♠VEINTICINCO♠

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Estábamos en la sala de mi departamento, Kendra recargada en el sillón individual, la espalda reclinada y las manos sobre los costados. Yo, en el sofá de dos plazas frente a ella, los codos en mis rodillas y las manos sujetando mi frente.

Había pasado una hora desde que la conversación había llegado a un impasse prolongado.

Yo no tenía nada más que decir. Al menos, nada que quisiera que Kendra supiera, y ella no decía nada.

Se había levantado de junto a mí, había tomado un cigarro de su bolso y en la última hora, había encendido al menos cinco, y un trago de wiski que se sirvió y dejó a medias.

Ambos estábamos atrapados en ese lapso de tiempo, quizá un poco mas prolongado de lo necesario, pero no parecía incomodo. Ella de pronto hacía ademan de querer hablar, pero ahogaba sus palabras con una calada al cigarro y luego se volvía a reclinar en el sillón.

Yo me sentía en paz.

Necesitaba hablar con alguien de Vannia.

Pero en mi casa, todos evitaban el tema. Desde Judi, que creía que, si no hablaba de ello, de ese modo no traería recuerdos tristes a mi vida, pasando por mi madre, a quien le dolía el rumbo que había tomado mi vida en aquel momento y se culpaba por haber estado demasiado ebria o dormida para, según ella, prestarme atención. Y luego estaba mi padre.

Para él, hablar de Vannia —si es que conocía su nombre, ya que siempre se refería a ella como "esa muchachita"— era un recordatorio de lo imperfecto que era su hijo bastardo. Supongo que se recriminaba el no haberse quedado al lado de sus hijos legítimos.

Pero, además de ellos, no había nadie mas con quien pudiera hablar de ella. Mi terapeuta no contaba, él quería que pensara en Vannia como "un error en mi pasado".

Para ellos era fácil. Supongo.

Ellos no tenían que lidiar con su voz en mi cabeza, su imagen mezclándose con la realidad, su carita burlona asechándome para escarnecerse por cualquier posible error.

Vannia estaba muerta para todos, pero para mí. Estaba tan viva como el primer día que la vi en aquel sótano, jugando con un vaso de cerveza y sus anillos de fantasía destellando luces en los rostros de Ernesto y sus amigos.

Mi culpa la revivía cada vez más frecuentemente.

Y para ese momento, en menos de veinticuatro horas le había hablado de ella a dos personas distintas e inconexas.

Kendra, que en aquel momento se encontraba procesando todas mis palabras, y mi profesor de sociología y ética.

Al principio, hablar con el profesor Eduardo me había parecido incomodo, pero, una vez que empecé a hablar de ella, fue todo mucho más fácil.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin