Retorno

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El sentimiento hurga entre los dolores ajenos para encontrar un bartulo decorativo; nuestro protagonista intenta arrebatar los viejos complejos de niño, de la misma forma y sin salir del miserable presente. Por todo esto, el ente anda a cruzarse con los martirios y la entrega acaba cariacontecida delante de su reflejo. Así, los asesinos también tienen momentos de ocio, también sentimientos que no tienen nada que ver con su profesión. Asqueado con la lluvia, el nuestro vuelve andando a su falso refugio después de ver una película. El trabajo de la mañana del día anterior parece un espectáculo que se le ha permitido observar, como a un psicólogo o un sociólogo el comportamiento individual o colectivo respectivamente.

Quizás sea una imprudencia el regresar a pie, sobre todo por la repercusión mediática que al final han tenido sus actos, casi al mismo nivel que los incendios forestales que acosan a la provincia. De cualquier forma, a Miguel le parece peor ir en un coche robado que andar con calma hacia su provisional refugio. Lo más terrible, sin embargo, es quedarse en casa con Luis y Pedro; estos son unos expertos delincuentes que toman demasiado en serio su papel de cuidar al extranjero; lo que, por otra parte, está bien, si no hubiera sido porque lo hacen desde el punto de vista del servilismo agobiante. En realidad, parecen cobardes, aunque sus obligados compañeros tienen unos cuantos muertos a su espalda. Han pasado de luchar por una falsa causa a pelear por la más vil de las motivaciones, esta es la propia, la única a cuyo través todos habrán sido capaces de sobrepasar sus límites. La traición parece un ejercicio metafísico cuando nos trae comodidad y placer, cuando va íntimamente unida al dinero, ese gran emblema.

Miguel José Ezequiel ejerce su filosofía como otros barren el suelo de la cocina. No intenta dar clases a sus compañeros, debido a que eso sería entregarse al mercantilismo, al sucedáneo del prestigio.

Puede estar ahí la explicación por la cual haya decidido participar de la vida social de la ciudad, lo hizo mediante el procedimiento íntimo de ver una película comercial en una de las dos escasas salas de cines que hay en toda la capital. En su lugar de origen, la oferta es incluso peor, solo hay un pequeño cine que además emite los estrenos con un año de retraso, el precio de la entrada lo ponen relativamente alto con el presunto objeto de que solo vaya la gente bien; para más agravante, los protagonistas en su país hablan en el idioma en que se rodó la película, motivo por el cual no frecuenta tales actos y prefiere ver las telenovelas del único canal de televisión estatal.

Cuando vio la primera película norteamericana hablada en español, supo que tenía que ir al cine, debía ser toda una experiencia presenciar todas las historias sin obstáculos de tener que leer unos subtítulos. Hasta ese momento, había admitido el procedimiento de su país, quizás porque no se había imaginado el fenómeno del doblaje, ahora que veía este nuevo arte, ejercía extraños efectos retroactivos contra el poder cultural que les gobernaba. No le gustaba hacer política, todavía menos influir en los gustos de los demás, aun así, lo que hacían los españoles parecía más lógico. No había motivo para tragarse el lenguaje imperialista; aunque Miguel no entendía bien el significado de esa palabra, comprendía bien lo que era confusión y dejarse llevar. Otra cosa que no asimilaba era como muchos países acababan gobernados desde afuera. Incluso así, no ignoraba que, al final, él también constituía uno más en el sistema, un número en las cuentas del gobierno, un voto sin sentido, una simple cifra en las estadísticas de los que mandan.

Si hablamos de desatinos corrientes, pensaba que España, la madre patria que abandonó a sus hijos, no ganaba por muchos puntos a su país en la mayoría de los aspectos. Pese a todo, había que reconocer que, en general, aquí se vivía mejor, aunque su gente tendría menos oportunidades. Aquí los rateros sin valor y demás pelambre jugaban a animar el panorama tedioso de la vida corriente. En cambio, los que se organizaban para hacer un trabajo bien hecho, necesitaban de un gran camino hasta alcanzar el prestigio y el respeto que los suyos tenían en su país; incluso así, a diferencia del sitio de donde venía, muchos lo lograban por la vía fácil, bien es cierto que también algunos de los señalados con tal éxito lo consiguieron mediante el uso de esa vieja falsa arte llamada política.

Muerte y orfandad Where stories live. Discover now