sabía que estaban rodeados de ojos curiosos y oídos atentos. Incluso podía sentirlos, todas esas miradas y toda esa horrible atención que lo provocaba encerrarse en la habitación más oscura del castillo y no salir por días. Y tuvo la teoría que, quizás, sabía y sólo quería hacerle quedar mal frente a todos. ¿Ella sería consciente que, si quedaba como un patán, sería algo bueno para su inexistente reputación de rey malvado? Aunque no quería quedar como un patán si lo pensaba bien. 

—Por lo que sé, yo no estoy comprometido... eh, milady.

Su risa sonó falsa, vacía. No parecía disimular la forma en que su expresión se volvía más amenazante.

Las risas falsas esconden amenazas.

Los seres del Augurio manipulan sus destinos para obtener lo que quieren. Recordó la voz de su padre, una advertencia indirecta para no confiar.

No confiar en personas como ella.

—Miente—aseguró Esmeralda—. Mentiras, mentiras, ¿Cómo puede decirme eso?—soltó, con los dientes apretados.

No corras, por favor. No puedes salir otra vez. No puedes. No debes.

Esmeralda intentaba contener su expresión de rabia al no tener respuesta de su parte.

No le iba muy bien.

No podía entenderla. Prácticamente, se presentó y a los segundos declaró en una habitación llena de gente—buitres aristócratas, en opinión de Iana—que estaban comprometidos. Nunca habían tenido una interacción en su vida. ¡Ni siquiera la conocía! ¡Y anunciaba que estaban comprometidos!

Si su madre fue capaz de comprometerlo y no se lo dijo...

Milady—decidió intervenir Luisa, al ver el rostro consternado de Ian, y su expresión paralizada—. Soy la encargada de la lista de las candidatas para la elección del compromiso del rey y aún no se ha decidido, por lo que sé, esta es una equivocación. Y espero que no esté insinuando que el rey del Tormento es un mentiroso, por Dios, ¿No sería eso una acusación, cierto?—dijo, con una falsa voz de sorpresa.

Luisa se alisó la chaqueta de cuero y sonrió hacia Ian.

Tenía esa mirada de "intenta decir lo contrario y voy a cortarte la garganta".

Por razones de supervivencia no lo hizo.

Luego, fue Félix quien le sonrió a la princesa, que le dio una mirada asqueada, y se aclaró la garganta para decir:

Un trono vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora