Russeth: tercera parte

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DECISIONES

Mi padre hizo algo por mí esos días, aunque al principio resultó bastante chocante y no me convencía mucho. Tenía un conocido que tenía una empresa de limpieza que se encargaba de varios colegios de donde vivíamos. De hecho del mío y del de Russ, entre otros. El empleo que me ofrecía era de horario fijo de mañanas, el sueldo estaba mucho mejor y además era al lado de casa. Todo eran ventajas, menos limpiar. Monté un pollo que no veas en casa. Reconozco que estaba de un humor de perros y con una alteración hormonal de miedo, apenas estaba comiendo bien y sentía que la cabeza me iba a estallar si no conseguía pegar ojo por las noches. La razón era la de siempre, Russ estaba en Londres otra vez. Si lo pensaba con calma, no había tanta distancia de Manchester a Londres, el verdadero problema era la distancia que había entre Russell y yo. Él estaba entre las estrellas, yo temiendo tener que limpiar retretes de instituto. Mi madre me dijo que diera una oportunidad al nuevo empleo, pero eso suponía dejar sí o sí el que tenía. ¿Y si no me gustaba? Pues otra vez estar sin nada. No sabía que hacer. Eran muchas las ventajas que tenía. Así podía pasar más tiempo con Huge por las tardes e incluso ayudarle con su madre y eso. Hablé con él y me miró con algo de lástima, también creía que limpiar váteres era una mierda de empleo, pero él decía que compensaba bastante todo lo demás. A pesar de intentar ser razonable conmigo, yo me puse a gritar igual que había hecho en casa y entonces él me miró fijamente y me gritó que él no tenía la culpa de que Russ se hubiera ido. Me callé de forma inmediata y me quedé mirándolo. Estaba ofendida y me sentí terriblemente mal. Entonces él me dijo que teníamos que hacernos a la idea de que la vida cambia y no podemos dejar pasar el próximo tren por viajes del pasado. Tenía razón, pero no se lo dije y me fui de su casa gritando que él no tenía ni idea de nada y que Russ no tenía nada que ver. Me pasé lloriqueando toda la tarde. Huge había entendido mejor que yo la movida. También era cierto que él había estado ese tiempo en Liverpool, donde seguiría cumpliendo sueños de no haber tenido que volver. Yo no había salido de Burnage en veintiséis años.

—Aceptaré el trabajo —le dije a mi madre—. Y si no me gusta me iré a Tramore con Ida. Algo encontraré allí, seguro.

Sí, me había propuesto salir de allí. Quizá esa era la solución a mis movidas. Aunque no era consciente de hasta qué punto había algo que me iba a mantener clavada al Sur de Manchester. Estaba bastante nerviosa y tenía algo de ansiedad. Me daba por el culo seguir siendo la más guapa de Manchester a costa de no disfrutarlo, porque mis amigas de toda la vida ya estaban casadas y tenían hijos. Y eso era lo que parecía que había que hacer. Y me parecía tan poca cosa, de verdad que me lo parecía. Aún tenía la mentalidad de la chica de diecisiete años, pero no sabía qué quería hacer para triunfar. Lo más cerca que había estado de una estrella había sido en un descampado y, si lo pensaba con calma, había sido volátil como siempre. Necesitaba algo que me convenciera. Algo que me hiciera sentirme la mejor en algo y desarrollarme de una vez por todas. Seguía de mala leche por tirar mi vida quitando chicles de debajo de los pupitres. Por suerte para mí y para todos, mi primer día de trabajo no tuvo nada que ver con eso. Ni llevé guantes de goma ni cofia en la cabeza. Me sentaron tras un ordenador, me explicaron cómo hacer inventarios y me dijeron que más adelante habría un curso de organización. Se quedaría una plaza vacante en apenas unos meses y necesitaban a quién se encargara de ordenar los grupos de limpieza en cada colegio, horarios, salarios, contrataciones. Dios mío, tantas cosas... Al principio me cagué de miedo, pero luego dije ¿y por qué no voy a ser yo esa persona? Cuando llegué a casa le di un sonoro beso a mi padre que no podía entender por qué era tan feliz. Mi madre llegó a preguntarme si estaba tocada del ala por culpa de Donovan. Por un momento arrugué la nariz y no le di importancia a aquel comentario. Por la tarde fui a Maine Road a ver si estaba Huge, que tonteaba con una chica morena que debía de ser de la edad de Will y Den. Cuando me vio acercarme con una gran sonrisa, se apartó de la chica como si nada. Yo miré a la chavala, admito que la odié un poco, él hizo un gesto desairado con la mano como si no fuera importante y me preguntó que a qué se debía mi cara. Lo abracé por el cuello y le conté absolutamente todo, hasta cómo eran los cuadros de la oficina. Él se rio y sé que estuvo a punto de decirme: «¿ves cómo tenía razón?», pero no lo dijo, así que le dije:

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