𝐌𝐞𝐞𝐭𝐢𝐧𝐠 𝐦𝐲 𝐥𝐨𝐯𝐢𝐧𝐠 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐦𝐚

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CONOCIENDO A MI DULCE ABUELA

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Sia POV's

TODOS ESTÁBAMOS DISFRUTANDO LA VISTA... O AL MENOS CASI TODOS.

— Avísame cuando esto haya terminado — dijo Thalia, apretando los párpados. Tenía las uñas blancas por aferrarse a las patas de, creo, Frank.

La estatua nos sujetaba con fuerza; no podíamos caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce como si le fuera la vida en ello.

— Todo va bien —la tranquilizó Percy.

— ¿Volamos... muy alto?

Miré hacia abajo. A nuestros pies desfilaba a toda velocidad una cadena de montañas nevadas. Percy estiró una pierna y le dio una patada a la nieve de un pico.

— No —dije—. Para nada... Deberías intentar dormir, quizás el viaje se haga más corto, Thalia.

— ¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë. Ella y Grover, quien alzaba los brazos como si quisiera abrazar las nubes, volaban en brazos de la otra estatua—. Yo he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.

— ¡Ah, qué ciudad! —suspiró nuestro ángel—. Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí que saben divertirse!

— ¡Ya lo creo, chico! —respondió el otro—. ¡Decidido!

— ¿Han visitado San Francisco? —pregunté robando las palabras al azabache.

— Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando —repuso nuestra estatua—. Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol, ¿sabes? Y...

— ¡Hank! —lo interrumpió Chuck. Apreté los labios. No era Frank, era Hank—. ¡Que son niños, hombre!

Pillín... —murmuré en español, viéndolo con diversión.

— Ah, cierto. —Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó—. Sigamos volando.

Aceleramos. Era evidente que los dos ángeles estaban entusiasmados. Las montañas se fueron convirtiendo en colinas y pronto empezamos a sobrevolar tierras de cultivo, ciudades y autopistas.

— Yo sabía que llegaría alto, pero no creí que tan literal —dije cuando las nubes estaban a unos cuantos metros arriba nuestro.

Escuché la risa de los demás.

Grover tocaba sus flautas para pasar el rato. Zoë, aburrida, se puso a lanzar flechas a las vallas publicitarias que desfilaban a nuestros pies. Cada vez que pasábamos un gran centro comercial —y los vimos a docenas—, ella le hacía unas cuantas dianas al rótulo de la entrada a ciento sesenta por hora.

Thalia mantuvo los ojos cerrados todo el trayecto. Moví un poco los hilos y con ayuda de una oración a mi padre, la fuí adormeciendo un poco. Incluso dormida movía los labios, como si rezara.

ANATEMA ⋆ PJOTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang