III

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Hace ya varios días que Soledad se tuvo que ir con la Filarmónica; en esta ocasión estarán un par de semanas de gira. Cuando me doy la vuelta en la cama encuentro un hueco en donde debiera encontrar el calor de su cuerpo. Durante la cena me veo empujado a encender la televisión para oír una voz humana, algo que no pasa de ser un engaño y como tal lo tendría que ver; pero, si la casa está en silencio, algo dentro mío parece que se remueve y me sube no diré una basca, sino una desazón que me incita a llorar, así como suena, a llorar por desesperación, porque echo en falta algo que forma parte de mí. Acaso ya tendría que estar habituado a estas constantes ausencias, máxime a estos años de edad, porque, como se suele decir, el tiempo todo lo cura: más viejo, más insensible. Tendría que estar habituado, pero no lo estoy; es más, me temo que en cada uno de sus viajes se me va un poco de mi ser y acabaré, mucho lo recelo, convirtiéndome en un viejo gruñón.

Por cierto, se fue sin que hayamos visitado, como ya había supuesto, a mi madre por el asunto de la fotografía. Si mi padre viviese todavía, tampoco hubiéramos ido, de seguro. Se me ocurren un millón de motivos por los que rechazar una ya imposible invitación suya. ¿Por qué? No negaré que me desatendí de él, al menos hasta que ya fue demasiado tarde. No compartíamos casi nada. Ni él me contaba sus cosas ni yo las mías a él, cada uno iba a lo suyo. Me incluyo entre los que se desligan del pasado de los demás. Renunciamos a la vida de los que nacieron, vivieron y murieron antes de nuestro nacimiento, pue éste es el año, el momento a partir del cual todo empieza, como el «ab urbe condita» de los romanos, el «después de Cristo» de la sociedad occidental. Hasta nos son ajenos nuestros propios antepasados, si no los hemos llegado a conocer: ¿cómo vivió y murió nuestro bisabuelo, uno de ellos, o nuestro tatarabuelo, o aún más atrás? ¿En qué condiciones hubo de sobrevivir? ¿Alguna vez reflexionaría sobre sus descendientes lejanos, sobre sus bisnietos, sus tataranietos...? El colmo es cuando nos restringimos al círculo más próximo. ¿Quién ha meditado siquiera un minuto sobre el tiempo en que nuestros padres vivieron su niñez o juventud? El tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta el nuestro ha sido, sin duda, diferente, pero ¿a nosotros qué nos va en ello? A veces nos reprochamos esa desidia hacia los demás y averiguamos esta o aquella curiosidad, la memorizamos como se memoriza una fecha histórica, la memorizamos sin sentirla nuestra.

¡Qué triste es saber que algún día, quizás ya mismo, alguien haga con nosotros lo que nosotros hacemos con él! A mí me produce un cierto pesimismo el considerar el olvido a que se somete a los muertos, los que ya no están con nosotros acaban por caer en el pozo de la desmemoria; es entonces cuando mueren realmente, cuando se pierden para siempre: los recuerdos es lo postrero que los mantiene actuales y, si éstos desaparecen, aquéllos también. Por ese motivo deberíamos transmitir a los demás los recuerdos de quienes conocimos para que ellos, a su vez, los transmitan a otros hasta que uno, tal vez siglos más tarde, se interese realmente por aquellos recuerdos y vuelva a resucitarlos.

Pues, a lo que iba. Me hubiese gustado ir a casa de mi madre, aunque es más que probable que dicha dama, digo la de la fotografía, ya haya abandonado este mundo, lo cual no es óbice para abandonar el interés por ella. Ni siquiera sé su nombre. La veo ahí, delante del jardinillo y convengo en que, aparte de su relación con este álbum, también ella habrá tenido un pasado, como todos tenemos, y quizás sea yo el elegido para resucitar sus recuerdos. Seguramente estará encerrada en alguna pequeña parcela, solitaria, como lo estoy yo aquí y ahora. A ella no la asfixiará la ansiedad que me esta abrumando a mí, en especial cada vez que se me viene a la cabeza el rostro de Soledad. Nunca hubiera pensado que la podría echar tanto de menos; seguramente por estar tan desocupado, sin otra cosa que hacer que divagar sobre alguien a quien no conozco ni conoceré. Espero con impaciencia que suene el teléfono. Me había prometido llamarme todos los días a la misma hora, pero hoy lleva un retraso de dos horas y empieza a comerme la desazón. Necesito escuchar su voz, ¿qué se le va a hacer?

Quien sí me ha llamado ha sido mi secretaria, Anabel, para preguntarme qué tal me iba en la vacaciones, y decirme que «se te echa en falta» en la oficina, si bien ese «se» es ella y no un ente colectivo. No se me oculta que Anabel se siente atraída por mí, o tal vez sólo pretenda ligarse a su superior, así me lo dejó caer el jefe de personal de la empresa, como una confidencia suya. Desde luego, no voy a negar que la noticia me haya halagado; sin embargo, no estoy dispuesto a iniciar con ella otra relación que la que nos corresponde; no creo que Anabel pueda llenar mi tiempo como lo hace Soledad. Además, casi puedo asegurar que no tardaría en tomarse ciertas libertades como ralentizar la marcha de sus deberes o algo peor; entonces, lloverían miradas y murmuraciones, todo iría saliendo a la luz de las indiscreciones, la noticia no demoraría mucho en extenderse. Después, los viajes, las sonrisitas, el pisito.... Soledad se enteraría, la perdería. No, eso no. Por suerte no soy Julián Iturbe; no me voy a dejar embaucar por las insinuaciones de una secretaria. De todos modo, me ha alegrado la llamada.

ParhelioWhere stories live. Discover now