1. Quien tenga miedo a morir, que no nazca

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THEA

La gente suele describirme con la palabra "apasionada". A veces también usan el "determinada". Yo sabía que esos eran eufemismos para no decir "obsesionada" y "terca".

Desde pequeña hasta el día de hoy me había obsesionado con varias cosas: el ajedrez, la física, los números binarios y la electrónica. Pero mi mayor obsesión, por encima de todas, era la que tenía por las novelas románticas. Y no de cualquier tipo, sino las históricas. Esas con príncipes, princesas y duques, con protagonistas determinadas y mucho, muchísimo drama.

Esas novelas me habían convertido en la chica que era ahora. De ellas aprendí a perseguir mis sueños, como aquella princesa de un reino pequeño que se enamoró de un duque malvado y viajó hasta su castillo para pedir su mano, o la que rompió su compromiso con un noble para convertirse en comerciante y viajar por el mundo. Todas ellas me habían enseñado que para vivir mi propia aventura tenía que seguir mi corazón y tomar decisiones arriesgadas, incluso peligrosas.

Por eso decidí aplicar para ese programa de intercambio en la otra punta del país. Cuando en medio de una clase uno de los profesores me extendió el folleto con los nombres de las instituciones que formaban parte del programa supe que era una señal del destino. Esta era mi oportunidad para volver a mi ciudad natal y verlo.

Verlo a él.

—Escúchame, Thea. Todavía hay tiempo para echarse atrás —dijo Felix—. No tienes que hacer esto.

Levanté la mirada de mi computadora portátil y le entrecerré los ojos a mi amigo. Felix estaba parado dente a mí, del otro lado de la mesa de desayuno de mi cocina. Tenía su laptop abierta, al igual que yo, pero él se había bajado del taburete para comenzar a caminar en círculos mientras se mordía la uña del dedo pulgar.

Felix y yo éramos amigos desde que nos conocimos en la primaria, hace casi diez años. Desde entonces fuimos inseparables e, incluso, llegamos a salir durante la secundaria. No duró más de una semana, porque nos dimos cuenta que no éramos capaces ni de darnos un beso, y continuamos siendo amigos. Pero papá a veces se refería a él como mi novio.

Él era todo lo opuesto a mí en personalidad: un cobarde. Le gustaba denominarse a sí mismo como mi voz de la razón y, según él, esta idea de viajar hasta otro país "porque así lo quería el destino" le parecía ridícula. Pero seguía siendo mi mejor amigo, y si yo iba, él iría también, así que los dos acabamos aplicando para la beca de intercambio.

Ahora ambos estábamos en la mesa de mi cocina, listos para abrir nuestros correos y descubrir si habíamos sido aceptados, y él no estaba lidiando muy bien con el estrés.

—No tienes que acompañarme si no quieres —repetí por décima vez.

Felix se pasó una mano por el cabello. Lo tenía rizado, algo largo y de un castaño claro precioso. Sus ojos eran, sorprendentemente, del mismo tono, y cuando se preocupaba le brillaban como si fuera un perrito apenado.

—Por supuesto que voy a acompañarte. —Extendió los brazos y después los dejó caer—. Soy como un caniche: me dará ansiedad por separación si no lo hago.

—Ay, es cierto. Pareces un caniche —Le sonreí enternecida. Habría sentido pena por él si no fuera porque él decidió meterse en esto por voluntad propia. Yo jamás le pedí que me acompañara en esta idea loca, pero si era sincera, probablemente hubiera hecho lo mismo por él—. Ahora siéntate. Quiero saber si volveré a ver a mi príncipe.

"Príncipe" era el apodo que Felix y yo le habíamos puesto a ese chico de la infancia que conocí en mi ciudad natal, antes de que mi familia y yo emigráramos. Nuestros padres eran mejores amigos y, luego de que su padre muriera, nos hicimos más cercanos. Él me enseñó a jugar ajedrez y yo le leí mis cuentos más preciados sobre princesas, ladrones, piratas y caballeros de armadura. Todo fue bien, hasta que dejó de hacerlo.

Mi padre tenía un negocio aquí y tuvimos que mudarnos. Creí que seguiríamos en contacto, pero él no lo quiso así. Cada vez que lo llamaba o preguntaba por él, su madre me respondía que estaba ocupado o no quería hablar. Con el tiempo me di cuenta de que esas eran excusas para no hablar conmigo y tuve que asimilar la realidad: por alguna razón, Erik me detestaba. Y yo quería saber el por qué.

Incluso aunque eso implicara pedir una beca en el instituto al que asistía y volar hasta allí sólo para verlo.

A mí nadie me dejaba con el chisme a medias.

—A la cuenta de tres abrimos el correo —dije.

Felix tomó asiento en el taburete de enfrente de nuevo, apoyó el codo en la mesa y se aclaró la garganta. Por muy serio que quisiera verse, sabía que estaba muerto de miedo. Cualquiera de las dos respuestas sería mala para él: si le otorgaban la beca, tendría que viajar conmigo, y sino, se quedaría aquí solo.

Iba a compensarlo por su gran amistad.

—Uno —dijo.

—Dos...

—¡Tres!

Presioné el correo del instituto.

"Con atención a Dorothea Starr: Por medio de la presente se hace constar que su solicitud para la beca de estudio en el extranjero ha sido aceptada...".

—¡Sí! —Golpeé la mesada y me levanté. Caminé en círculos para bajar la emoción y entonces miré a mi amigo, del otro lado de la mesa. Él tenía los ojos fijos en la pantalla y se cubría la boca con una mano—. ¿Qué dice la tuya?

—Aceptado —se lamentó. Cerró los ojos un momento—. Creo que ha llegado mi momento de rezar. —Juntó las palmas de sus manos—. Padre nuestro, que estás en el cielo...

—¡Felix! —Lo tomé por los hombros y lo sacudí—. ¡Conseguimos la beca! ¿Sabes lo que eso significa?

—Que verás a tu príncipe. —En su voz no había rastro de emoción—. Ese que te odia.

—¡Sí!. —Mi sonrisa tembló. Durante estos últimos meses, mientras me preparaba para la solicitud, este momento se veía lejano. Estaba tan enfocada en conseguirlo y vivir mi aventura que no tuve tiempo para preocuparme por lo que eso implicaba: viajar cientos de kilómetros para reencontrarme con alguien que me odiaba—. Ay, Dios ¿Qué voy a hacer?

Enredos del corazónWhere stories live. Discover now