♠TREINTA♠

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Esa mañana, cuando llegué a mi cabaña en el club bucanero, me sentía más cansado que antes, no solo por la resaca de todas las porquerías que le metí a mi cuerpo, sino porque sentía un vacío mucho más grande que antes y el maldito sol justo arriba de mi cabeza no ayudaba en nada.

Cuando me desperté, estaba solo y aunque me di un regaderazo y de pasada limpié los restos de cocaína que estaban en el lavabo, me sentía sudoroso por causa de la abrumadora humedad de esa ciudad.

Le di una buena propina al chico del carrito que me llevó hasta mi puerta y me dispuse a tomar una buena siesta que bastante falta me hacía.

Entré a la cabaña, me quité la camisa y me serví un enorme vaso con agua helada para mitigar un poco la sequedad en mi boca. Después de tanto alcohol y nicotina, la sentía pastosa y asquerosa.

El agua helada resbaló por mi garganta como un suave ungüento que me refrescó y al mismo tiempo me hizo olvidarme del horrible sabor salobre de la intoxicación. Todo en esa ciudad tenía un dejo salado detrás, desde el agua, el aire, la lluvia, el ambiente en general.

Escuché la regadera y me detuve en seco, pensando que quizá me había equivocado de cabaña, luego mi lógica me dijo que, de ser así, mi código no hubiera abierto la cerradura.

Me acerqué despacio para poder inspeccionar. Quizá algún loco se había metido a mi casa, pero me encontré con la figura delgada y definida de Megan dentro de mi regadera.

Me recargué en el marco de la puerta y crucé mis brazos, la chiquilla estaba como si nada tomándose una ducha en mi cabaña y ni siquiera se dio cuenta de mi presencia. Me permití admirarla por unos minutos.

Era delgada, quizá demasiado para su estatura que yo calculaba en un metro y setenta. Su cabello había crecido desde que la conocí y ahora lo llevaba a media espalda, de un rubio platinado exagerado, pero que combinaba a la perfección con su piel blanca como la leche. Cuando la conocí, lo tenía castaño y corto.

Tenía el rostro bajo la regadera, los ojos cerrados y se frotaba la piel con el gel de ducha que despedía un olor cítrico. Sus palmas se movían suaves y firmes llevando la espuma por su vientre y luego entre los pliegues de sus piernas, donde se detuvo un poco más.

Vi su expresión aniñada cambiar a una más sensual, sus gestos me dijeron lo que la espuma ocultaba y abrió los labios mientras pasaba su lengua sobre ellos. Se estaba masturbando en mi ducha.

Cualquier otro se habría emocionado al ver semejante despliegue de sensualidad, pero yo solo pude sentir vergüenza por estar ahí.

Megan era una niña, apenas un mes atrás había cumplido los 18 y yo no podía verla de un modo sexual y, aun así, la noche anterior, en medio de aquella batalla de cuerpos, había estado dentro de ella, la había follado, había succionado sus pezones rosados y me había deleitado haciéndolo.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Where stories live. Discover now