capítulo dos

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El descubrimiento de Ian

La hoja efímera, y sobre todo sus semillas, causan arranques de sinceridad, risas y en algunos casos, delirios. Todos estos síntomas te llevaban a la muerte. Una muerta entre risas. Un instante se ríe y al otro se muere. Ataca una parte del cerebro, no podría recordar cuál. La ciega, es como si modificara un comportamiento en el cerebro y te mata en el proceso—informó Edie, después de sacarlo de la habitación de su padre, casi a rastras.

Cuando la noticia llegó a cada rincón del Castillo, fue la única que vez, donde Ian podría decir, que presenció el desastre. Las voces, los gritos y los pasos que rompieron todo la rutina silenciosa, la calma escalofriante que siempre los rodeaba.

Guardias que corrían, gritos de su madre, cortesanos a su espalda soltando frases sobre estrategias y puntos débiles del castillo y desastres en el futuro, peligros para el heredero al trono. Fue como si la lluvia hubiera roto las ventanas de la forma más desastrosa y ruidosa; fría e insoportable.

Ian observó todo esto en el pasillo, afuera de la habitación de su padre, mirando su cuerpo recostado sobre su cama. Sintió la mirada preocupada de Edie, y recargó la cabeza en su hombro. Las lágrimas cayeron y él dejó que fluyeran; no había tanta luz, un rostro lloroso no puede ser tan repugnante, no podría hacerlo débil. Su amigo recargó la cabeza en la suya, a modo de consuelo, y el gesto lo hizo llorar con más fuerza, porque dolía y era agradable a partes iguales y siente que es un caos, porque su padre está muerto y Edie huele a algo que parece ser dulzón y cítrico, le hace creer que puede ser el olor a la paz después de la lluvia fuerte y desesperante. Pero no lo es. Es algo, y no sabe qué.

A su alrededor Vicente apoyaba la cabeza sobre la pared, sus hombros se sacudían, Wilson gritaba algo en el piso de abajo. Liria, su escolta, los miraba con tristeza al ver que restregaba la cara en el hombro de Edie.

Maggie estaba sentada en el borde de la cama mirando a su padre desde ahí. Las lágrimas le caían en silencio con esa expresión ida y vacía. Nadie se atrevió a tocarla, ni a decirle nada. Incluso los guardias parecían darle espacio. La imagen se veía tan rota, un poco íntima, de cierto modo, dolorosa. 

¿Y dónde estaba su hermana?¿ Quién se lo diría? ¿Lo sabría ya?

El Castillo del Tormentum se sintió ruidoso y aún más macabro. Más frío. Tenebroso. La sensación era similar cuando Ian estaba en su habitación, a mitad de la noche, siendo un niño y teniendo miedo de la oscuridad, a las voces de la gente, a las miradas de desconocidos que lo hacían temblar.

Y finalmente cuando los guardias sacaron el cuerpo del rey de la habitación Ian escondió la cara en el hombro de Edie y lloró con más fuerza, escuchó jadeos y sollozos que seguramente pertenecían a Maggie.

Todo se veía muerto. Paredes oscuras, escalones negros, cielo cubierto de nubes espesas.

Y un cadáver.

Era sofocante. Tan malditamente insoportable.

—¡Ian!—escuchó a Edie, cerca, pero lejano a la vez—miraba a los guardias bajar las escaleras, Maggie seguía llorando en la habitación de su padre.

Y luego escuchó el grito. Fuerte, entrecortado y lleno de dolor, Ian sintió un pinchazo doloroso al escucharlo.

Venía de abajo, al final de las escaleras.

Su hermana se enteró.

Ian nunca estuvo tan agradecido de la falta de luz en ese momento. La oscuridad le permitía esconderse. Llorar en el hombro de Edie sin que otros lo vieran con claridad era liberador.

Un trono vacíoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن