Capítulos 27 y 28

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Capitulo 27
 
Seiya olió la esencia a lavanda de la piel de Serena y depositó besos suaves a través del cuello y hombros. Ella despertó con un suspiró y rodó, quedando frente a él, respondiendo a su deseo embriagador con besos sofocantes.
—Oh, Seiya —suspiró—. Te deseo tanto. —
—Yo también, muchacha. —
Giró, quedando sobre ella, cuidadoso como siempre, de no quedar demasiado juntos, aunque anhelaba desesperadamente abrazarla, adorarla con sus manos y con su boca.
Presionó su piel caliente contra ella, empujando, acariciando, besando... Estaban tan juntos y pegados uno al otro, que sus pechos estaban aplastados contra su tórax. Su vientre suave, temblaba contra él, y ella gemía enterrándole las uñas en los hombros, envolviéndole las nalgas con sus largas piernas.
Él parecía no tener suficiente. Con las manos le acariciaba la espalda, mientras le besaba los suaves y cálidos tendones de su cuello. Lo recorría una oleada de sensaciones. El alcance de su anhelo era incomprensible.
Su boca cubrió la de ella, ella atrajo su lengua a su boca, mientras empujaba con sus caderas, retirándole el pelo de la cara. Lo miró a los ojos con amor, y el corazón le tembló de dolor.
—Quiero estar más cerca de ti —le dijo, apretándolo entre sus piernas, y acariciándole las nalgas.
Él asintió, envolviéndola con todo su cuerpo, gimiendo a la luz antes del amanecer, tan hambriento de ella, sus sentimientos tan en carne viva...
Entonces, lentamente, sin siquiera quererlo, se deslizó al interior del ardiente y acogedor paraíso entre sus piernas. Su calor húmedo lo rodeó, dejándolo extasiado y embargado de emoción.
Ambos quedaron totalmente inmóviles, pues la había penetrado completamente, hasta la empuñadura.
—Estás dentro de mí —susurró ella, sus dientes chocando con su hombro.
—Lo sé. Por favor, no te muevas. —
Ninguno habló. Apenas podía respirar sobre su corazón que palpitaba con fuerza.
—Se siente tan bien —le dijo ella, volviendo la cabeza a un lado.
—Sí. Pero debo retirarme. —
Sin embargo, parecía no poder hacerlo.
La sangre corría apresuradamente por sus venas. Peligrosos segundos marcados por el tic tac del reloj. Sus dulces, melosas profundidades lo devoraban llenándolo de felicidad y él pronto se encontró retirándose, solo para volver a penetrarla de un empujón.
—Sólo unos segundos más —imploró, ronco.
Ella asintió y lo atrajo más profundo, respondiendo a su embestida con un firme empuje que colocó la punta de su erección bien al interior de su matriz.
Su pecho se elevó con alarma. No podía continuar. Tenía que salirse.
Se prometió que lo haría, pero dio tres impulsos. Luego cuatro, y cinco. Pronto estaba entrando y saliendo de ella con un abandono inconsciente y con una prisa vigorosa.
Ella le comprimía las nalgas, atrayéndolo más profundo a su interior cada vez que él trataba de separarse de su exquisita y radiante calidez.
Súbitamente, un calor abrasador se vertió por todos sus huesos y músculos. Reconoció los signos de un clímax, temblando sin control en su interior y un segundo demasiado tarde, se retiró, apoyándose en las manos y rodillas sobre ella, terminando el orgasmo en su abdomen.
Cuando todo acabó, abrió los ojos.
Ella lo observaba impresionada.
—¿Qué hemos hecho? —preguntó él.
A Serena se le enrojecieron las mejillas, alarmada. Se sentó, pero no pudo dar una respuesta.
 
Capitulo 28
 
Serena miró con ansiedad la intensa actividad que la rodeaba mientras bajaba la escalera delantera de la posada, atravesaba la taberna, hacia la puerta principal. Una regordeta ayudante de cocina se apresuró a colocarle en sus manos una cesta cubierta de ropa, Alex pareció de la nada, agarrando su codo para acompañarla afuera.
—Uno pensaría que había un incendio —mencionó Serena, esforzándose por parecer superficial cuando estaba, simple y completamente, paralizada de miedo. Se había permitido hacer el amor con Seiya hace pocas horas, después de docenas de promesas y garantías de que eso nunca pasaría, ahora él estaba más inquieto que nunca. Él nunca confiaría en ella otra vez. Sin importar lo que sucediera.
El resto, que podría ser víctima de la maldición de su hermana en nueve meses, no soportaba pensar en ello. Sin duda era absurdo, trataba de decírselo a sí misma mientras Alex abría la puerta delante de ella. No podría haber ninguna validez en cosas tales como maleficios y hechicería, y sin embargo, no lograba dejar de lado la posibilidad de que fuese cierto. Seiya ciertamente parecía pensar que sí.
Pero tampoco podía dejar de lado el recuerdo de su toque, y todas las sensaciones que había experimentado cuando él se deslizó en su interior dentro y le hizo el amor por fin. Aun se sentía mareada y completamente abrumada.
Alex la llevó fuera, donde el frío aire matutino golpeó sus mejillas. Un coche de color negro brillante les esperaba en el lado opuesto de la estrecha calle.
El vehículo estaba bien equipado, conducido por cuatro hermosos caballos grises, lucía brillantes franjas amarillas a lo largo de los paneles laterales. Cortinas adornadas con borlas cubrían las ventanas, que estaban cubiertas de escarcha crujiente. Sentado al frente estaba un conductor en librea con una rizada peluca marrón bajo un sombrero tricornio, que se inclinó hacia ella mientras se acercaba.
—No sé por qué Seiya tenía tanta prisa esta mañana —dijo Alex mientras la conducía a través de la calle—. Estaba de muy mal humor cuando golpeó nuestra puerta para despertarnos. Y dijo que no pararíamos de nuevo hasta llegar a Edimburgo, excepto para cambiar los caballos. Viajaremos hasta altas horas de la madrugada, supongo. —
Naturalmente, Alex tenía curiosidad, y probablemente estaba preocupado por la repentina y urgente necesidad de llegar a su destino. Pero de ninguna manera Serena revelaría lo que había ocurrido en su dormitorio esa mañana. Si la noticia de su relación sexual se hiciera pública, Alex y los demás probablemente pondrían una pistola en la cabeza de Seiya.
Alex abrió la puerta del coche y la condujo al interior mientras los caballos se quejaban y soplaban grandes bocanadas de vapor de sus dilatadas fosas nasales. Serena se sentó en un asiento de cuero, muy abotonado, y miró alrededor del acogedor interior, tomando nota de dos gruesas mantas dobladas y puestas sobre el asiento de enfrente, así como de una almohada de seda con rayas verdes y blancas con flecos dorados, que parecía como si acabara de ser arrebatada del salón de alguien.
—¿De dónde salió todo esto? —le preguntó a Alex, que estaba inclinado en la puerta, también mirando alrededor.
—Seiya lo compró al banquero. Dijo que pagó el doble de lo que valía, pero que esas fueron las instrucciones de Kunzite. —
—Ya veo. —
Alex señaló hacia el suelo.
—Hay ladrillos calientes allí para sus pies, milady, y debe haber suficiente comida en esa cesta para durar hasta el anochecer. —
—¿Pero nos detendremos antes de eso, no es cierto? —
—Sí, no se preocupe. Nos detendremos para cambiar de caballos un par de veces. Usted podrá salir. —
Apenas tranquila, Serena inclinó la cabeza atrás y cerró los ojos
—Ya han cargado todos los bolsos en el techo —le dijo Alex, como si sintiera su inquietud y esperaba distraerla con una conversación trivial—. Gawyn, Roderick, y Rodney la seguirán de cerca, y yo montaré a caballo delante para explorar la ruta. —
—¿Dónde está Seiya ahora? —preguntó, necesitando saber si lo vería antes de partir.
Alex miró a ambos lados de la calle.
—Está por aquí en algún sitio, pero no recomiendo demorarlo. Como dije, está de muy mal humor esta mañana. Quiere estas ruedas rodando. ¿Puedo conseguirle algo más antes de cerrar la puerta? —
—No, Alex. Eso será todo. —
Cerró, luego gritó al conductor, quien gritó a los caballos, y casi de inmediato el gran vehículo se movió hacia adelante y comenzó a rodar por la calle hacia un futuro muy incierto.
 
Las horas que siguieron no trajeron a Serena ninguna paz mental, porque no había visto ni hablado con Seiya desde que salió de su dormitorio por la mañana. Él se había vestido de prisa y salido por la puerta, diciendo sólo:
—Vístete. Tenemos que llegar a Edimburgo. —
Ahora, mientras el coche empujaba y chocaba sobre el congelado camino lleno de baches de las Tierras Bajas, a través de solitarias cañadas abiertas, cruzando bosques sombríos con desnudas estructuras de árboles, era difícil no sentir que las circunstancias de su vida eran una catástrofe.
Hubiera querido decirle a Seiya que lo sentía, que nunca había tenido la intención de tentarle para hacer lo que no deseaba hacer. Pero también quería decirle que había amado cada glorioso minuto y deseaba volver a hacerlo. Que fue la experiencia más profunda y hermosa de su vida. Por lo menos de lo que ella recordaba. No había tenido ni un solo atisbo de él, de cualquier forma, no desde que salieron de la aldea.
Se le ocurrió que él podría haber cabalgado antes a Edimburgo para enfrentar Minako a solas.
La idea la hizo sentirse mal del estómago.
Más tarde, Serena comió los bollos y el queso de la cesta, terminó la pequeña cantidad de vino que le habían regalado, y levantó sus pies de los ladrillos. Se movió incómodamente en el asiento, porque necesitaba usar el baño. Rogaba a Dios que llegaran pronto a otra aldea.
Dejó a un lado su almuerzo y se asomó por la ventana, inmune ahora a la monotonía interminable del bosque que pasaban, trató de ver lo que estaba por delante de ellos. Seguía sin haber ninguna señal de Seiya, o de Alex para el caso.
Cada vez más impaciente, se levantó dentro del vehículo oscilante y golpeó con fuerza en el techo.
—¡Deténgase! —
Fue inmediatamente arrojada hacia al asiento de enfrente cuando el coche se detuvo repentinamente.
—Gracias a Dios —gimió, moviendo el pestillo de puerta y cayó del coche sobre el camino, en un torpe montón de faldas y enaguas. Alzó la vista al conductor, quien rápidamente saltó desde su posición elevada en el frente—. ¿Me permite ser de alguna ayuda, milady? —
—No. Sólo requiero un poco de privacidad. —
Se volvió hacia los árboles para examinar sus opciones.
En ese momento, rápidos galopes interrumpieron el silencio del bosque. Seiya apareció en torno a una curva en el camino, galopando a un ritmo acelerado hacia ellos.
Detuvo su caballo y dijo con impaciencia:
—¿Por qué nos detuvimos? —
—La dama tiene que... — El conductor hizo un gesto hacia los bosques con una sacudida discreta de su cabeza.
Seiya la miró desde lo alto sobre el lomo de Goliat. Una brisa invernal levantó su cabello oscuro mientras su enorme caballo pisoteaba inquieto delante del grupo.
—¿Necesitas ayuda? —
—No, ciertamente no —le aseguró—. Sólo estaré un momento. —
Recogió sus faldas y se metió entre los frondosos helechos de hojas verdes a lo largo de la orilla del camino y fue detrás de un arbusto.
Enormemente aliviada por tener esa necesidad particular de atención, dejó caer sus faldas y regresó al coche. Seiya se desmontó y llevó a su caballo junto al tablero del paje en la parte trasera del vehículo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto Serena.
—Voy a acompañarte un poco. —Miró fijamente a sus ojos mientras ataba su caballo a la parte trasera.
No sabiendo qué esperar, Serena volvió a la puerta lateral y permitió que el conductor la subiera.
Segundos más tarde, la ancha figura de Seiya, vestido con su tartán llenó la entrada abierta, bloqueando la luz. Él se apoderó de la manija y se balanceó al interior, su largo cabello volando alrededor al cerrar la puerta detrás de él. Su olor a aire limpio, mezclado con cuero y caballo, impregnó el interior. Él se colocó en el asiento de enfrente.
Se miraron en silencio mientras el coche rebotaba bajo el peso del conductor en el exterior.
Pronto estuvieron en camino nuevamente, menos apresurados ahora.
—Me sorprende que estés sentado aquí conmigo —dijo Serena—. No creí que alguna vez quisieras verme otra vez después lo ocurrido, y mucho menos estar a solas conmigo. —
Él ajustó el cinturón de su espada y la vaina y se tomo su tiempo para responder. Cuando por fin habló, su frente estaba fruncida por la preocupación.
—Tienes razón —dijo—. No quería verte. He estado evitándolo, porque no puedo soportar la idea de lo que te hice esta mañana. Nunca me perdonaré —
—No fuiste sólo tú —insistió ella—. Fue culpa mía también. Me moví de cierta manera, y de pronto estabas justo ahí... Te deslizaste adentro tan fácilmente, y yo te deseaba. Simplemente no me atreví a detenerme. —
Él no la miraba.
—Debería haberlo detenido yo mismo. Desde mucho antes. No sé por qué no pude. —
—Yo tampoco pude, si te ayuda saberlo. Sabía que estaba mal, pero no me pude resistir. No pude dejarte ir. —
Su corazón desbocado la obligó a moverse a través del coche y a sentarse junto a él.
—Lo siento, Seiya. No tenía intención de causar todo esto. —
—¿Estas pidiéndome perdón? —prácticamente gritó—. Tú eres quién tiene la posibilidad de sufrir más. Y además, no lo causaste. —Frunció el ceño casi con saña—. Tu hermana lo hizo, y juro que, con cada aliento en mi cuerpo, voy a hacerle pagar por esto. No hay nada que yo no haga para hacerla dar marcha atrás. La mataré si tengo que hacerlo. —
Serena movió la cabeza.
—No digas esas cosas. Es mi hermana —
Un músculo se tensó en su mandíbula, y habló con un gruñido peligroso.
—Es una bruja, y su maldición sobre mí vino directamente de los fuegos del infierno. No te olvides que mi esposa murió en el parto. Ella lloró y suplicó a Dios no se la llevara de este mundo. Luego le suplicó que el niño sobreviviera... —Hizo una pausa para calmar su voz—. Amé a mi esposa, pero tuve que sepultarla, y a mi hijo también. No dejaré que eso te suceda. —
—Pero no depende de ti controlar cómo, y cuando, la gente muere —argumentó—. No tienes ese poder. Incluso si no hubiera ninguna maldición, no podría haber ninguna garantía que sobreviviera dando a luz a tu hijo. Ninguna mujer puede tener esa seguridad. La vida es un riesgo. Cada día, para todos nosotros. —
Seiya la miró ferozmente.
—Minako tampoco debería tener ese poder... decidir cuando alguien va a morir. —
Desvió su mirada de ella hacia la ventana. El coche rebotó sobre un bache del camino, y la cabeza de Serena bombeaba por las constantes sacudidas y la incesante tensión de la situación.
Volvió sus ojos abrasadores y enrojecidos hacia ella.
—Cásate conmigo —dijo.
Su corazón se estremeció en su pecho.
—¿Perdón? —
—Ya me has oído, muchacha. Hicimos el amor esta mañana. Podrías estar llevando a mi hijo. Sé que no soy lo suficientemente bueno para una dama de alta cuna, como tú, soy un Highlander sin título o propiedad, pero hemos yacido juntos. Debo casarme contigo. —
Hizo una pausa mientras toda la sangre en sus venas lentamente se enfriaba.
—¿Sólo me lo propones debido a la maldición? —dijo—. Crees que moriré, y te sientes responsable, ¿no es así? —
Él habló con peligroso antagonismo.
—No digas eso. No vas a morir. Llegaremos a Edimburgo esta noche. —
—No obstante, es verdad —continúo—. No lo estarías proponiendo de lo contrario, y no aceptaré una oferta así. Te deseo, Seiya, pero ¿cómo podría casarme con un hombre que sólo espera nueve meses de matrimonio? ¿Qué pasa si no estoy embarazada? ¿Y si nos detuvimos a tiempo? ¿Has siquiera considerado eso? —
Dejó caer la cabeza en sus manos y se negó a responder.
—Entiendo tu preocupación —dijo, ahora más calmada—, pero creo que al menos deberíamos esperar a ver si estoy embarazada. Quizás no lo esté. Recuerda, no tomaste todo tu placer dentro de mí. —
Su mirada saltó a la suya.
—¿Placer? ¿Crees que disfruté? ¡Fue una tortura! —
Lo miró con el ceño fruncido y se recostó contra los cojines.
—Que romántico de ti. Y pensaba que tenías una reputación de ser encantador. —
—¿Así que tu respuesta es no? —replicó son vehemencia.
—¡Por supuesto que es no! ¡No tengo recuerdos! Ni siquiera sé quién soy, mucho menos si estoy embarazada debido a tu miserable maldición. Además de todo eso, cómo puede aceptar ser tu esposa cuando estoy a punto de encontrar a una hermana gemela que fue separada de mí al nacer, ¡una hermana que quieres matar! —
—Estás en peligro a causa de ella. —
—Sigue siendo mi hermana, y ciertamente no tenía la intención de maldecirme. Ni siquiera sabe que existo. —
De repente una sombra triste se apoderó de su rostro, y él habló gruñendo.
—A veces cuando te miro —dijo—, la veo, y quiero cerrar mis ojos. —
Serena lo miró con sorpresa abrasadora mientras un terrible nudo de dolor explotaba en su estómago.
—Entonces deberías estar agradecido de que haya rechazado tu oferta de matrimonio, o te hubieras sentido completamente miserable durante los próximos nueve meses. —
Durante un largo momento se miraron el uno al otro; entonces él golpeó el techo. El coche frenó, y no esperó a que se detuviera del todo, abrió la puerta y saltó.

***Hasta los próximos capítulos!!!

Seducida por el Highlander TERMINADAWhere stories live. Discover now