Capítulo 32 y 33

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Capitulo 32
 
Drumloch Manor
Nueve horas más tarde
Seiya escuchó el disparo antes que el cochero.
—¿Qué diablos? —Vio un destello de movimiento arriba en la casa y divisó al devoto primo de Serena, Yaten Montgomery, descendiendo por las escaleras de enfrente, y apuntando su pistola al cielo.
Sonó otro disparo, Goliat relinchó y se encabritó arañando el aire con sus pezuñas. Seiya luchó para mantenerse en la silla.
—¡So!
El cochero tiró bruscamente de las riendas para detenerse. La puerta se abrió y Serena saltó al camino, agitando los brazos y gritando:
—¡Soy yo, Yaten! ¡Serena! ¡No dispares! —
Seiya recuperó el control de su montura y corrió hacia ella.
—¿Estás loca, muchacha? ¡Vuelve a entrar! —
—¡No! ¡No voy a dejar que vuelva a dispararte! —
Recogió su falda y comenzó a caminar hacia la colina, en la salvaje misión de poner en su sitio a su primo. Ella misma era como una pistola, pensó Seiya, y realmente le gustaba bastante eso de ella. Dios le ayudara, amaba todo lo relacionado con ella, y estaba matándolo.
—¡He llegado a casa, Yaten! —gritó—. ¡El Highlander me ha traído de vuelta, si le disparas otra vez, arrancaré de un golpe tu maldita cabeza! —
El conde bajó su arma y gritó hacia la casa para informar a los sirvientes del regreso de Serena, luego descendió corriendo el resto de los escalones.
Serena, también, comenzó a correr mientras Seiya retrasó el paso de su caballo, convencido que ella estaba segura.
La observó arrojarse a los brazos de su primo. El conde la levantó y la hizo girar a su alrededor.
Seiya dio instrucciones al conductor del carruaje que esperara en el camino, entonces galopó hacia adelante para enfrentar el inminente desagrado del conde.
Yaten se volvió hacia él. Al instante las mejillas del conde se ruborizaron con hostilidad.
—Recibí la carta de lady Serena hace tres días. Insiste en que no la secuestró, que se marchó voluntariamente, pero después de lo que intentó hacer con ella, dudo si creerlo. ¡Estoy a punto de colgarlo de los talones! —
—Dije la verdad —insistió Serena—. Debes escucharme, Yaten. Este hombre me ha ayudado a resolver muchos misterios sobre mi pasado, y merece nuestro agradecimiento. Permíteme presentártelo correctamente. Él es Seiya MacDonald, Laird de la Guerra del Castillo Kinloch. —
Hizo un gesto de vuelta a su primo—. El conde de Drumloch. —
Seiya asintió con la cabeza.
—Milord. —
Yaten frunció el ceño hacia él.
—¿Y qué misterios ayudó a resolver, señor, que requirió llevarse lejos a mi prima, en la oscuridad de la noche, y sin el permiso de su familia? —
—Debe hablar con Lady Serena acerca de ello —respondió—, es un asunto de familia, y no me corresponde exponerlo. Estoy seguro de que le dirá todo lo que necesita saber. —Goliat se inquietó y dio unos pasos hacia atrás.
Serena se acercó de una zancada.
—Espera —dijo ella—. No te irás, ¿verdad? No, no puedes. Debes quedarte hasta que todo esto se resuelva... o al menos lo suficiente para reponer tus provisiones antes que regreses a Kinloch. —
Y allí estaba. La suposición, dicha en voz alta, él no sería parte de su vida, ahora que ella estaba de regreso en su hogar. Pero ¿por qué se quedaría? Había cumplido con su deber al traerla a Kinloch, donde ella sería capaz de descubrir la verdad acerca de su identidad... que efectivamente ella era Lady Serena Montgomery. También la había reunido con su hermana. Era hora de regresar a su hogar en las Highlands. A la vida que conoció antes de la maldición. Ya era hora de dejar todo esto tras él.
Tal vez algún día estaría agradecido que ella hubiese rechazado su oferta de matrimonio, la cual había sido hecha en circunstancias extraordinarias.
Esto seguro hace que las cosas parezcan más intensas de lo que realmente son...
Con un repentino nudo de dolor pulsando en sus entrañas, Seiya se volvió en su silla para mirar hacia atrás al cochero que aún esperaba en la mitad del camino. Estaba sorprendido que a estas alturas Minako no hubiese tenido una rabieta. Nunca se la había conocido por ser paciente o dócil.
Serena se volvió hacia su primo.
—He traído a alguien que deseo que conozcas. —
El conde asintió, y luego le hizo un gesto con la mano al cochero, señalándole que se aproximara.
—¿Es la persona que mencionaste en tu carta? —preguntó él con cierta inquietud.
—Sí. —
El cochero dirigió los cuatro caballos castaños, haciendo retumbar el camino y tiro para aflojar el paso, frenando con un crujido frente a ellos. Un lacayo se apresuró a bajar el escalón de la puerta y Seiya observó, con un terrible dolor en su corazón, como se desarrollaba todo.
Serena mantuvo la mirada fija en el rostro de su primo, deseaba evaluar su respuesta. ¿Sabría él acerca del vínculo perdido en su familia? ¿Habría estado manteniéndolo en secreto todo este tiempo? ¿O se sorprendería al igual que ella al enterarse?
Yaten se adelantó, curioso y con ganas de ver a la mujer en el interior del coche.
Los pequeños pies de Minako salieron primero y luego su mano enguantada aceptó la ayuda del lacayo. Finalmente, se dejó ver. Entró de lleno en la rosada luz del sol poniente y levantó su rostro.
Serena dirigió una rápida mirada hacia su primo. Sus mejillas palidecieron. Sus ojos se agudizaron con asombro.
—Palabra... —Se acercó para tomar la mano de Minako—. Estoy muy sorprendido. Eres la copia perfecta. —
Minako lo miró con recelo.
—¿Sabía acerca de mí? —preguntó ella.
—Le aseguro Lady Minako, que no... al menos hasta hace poco. —
Era la primera vez que había sido tratada adecuadamente como miembro de la aristocracia, y la importancia de ese momento no pasó desapercibido para nadie. Especialmente para Minako, que asombrada inclinó la cabeza hacia atrás.
—Cuando Serena desapareció por segunda vez —continuó Yaten—, yo mismo me encargué de buscar en su pasado. Entonces llegó su carta, apenas hace unos días, y confirmó lo que había sido capaz de descubrir por mi cuenta. —Se dio la vuelta para hacer frente a Serena—. Tengo información acerca de las dos —dijo—, con respecto a vuestro nacimiento. Si os reunís conmigo en el salón. —
Serena se sintió casi mareada por la impaciencia, estaba a punto de descubrir la verdad sobre su pasado.
Se volvió a Seiya.
—¿Vendrás con nosotras? Me gustaría que estuvieses allí. —
En realidad, nunca lo había necesitado más de lo que lo necesitaba en ese momento.
La miró fijamente, como si considerara la mejor manera de responder, entonces simplemente desmontó y entregó a Goliat a un mozo.
—¿Dónde está la abuela? —preguntó Serena, cuando la señora Silver, el ama de llaves, apareció en la puerta de la sala, lucía pálida y angustiada, mientras ponía los ojos sobre Minako.
—No se unirá a nosotros —explicó Yaten—. Me temo que últimamente se ha mantenido en sus habitaciones. —
—¿Por qué? —
Su primo vaciló.
—Lo entenderás muy pronto. —
Yaten le hizo un gesto a la señora Silver para que entrara en la sala, la acompañó hasta una silla, y le sirvió un vaso de brandy. Difícilmente era apropiado para un conde atender a un sirviente de tal manera, lo que hizo a Serena sentirse conmocionada, cualquier información que la señora Silver estuviese a punto de divulgar debía ser más que inquietante.
Yaten sirvió bebidas para todos los demás, incluido él mismo, y se sentó.
—La señora Silver ha demostrado ser una valiosa fuente de información —dijo—. Lo que está a punto de revelaros, sin duda, será inquietante para vosotras dos, pero es el momento de conocer la verdad. Señora Silver, por favor describa a Lady Serena y Lady Minako los acontecimientos de hace veinticinco años como los recuerda. —
Serena sintió a su lado la tensión de Minako al sobresaltarse por escuchar pronunciar su nombre de manera adecuada, por segunda vez.
—Cuando fue anunciado —dijo con timidez el ama de llaves—, que su madre estaba esperando un hijo, todo el mundo por supuesto esperaba un niño para asegurar un heredero del conde, pero poco antes de entrar en la labor del parto, una mujer llegó a la puerta, desvergonzada, y afirmó que era una hábil comadrona. Me dijo que la condesa daría a luz una niña con poderes del más allá, y que tendría que poner un encantamiento sobre ella para curarla de esa enfermedad. Yo creía que estaba loca, así que la eché, pero cuando le hablé a la viuda sobre ella, me ordenó enviar un lacayo a buscar a la mujer y traerla de vuelta.
—Seguramente la abuela no creería tal historia —dijo Serena con escepticismo.
—Oh, pero sí lo hizo, milady. Y al día siguiente, su madre comenzó el trabajo de parto... dos semanas antes. Se desplomó en el círculo de piedra, con dolores terribles en su vientre. —
—¿Es ahí donde nacimos? —preguntó Serena, sintiendo un escalofrío ondulando arriba y abajo de su columna vertebral debido al recuerdo de su propio comportamiento la noche que caminó dormida hacia la piedra vertical en la colina—. ¿En el Círculo de Drumloch? —
—No, milady. Nos las arreglamos para traer a la condesa de nuevo a la mansión, pero la viuda insistió en traer a la comadrona que había venido a la puerta. Todos los demás se mantuvieron fuera de la habitación, todos excepto yo, y fueron muchas, muchas horas antes que ambas nacieran. Usted primero, Lady Serena, y luego su hermana. Su madre luchó valerosamente. Les dio a ambas todo lo que tenía, y creo que es importante para ambas, que sepan que las sostuvo unidas en sus brazos durante toda una hora antes de su muerte. —
Serena tomó la mano de Minako y se aferró a ella mientras una lágrima bajaba por su mejilla. Levantó la mirada hacia Seiya. Él la miraba fijamente, con preocupación, estaba agradecida que estuviera allí, y se enterarse de todo esto.
—¿Qué pasó después? —preguntó Minako
La mano de la señora Silver se estremeció cuando tomó otro sorbo de brandy; entonces levantó los ojos para encontrarse con los de Minako y enfrentarla directamente.
—Tan pronto como la condesa murió, la viuda la sacó de sus brazos, Lady Minako, y se la entregó a la comadrona, le dijo que la ahogara en el río. —
—¡Buen Dios! —Serena se puso de pie.
—Pensé que la mujer había hecho exactamente lo que le dijeron —continuó la señora Silver—, esa fue la última vez que la vi. Me ordenaron no volver a hablar de ello, a nadie, especialmente al conde. Su padre nunca supo que su madre había dado a luz gemelas. —
Un extraño silencio se produjo, Serena se hundió de nuevo en los cojines del sofá. Nadie habló durante un largo momento.
—¿Por qué yo? —preguntó amargamente Minako—. ¿Por qué no Serena?
—Porque usted tenía una mancha de nacimiento en su cuello —respondió la señora Silver—, y la comadrona nos dijo que era señal de su poder sobrenatural. —
Minako retiró la mano de Serena y le habló en tono despectivo.
—¿Cuál era el nombre de la comadrona? —
—Su nombre era Saori —respondió el ama de llaves—. Obviamente, no acabó con su vida como la viuda cree. Se la llevó lejos. —
—Sí —respondió con valentía Minako—. Me llevó a las islas Hébridas y me crió como suya... fue muy amable conmigo, hasta el día que murió. —Minako le lanzó a Serena una cálida mirada—. No te envidio hermana, ser criada por la viuda. —Miró rápidamente y venenosamente, a Yaten—. ¿Dónde está ahora? ¿Por qué no da la cara? Sospecho que me teme más que a su propia muerte. ¿Espera que le lance un hechizo de venganza? ¿Convertirla en una rana o una rata? —
Serena le dirigió una inquieta mirada a Seiya, cuya expresión calmada se volvió sombría.
Minako frunció el ceño.
—Bien, dile que no se preocupe. No gastaría mis huesos en ella. Simplemente tendrá que vivir con lo que le hizo a su propia carne y sangre. Dios la juzgará bastante pronto. —Se puso de pie—. Quiero salir de aquí. Ahora. Seiya, ¿Me llevarás de regreso a las Highlands? No quiero ver a estas personas nunca más. Quiero ir a casa. Por favor. —
Cuando él no respondió de inmediato, su voz se tornó suplicante.
—Me arrepiento de lo que te hice. Te lo suplico, Seiya, por favor, llévame lejos de aquí. —
—No depende de mí —dijo él, volviendo sus ojos hacia Serena, a la espera de alguna señal.
Ella tomó la mano de Minako y habló con compasión.
—No puedes irte, no así. Por favor, quédate y danos otra oportunidad. Nuestro primo Yaten es un buen hombre. No tuvo nada que ver con aquello. Ni siquiera lo supo hasta hace poco. —
—De hecho, Lady Minako. —Yaten se puso de pie—. Me gustaría compensarla. Es muy bienvenida. Este es su lugar de nacimiento y su casa. —
—¡No es mi casa! —gritó—. ¡Nunca lo fue! —
Serena también se levantó y vio encenderse el rostro de su hermana. Parecía como si quisiese huir de repente.
—Pero podría serlo —imploró Serena, son su corazón lleno de desesperación—. Soy tu hermana, y quiero ser parte de su vida. Mi herencia... la mitad es tuya. No importa lo que decidas. Estoy segura que mi padre te la habría legado si hubiese sabido de tu existencia. Pero, por favor, no te vayas. Tienes una casa aquí, y una familia que desea conocerte mejor. —
Minako puso una mano sobre su estómago y habló con voz temblorosa.
—Seiya, por favor, sácame de aquí. Aléjame de estas personas. No puedo respirar. —
Serena vio con horror como él se levantaba de su silla y le tendía una mano. Minako se alejó de Serena y cruzó hacia él. Sin pronunciar una palabra, la acompañó fuera de la habitación.
Serena y Yaten se miraron en tenso silencio, antes que Serena se arrancara los guantes y los arrojara sobre los almohadones del sofá.
—¿Dónde está mi abuela? —preguntó con la voz hirviendo de furia—. Quiero hablar con ella. Ahora mismo. Y que Dios le ayude cuando se enfrente a mi ira, Yaten. ¡Que Dios le ayude! —Se volvió y salió del salón, volviéndose sobre su hombro en el último momento—. ¡Asegúrate que no se vayan! ¡Seiya y Minako deben quedarse esta noche! ¡No perderé a ninguno de los dos! ¡Ya he perdido suficiente!
 
Capitulo 33
 
—¿Estaba soñando? —preguntó Minako mientras se paseaba de arriba a abajo en el jardín afuera de la mansión, con los puños fijos sobre sus caderas—. ¿Has oído todo eso? ¿O he perdido el juicio? —
—Lo escuché —contestó Seiya, observándola con cierta preocupación. Había visto a esta mujer destrozar toda una cocina, no quería interponerse si esta tarde tenía esa intención... él por el contrario pensaba que esta propiedad merecía un buen destrozo.
—¡Mi propia abuela me entregó a una extraña, con instrucciones de ahogarme como un perro! ¿Qué clase de locura es ésa? Me alegro de no haber crecido aquí. Siento pena por Serena. No me sorprende que desapareciera sin decir palabra. ¡Probablemente huyó gritando desde este lugar y lo borró intencionalmente de su mente! —
—Trata de calmarte —dijo Seiya—. No todo es malo. Ahora tienes una hermana y un primo que es un poderoso noble. Ninguno de ellos tuvo nada que ver con lo ocurrido aquel día, y ambos quieren hacer las paces, por lo que no puedes vengarte de ellos. —
Ella se detuvo en seco.
—¿El conde no te disparó? Serena me contó cómo se conocieron en el círculo de piedra, y como te enviaron con el magistrado para asesinarte. No veo por qué los defiendes. —
—No puedo culparlos por reaccionar de la manera que lo hicieron —contestó—. Yo hubiese hecho lo mismo. Fui detrás de Serena como un salvaje despiadado, pensando que eras tú. —
—Ah, y eso todo lo excusa, ¿verdad? —se burló ella—. La gente puede hacer lo que le venga en gana conmigo, porque soy malvada y sin valor. No merezco el respeto de nadie. ¡De acuerdo con una cierta condesa viuda, ni siquiera merezco vivir! —
—Lo que ella hizo estuvo mal —coincidió Seiya, tratando duramente de mantener su voz firme y tranquila—. Todos lo saben, así que no puedes creer que todo el mundo sea responsable. Y seguramente la viuda siente algún remordimiento en su vejez. Por lo demás, lo peor está por venir ahora que Serena lo sabe. Tu hermana estaba tan horrorizada como tú al enterarse de lo que ocurrió. La conozco. No lo dejará pasar. —
Minako le dirigió una gélida mirada y empezó a caminar de nuevo.
—¿Qué voy a hacer? Los odio. A todos ellos. —
—No a Serena —dijo él—. No puedes odiarla. Sé que no lo haces. —
Ella entrecerró sus ojos hacia él.
—No vas a llevarme lejos de aquí, ¿verdad? —
Él negó con la cabeza.
—Todavía no. Necesitas resolver todo esto y tener una idea de quién eres en realidad. De lo contrario, seguirás causando estragos por el mundo durante el resto de tu vida. Además de eso, Serena necesita tu ayuda. Necesita recuperar sus recuerdos, y hay un círculo de piedra en la colina que está llamándote en este momento, puedo imaginarlo. —
Ella le lanzó una mirada rebelde, como si estuviese enojada con él por suponer la verdad.
—¿Y luego qué? —preguntó ella—. Si puedo ayudar a que la muchachita recupere sus recuerdos, ¿qué hago después? Difícilmente puedo unirme a sus filas, y comenzar a vivir como una maldita princesa. —
Él se adelantó y la miró fijamente.
—Al menos, necesitas tomar el dinero. Serena te lo ofreció, y por Dios, después de lo que la miserable mujer te hizo el día de tu nacimiento, sin duda mereces tenerlo. —
Sus cejas se juntaron con incredulidad.
—¿De verdad lo crees? —
—Sí, pero no te emociones demasiado, Minako. Esto no quiere decir que me gustes. —Se dio la vuelta para volver a la mansión.
Lo miró por un momento, luego aceleró el paso siguiéndolo, y le dio un pequeño empujón.
—Ni tú a mí. —
 
Inmediatamente después de hablar con su abuela, Serena fue en busca de Seiya. Tenía tanto miedo que la hubiese abandonado y llevado a Minako con él. ¿Qué haría si los perdía a ambos? Simplemente tendría que ensillar un caballo y montar tras ellos.
Cuando sucedió, encontró a Seiya en la habitación azul para invitados, que había sido preparada para él. Estaba sentado frente a la ventana, descansando cómodamente en una silla con sus grandes y embotadas piernas apoyadas en el alféizar, cruzadas por los tobillos. Afuera, el sol estaba ocultándose salpicando rayos de luz y color, y el oscuro resplandor se acrecentaba radiante sobre su hermoso rostro.
Su escudo, el cinto de la espada, y su arma estaban amontonados sobre la cama, y él estaba relajado con un plato de pasteles glaseados en su regazo. Se metió uno en la boca y lamió el glaseado de sus dedos con un fuerte chasquido.
Entró completamente en la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.
Casualmente Seiya dejó caer sus botas en el suelo y giró en la silla haciéndole frente.
—Jesús, muchacha. Parece que te has pasado por una guerra. —
—Me siento como si lo hubiese hecho. —
Él puso el plato de pasteles en el alféizar de la ventana.
—Creo que te ayudará saber —dijo dulcemente—, que convencí a Minako que se quedara. —
Serena tragó fuerte debido a todas las emociones que se estaban acumulando en su interior. Estaba aterrada porque su hermana no fuese capaz de perdonar a la familia y deseara no ver a ninguno de ellos nunca más. Pero Serena estaba igualmente temerosa de que Seiya simplemente se marchara de su vida por la mañana y dejara toda esta complicada locura tras él.
Debió de haber revelado algunos de sus pensamientos, porque se puso de pie y se dirigió hacia ella.
—Has tenido un día agitado, muchacha. —Deslizó una mano por el costado de su cuello y frotó con su pulgar por encima de su oreja.
La sensación le produjo un agradable calor en su interior. Oh, cuánto anhelaba ser tomada entre sus brazos. Ahora lo necesitaba más que nunca, era todo en lo que ella podía pensar... acostarse de nuevo con él.
Cerrando los ojos, volvió los labios hacia su mano y la besó.
—Tenía tanto miedo que me dejaras. —
Él negó con la cabeza.
—No. —
Serena abrió los ojos.
—No quiero que te vayas. Nunca. No sobreviviré si lo haces. —
—No lo creo ni por un minuto —dijo él—. Eres una sobreviviente, Serena, no lo dudes. —
Luchando por permanecer fuerte, asintió con la cabeza y se apartó de él.
—Acabo de hablar con mi abuela —explicó, con mucho trabajo para recuperar la compostura— . Le dije que ya no era bienvenida en esta casa. Yaten está de acuerdo, y está haciendo los arreglos para que viva en otro lugar, en una de sus otras propiedades. Le proporcionará sirvientes y una pequeña cantidad, pero eso es todo. Aparte de eso, le diremos adiós a ella y sus miserables pequeños perros. No quiero volver a verla de nuevo. —
—¿Cómo tomó la noticia? —preguntó Seiya.
—Sorprendentemente bien, de hecho. No pronunció ni una palabra de desacuerdo. Es más, apenas me miró. Se mantuvo de espaldas a mí todo el tiempo, y simplemente miraba por la ventana. —
—¿Crees que pueda llegar a lamentar lo que hizo? —
Serena lo consideró, y sacudió la cabeza.
—No me lo demostró. No ofreció disculpas, así que en lo que a mí se refiere, este es el final de nuestra relación. Me lavaré las manos respecto a ella. No quiero volver a verla de nuevo, y Minako tampoco debería verla.
Serena levantó la mirada hacia el hermoso y fascinante rostro de Seiya, y de nuevo fue tentada a acercarse a él, llevarlo a la cama y yacer con él por un tiempo.
Sin embargo, él apartó la mirada y ella tuvo la clara impresión que no daría la bienvenida a sus avances.
Vio el plato de pasteles glaseados en el alféizar de la ventana, fue hacia él, tomo uno, pero al mirarlo, sintió que se le revolvía el estómago. Habían sucedido muchas cosas. No tenía apetito, por lo que lo regresó.
—¿Qué quieres, Serena? —preguntó Seiya, dando zancadas a través de la alfombra—. ¿Por qué estás aquí? —
Su corazón latió dolorosamente en su pecho. Estaba tan necesitada de él, que podía haber caído de rodillas y llorar.
—¿No es obvio? —
—No para mí —dijo—. La última vez que hablamos, te dije que la maldición fue retirada. Luego te reuniste con tu hermana. Hemos terminado lo que nos propusimos hacer, cada uno obtuvo lo que quiso, así que creo que hemos terminado. —
Serena negó con la cabeza.
—Por favor, no digas eso. —
—Sabes que es verdad. La nuestra era una situación extraña. Tú estabas perdida y yo estaba maldito. Nos necesitábamos el uno al otro de maneras que aún no entiendo, y probablemente nunca lo haga, pero se terminó. Tenías razón acerca de la propuesta. Estoy seguro de que algún día te agradeceré por decirme que no, y tú estarás muy complacida de haberlo hecho. —
—No quise decir eso —dijo ella.
Seiya se pellizcó el puente de la nariz y sacudió la cabeza, como si esto fuera tan duro para él como para ella.
Ella se acercó unos pasos.
—No es que no quiera casarme contigo... —
Sus ojos se levantaron y vio el dolor y confusión en sus profundidades.
—¿Qué estás diciendo, muchacha? —
—Estoy diciendo que creo que me propusiste matrimonio por las razones incorrectas. Pensabas que llevaría a tu hijo por nueve meses, y luego moriría. Sin duda, comprendes por qué dije que no. —
Él asintió con la cabeza.
—Lo entiendo. —
Pero ahora era todo tan diferente, pensó ella. No había ninguna maldición. Nunca había existido una. ¿Podrían empezar de nuevo? Tal vez él podría cortejarla adecuadamente. Ella tendría pronto su propio dinero, y era mayor de edad. No le importaba que él no fuese un marido adecuado para ella. Pronto sería una mujer con medios propios, y podría hacer lo que quisiera.
¿Pero aún la deseaba? Esa era la pregunta, y sólo había una manera de averiguarlo.
Dio unos pasos hacia adelante y colocó las manos sobre su pecho.
 
Minako recorrió con su mano de arriba y abajo uno de los postes de la cama tallada de su habitación de huéspedes y sin lugar a dudas se impresionó por la excelente mano de obra. Nunca había visto algo como esto.
La habitación estaba revestida de roble cereza oscuro, con ventanas en arco que daban a un pequeño patio. Elegantes representaciones de cisnes y pavos reales estaban bordados en las cortinas y la tapicería, y había por lo menos dos docenas de velas en candelabros chapados de oro, en espera de ser encendidas.
Qué raro se sentía, estar rodeada de tanta opulencia. Casi no parecía real para ella. Se sentía como una intrusa, y sin embargo, había nacido en este ambiente. Tenía la sangre de un aristócrata corriendo por sus venas; su padre era un famoso héroe de guerra jacobita... un noble que murió en el campo de batalla en Sherrifmuir.
Kunzite, su antiguo amante, había luchado en la misma batalla, y de pronto se preguntó si él y su padre habían tenido la oportunidad de conocerse. Tal vez habían luchado juntos en batalla.
Era un pensamiento extraño... como ellos estaban conectados de la manera más misteriosa.
Mañana iría con Serena al círculo de piedra donde su madre había comenzado el trabajo de parto. Allí, en ese lugar sagrado, Minako trataría de evocar una visión que pudiera ayudar a Serena a recuperar sus recuerdos.
Sin embargo, Minako temía por lo que vería. ¿Qué pasaría si veía la muerte de su madre u otros miles de momentos dolorosos del pasado? ¿No sería posible? Ahora que sabía de dónde venía, todo un nuevo mundo de visiones podría abrirse a ella.
Llamaron a la puerta justo en ese momento y se dio cuenta de la oscuridad de su habitación, por lo que rápidamente encendió una vela.
—Un momento —respondió. Cuando la mecha absorbió la llama y una luz cálida y dorada se propagó por la habitación, le dijo al visitante—: adelante. —
La puerta se abrió, crujiendo sobre sus bisagras, una mujer mayor y robusta cruzó el umbral. Estaba vestida de negro, con el cabello recogido en un apretado moño en la parte posterior de la cabeza. Evaluó a Minako con la fantasmal luz de la noche, y luego cubrió su rostro con una mano temblorosa.
—Dios en el cielo —murmuró la mujer—. No puede ser... —
Un escalofrío repentino flotó en el aire mientras una cruda y amarga realidad se apoderaba de Minako.
—Usted es Zirconia —dijo rotundamente—. Mi abuela. —
El rostro de la mujer se hundió con una sepulcral expresión de desprecio. Su mandíbula se aflojó, y extendió una mano hacia adelante.
—No se acerque —le advirtió Minako.
Zirconia se estremeció, como si estuviera conteniendo un violento deseo de escupir un trago de veneno, entonces se detuvo a escasos centímetros de distancia.
—Sabía que eras tú —dijo—. Durante años, he escuchado acerca de los cuentos de la Bruja de las Islas Occidentales, con la marca del diablo en su cuello, y sabía que no podía ser otra. —
—Y tenía razón —dijo Minako con un aumento inesperado de orgullo cuando levantó su barbilla—. Yo soy esa famosa bruja, pero sólo porque usted me ha hecho así. Sé lo que ocurrió en la noche de mi nacimiento. Sé que intentó ahogarme en el río. Pero he sobrevivido, abuela, y aquí estoy, finalmente en casa, a punto de reclamar la mitad de la fortuna de su único hijo. ¿Qué dice ante eso? —
La boca de Zirconia se torció con odio.
—Nunca debí haber confiado en la comadrona. Debí haberte ahogado yo misma, o quemarte en el fuego. —
Minako se sentía fuertemente inclinada a agarrar a la mujer por el cuello y tirarla por la ventana, pero luchó para mantener su ira bajo control. Quizás era algo en esa habitación. O el hecho que al principio del día alguien se había dirigido a ella como Lady Minako. No creía que lanzar la condesa viuda por la ventana fuese la respuesta adecuada.
—Fuera de aquí —dijo Minako simplemente—, o la arrojaré al fuego. —Era lo mejor que podía hacer.
Zirconia retrocedió unos pasos.
—No es necesario. Sólo quería ver tu rostro. Es todo. Quería ver si era realmente diabólico, o si todo eran un montón de tonterías. —
Minako frunció el ceño.
—¿No estaba segura? —Avanzó agresivamente, obligando a su abuela a darse prisa en su paso hasta el quicio de la puerta—. ¿Usted ordenó ahogar a un bebé cuando ni siquiera estaba segura que fuera cierto? —
—No valía la pena el riesgo —replicó Zirconia—, y ahora veo que hice lo correcto. Sin duda eres diabólica. —
Minako se detuvo y miró con severidad a la vil mujer.
—No. Usted es la diabólica, y un día, descubrirá que yo tenía razón... cuando este gritando a través de las puertas del infierno. Ahora... salga. —
Zirconia se erizó con indignación.
—No necesitas pedirlo dos veces. De hecho, me han obligado a abandonar esta casa por tu culpa. —
—Siento mucho escuchar eso. Ahora salga de mi vista en este mismo instante, mujer infeliz, o le convertiré en una serpiente de jardín. —
Los ojos de Zirconia se abrieron como platos justo antes de que Minako la empujara hacia fuera y le cerrara la puerta en la cara.

***En la recta final de esta apasionante trilogía!!!

Seducida por el Highlander TERMINADAWhere stories live. Discover now