Capítulo 11

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Capítulo 11: Pequeña Traición

La enfermera de turno mostró su asombro con palabras sarcásticas: «Debes ser alguien importante, como de la realeza, para que Spiderman te traiga dos veces a un hospital el mismo».
Pero se volvió más callada cuando Amatista le tocó la frente delicadamente. Ya no preguntó por el tono negro que abarcaban parte de sus yemas y dedos. Amatista se disculpó en varias ocasiones por tener que utilizar magia en ella y le dejó dinero extra.

Spiderman regresó como O'Hara a la velada para terminarla. En las últimas horas de la fiesta hubo música clásica y postres deliciosos tan impresionantes y deliciosos que se lamentaba que la psicóloga no estuviera presente para saborearlos. Dio fin a la fiesta despidiendo a unos invitados distinguidos, llevándolos al coche. En el estacionamiento, O'Hara observó la luna, algo melancólico y culpable por lo que está pasando con la gente neoyorquina y Amatista, y a su vez ansioso por lo sucedido en los baños.

«Maldita sea», se pronuncio avergonzado, con el rostro moreno pintado de rojo. «Pudo ser peor», si en ese momento fuera Ausen la que se encontrara en el lugar de Amatista, habría perdido los hilos, se habría entregado, sin dudarlo.  .

***

A mediados de diciembre, Miguel O'hara seguía sin obtener avistamientos de Ausen desde la última vez que la vio lastimada, casi al borde del colapso. Desde entonces no ha dejado de pensar en su estado, si está bien o mal, y que tanta sangre perdió aquel día y si se hizo de una cita en el hospital para atenderse. Temía que haya quedado incapaz de volver por las noches como Ausen, y así fue; su miedo de cumplió. La mujer de las noches dejó de aparecer por más de tres semanas, alcanzando el mes.

No dejaba de pensar en la antiheroina incluso estando en el trabajo, en plena luz del día. Sus ojos cafeces puestos en Ayden, en realidad estaban en su imaginación con Ausen.

«Un adolescente. Ahora actúo como uno y me descarrilo de mis resposabilidades».

—O'Hara —el hombre llamó —. ¿Qué opinas?

Los hombres de traje alrededor de la mesa voltearon a verlo. O'Hara se acomodó bien la corbata y carraspeo un poco.

—Sí. Ya se puede dar el siguiente paso.

—Perfecto —el director de seguridad pública cerró de un golpe el portafolio —. Hemos culminado aquí, señores.

En la mesa no solo estaba Miguel, también se encontraban directivos de altos mandos acabo de departamentos de policías, seguridad y servicios forenses.
Pasaron al frente para saludar y despedirse de Catalán y Kyteler, luego marcharon hacia sus casas.

El español recogió sus papeles, apagó el proyector y junto a su compañera caminaron a la puerta. Miguel, sentado, pidió que se quedara la pelinegra. Ambos amigos se despidieron.

—¿Qué pasa? —ella ocupo un asiento en la mesa.

—Necesito los borradores de tu investigación documentada —le dijo —. Dame la clave del computador, luego podrás irte.

Amatista recogió la hoja blanco y el bolígrafo que le pasaba O'Hara.

—Entiendo que tenga dudas sobre mi trabajo, ¿pero por qué no decirme antes? Ya se acabó está reunión, si he fallado lo echaría a perder.

—No es eso —contestó, quitándose la corbata, desabrochando los dos primeros botones de su camisa.

—¿Entonces qué es?

No ha de admitir que quiere saber hasta el más minucioso detalle que se ha recopilado de Ausen. Miguel respondió con un: «ve a casa», y luego la abandonó para ir al recién construido sección de humanidades. Ahí, localizó la oficina de Amatista con la ayuda de una foto de su hija colgada en el escritorio. Metió una memoria para pasarse los archivos e indagó entre las carpetas.

ANTIHÉROE ⋮ MIGUEL O'HARAWhere stories live. Discover now