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Cuando amaneció Klaus se descubrió recostado al lado de la cueva. Estiró los brazos para desperezarse y buscó a Cinco en el pequeño hueco, pero el sitio estaba vacío.

Klaus inhaló varias veces. Caminó en línea recta entre las palmeras hasta llegar al enorme manto de arena blanca y suave al tacto con sus pies.

Cinco estaba arrodillado en medio de la arena, cavando un agujero extenso con las manos.

-¿Qué haces?- Klaus se acercó y notó con cierta sorpresa que su hermanastro había hecho modificaciones a su ropa. Al menos a sus pantalones, porque ya no llevaba la camisa. Los había cortado arriba de las rodillas, pero ¿Con qué?

-Traeme esas piedras de allá- pidió Cinco, haciendo visera con su brazo para señalar al otro lado de la isla, donde había un pilar de rocas.

-A la orden- sonrió Klaus, ufano al saberse útil. Le tomó tres vueltas llevar todo el cargamento. Cuando terminó Cinco empezó a acomodarlas en círculo, cercando el agujero-. ¿Para qué es todo esto?

Cinco suspiró.

-Es para la fogata. Lee lo que escribí a dos metros detrás mío.

Klaus se dirigió al lugar señalado. Cinco había hecho anotaciones con una vara sobre la arena blanda.

"Lista de prioridades:

Número uno: encender una fogata.

Número dos: reunir hojas para el refugio.

Número tres: buscar la comida del día"

Gratamente sorprendido, Klaus regresó junto a Cinco y se puso de cuclillas a su lado, mientras lo observaba colocar trozos de leña de forma paralela dentro del agujero.

-¿Cómo cortaste eso?- quiso saber.

Sin perder la concentración en lo que hacía, Cinco le extendió el borde mellado de una parte de una hélice del avión.

-La arena la arrastró junto a otras piezas que me serán de ayuda para construir la hoguera- explicó con relativa calma-. Tu pedido de auxilio se borró con las olas, Klaus. Podrías ocuparte de reescribirlo en lo que enciendo la hoguera.

Klaus asintió y fue a buscar más rocas y ramas en el interior de la isla. Mientras exploraba recordó que no habían comido nada todavía. Además estaba entre los puntos numerados en la arena. Podía hacerse cargo de dos cosas a la vez y así Cinco estaría orgulloso de su iniciativa.

Alegre y optimista, Klaus bajó el puño de piedras y comenzó a buscar algún manojo de bananas en las palmeras más  bajas.

No tuvo suerte. Los cocos tampoco estaban a su alcance. Empezaba a maldecir su suerte cuando se encontró con un amplio arbusto de apetitosas bayas rojas.

-Genial- celebró arrancando varios racimos para llevar. Sentía algo de hambre, así que decidió comer unas cuantas para tener energía. Entonces vertió el resto de las bayas sobre una hoja de palmera y la enrolló con cuidado para llevarla hasta la playa.

Primero la comida. Después lo demás.

Cinco estaba apilando ramas secas y trozos más pequeños de la corteza de un tronco cuando Klaus llegó con su carga.

Extrañamente su visión se tornó borrosa. La luz del sol le lastimaba los ojos. Tenía picazón en el cuerpo y le martilleaba la cabeza.

-¿Klaus?- Cinco soltó el trozo de vidrio con el que pretendía focalizar los rayos del sol para correr en su ayuda.

Klaus acababa de caer de bruces sobre la arena y cuando Cinco le dio la vuelta, notó sus pupilas dilatadas y leves sacudidas que predecían una convulsión inminente.

Aterrado, Cinco volvió la mirada a la hoja de palmera. La abrió y registró el contenido.

-¿Podría ser?- elevó una de las diminutas esferas rojizas y la soltó en el acto-. Creo que es Belladona. Klaus...¡Klaus!

Las convulsiones habían iniciado. El rostro circunspecto de Cinco se contrajo en un paroxismo de pánico.

Apesadumbrado, se sostuvo la cabeza y se forzó a pensar en una posible solución.

-Debo inducirle el vómito- reflexionó en tanto corría por una de las cáscaras vacías de coco de la noche anterior.

Deprisa, corrió hasta la playa para llenar la mitad de la cáscara con agua del mar. Luego volvió con Klaus y lo giró suavemente de costado.

La convulsión había cesado del todo. Pero Klaus seguía inconsciente.

-Klaus. Necesito que te bebas esto ahora- aguardó unos segundos y, al no obtener respuesta, trató de sentarlo para abrirle la boca y darle a beber el agua a la fuerza.

Sabía de antemano que aquello era peligroso. No debía exceder la dosis o Klaus se deshidrataría.

-Solo un poco- vertió un chorro dentro de su boca y lo sujetó de la espalda para hacerle llevar la cabeza hacia atrás-. Por favor, Klaus.

En este punto Cinco había comenzado a temblar. Le aterrorizaba la idea de perder a su único compañero en la isla, pero además era un ser querido. Quizá las cosas estuvieran revueltas ahora, pero en otro tiempo había amado a Klaus con cada fibra de su ser. No era tan diferente en la actualidad, pero se cuidaba de mostrar abiertamente sus emociones.

En menos de dos minutos Klaus devolvió el estómago sobre la arena. Sólo hasta entonces, Cinco se tranquilizó y pudo respirar con calma.

Una vez que Klaus volvió en si, Cinco contuvo a duras penas las ganas de golpearlo en pleno rostro por el susto que le había hecho pasar.

-Idiota- lo reprendió con voz ronca-. ¿Cuántas bayas comiste?

Confundido, paralizado y adolorido, Klaus se tocó la cara. Aún veía un poco borroso y sentía muchas náuseas y cosquilleos.

-Unas siete- contestó levantando cuatro dedos.

Cinco rodó los ojos y suspiró con alivio.

-Más vale que sea verdad. Las toxinas de la belladona estarán en tu sistema nervioso las próximas tres horas- esclareció yendo a tomar las demás bayas para pisarlas y enterrarlas-. Por Dios, Klaus...¿Es que no piensas?...Debiste preguntarme primero. De ahora en adelante no harás nada hasta consultarlo conmigo.

Klaus, que seguía con la mirada perdida y una molesta picazón en la garganta, asintió mecánicamente.

Verlo tan vulnerable activó el instinto protector de número Cinco. Aprovechando que Klaus no estaba en sus cinco sentidos, se agachó frente a él y lo envolvió en un fuerte abrazo.

-Ahora recuestate en lo que te consigo agua. Solo me falta que te deshidrates después de esto.

Presuroso tomó la roca más grande para ir a arrojarla sobre una de las palmeras.

"Ya vendrán a rescatarnos. Cuando construya la fogata y vean el fuego. O cuando rastreen las últimas coordenadas del avión"

Repitiéndose el mismo pensamiento, Cinco continuó arrojando la piedra.

Si no te hubiera conocido Where stories live. Discover now