Russeth: cuarta parte

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LOS HOMBRES DE MI VIDA

—Mánchester, abril de 1994

Había decidido no contarle a Russ nada de aquello. Era mejor así, como dicen los Beatles, dejarlo estar. No confiaba del todo en que Huge no se lo contara tarde o temprano, aunque esperaba que fuese más tarde que temprano. Por otro lado, algo que sí había que contarle es que Huge y yo teníamos una relación seria desde hacía menos de un año. Era de tontos engañarnos esperando y decidimos subirnos al mismo tren. ¿Por qué? Porque así habíamos estado predestinados desde siempre. Nos conocíamos desde niños, nos habíamos besado de chavales, habíamos compartido éxitos y fracasos, estábamos manteniendo una relación ahora sí y ahora no y aún estábamos siempre el uno para el otro. Yo había pensado toda mi vida que estaba enamorada de Russell porque tanto misterio y volatilidad, tanto ego y tanto talento parecían borrar de su alrededor a todo el resto de chicos. Como si no existieran, yo sólo tenía ojos para él. Pero también era cierto que nunca conseguía eclipsar a uno en particular. Uno que, paralelamente a mi historia con Russ, nos había acompañado todo ese tiempo. Uno que había querido tener cerca siempre, pasase lo que pasase y que, definitivamente, lo había hecho. Había estado conmigo siempre.

Para ser franca conmigo misma, quizá era la mezcla de Russ y Huge lo que yo consideraba el hombre perfecto. Quizá. Lo que estaba claro es que ahora Huge era quién estaba a mi lado cada día y el hombre al que yo amaba con una intensidad indescriptible. Me hacía sentir única, me hacía sentir especial y, lo más importante de todo, había demostrado que estaría apoyándome en todo. Incluso mi madre y mi padre estaban contentos de que fuera Huge el que no dejase de venir por casa. Era muy simpático y servicial para mi madre y siempre trataba de comportarse como un buen hombre irlandés delante de mi padre. Su madre estaba más grave de lo suyo y mi madre siempre se deshacía en agradecimientos con él por aguantarme a pesar de todo. Sé que ella estuvo siempre pendiente de los Sullivan y, aunque adoraba a Peggs, la madre de Russ, tenía que alegrarse de que no fuera a ser una Donovan, con lo tocados del ala que estaban todos.

Puede que Russ fuese puro sentimiento, como lo son sus canciones. Que toda la poesía que emanaba desde su interior hubiera sido mi motor. Quizá Sullivan sólo era un chico sencillo de la calle, con unas pretensiones más ajustadas, pero que vivía en la vida real. Y le pedía a la vida lo que la vida le iba dando, ni más ni menos. Se me ponen los pelos de punta al recordar que me dijo que si pedía algo a la vida era que yo fuera la mujer que lo acompañara, y ya ves, me derretía mirándolo. Nadie me había dicho nunca nada igual. Nadie. Y, definitivamente, empezaría a decírmelo muchas veces. Era intenso, no romántico, pero sí intenso. Como el sexo con él. Huge era puro fuego y me hacía sentir como si yo fuera la única que pudiera apagar su llama. Esa era la clave, yo creo, que me hacía sentir única.

Era marzo y la primavera era latente en Manchester, lo recuerdo porque mi compañera de oficina tenía mucha alergia y se pasaba el día sonándose con el pañuelo, haciendo un ruido horrible. Entré a trabajar como siempre, salí siendo ascendida. Había hecho un gran proyecto de organización después de aquel curso y lo había defendido con mucha fe y rotundidad. Sabía que podría llegar a hacer grandes cosas, aunque fuera empezar por ahí. Y sí, lo había conseguido. Fui a casa volando en mi nuevo coche. Bueno, no era nuevo, era de segunda mano. Huge lo había elegido por mí, menos mal. Las ventanillas de atrás se encallaban pero casi nunca llevaba a nadie detrás. Me llevaba a trabajar y me traía. Y eso que ahora podría ir caminando al trabajo. Cosas irónicas de la vida. Di la noticia en casa y mi padre se puso tan contento que casi aceptó que me fuera de casa. La verdad es que hasta se lo pensó. Quería contárselo a mi novio cuanto antes. Mi novio, qué raro me sonaba aquello. Él estaba trabajando en un estudio aquellos días. Sulli se resolvía muy bien y buscaba cosas en las que ocupar el tiempo, así que tenía varios trabajos. Cuando no montaban escenarios, se encerraba en una pecera. Se grababan jingles y cuñas para publicidad, pero él se entretenía mucho con eso. La verdad es que todo lo que fuera una mesa con miles de botones y luces, le flipaba. Llegué allí cuando sabía que terminaba y sonrió al verme, aunque me dijo que ya sabía que iba a ir. Fruncí el ceño con curiosidad pero le resté importancia enseguida porque las palabras se me amontonaban en la boca y tenía que soltarlas de golpe.

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⏰ Last updated: Jul 16, 2023 ⏰

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