4. La Psicosis de un Cosmos Vivaz

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En el anterior capítulo se examinó la viabilidad de un universo en el que realidad y percepción, entendiendo esta última como la facultad de comprender, alterar y establecer conexiones efectivas entre los seres vivos y la materia tangible, se encontraran intrínsecamente relacionadas. Como resultado de esta indagación se alcanzaron dos posibles interacciones: la idea de un cosmos donde la realidad fuese producto de la consciencia y otro, análogo, donde la mente fuese inherente a la realidad. Sin embargo, subsiste una última y a menudo ignota alternativa: la noción de un universo donde realidad y consciencia carezcan de cualquier tipo de relación entre sí, es decir, que solo una de las dos exista. Esta suposición nos brinda, a su vez, dos posibles disyuntivas: un cosmos compuesto exclusivamente por la realidad efectiva, o bien uno en el cual todo emane de una única entidad mental, pues ni siquiera existiría el concepto de individualidad.

Bajo un escrutinio objetivo, resulta altamente improbable que cualquiera de ambas opciones sea siquiera concebible, dado que exhiben perspectivas inherentemente opacas y deterministas en relación a la esencia misma de la verdad. Sin embargo, omitirlas sería poco metódico e iría en contra de la visión experimental propia de este libro, por lo que deben ser exploradas minuciosamente. Primeramente, resulta relevante destacar que en el supuesto de que la mente y la realidad sean entidades disociadas sin una conexión aparente, se infiere que ambas opciones son intrínsecas entre sí. En otras palabras, en el universo que se encuentra regido exclusivamente por la realidad efectiva, la consciencia se constituye como un componente inherente de dicha realidad, y viceversa. Con este punto debidamente aclarado, se vuelve imperativo proseguir con el análisis en curso.

La noción de un cosmos fundamentado en la consciencia ha sido exhaustivamente abordada en comparación con las otras opciones mencionadas. En efecto, ya desde hace más de cuatro siglos, Descartes la exploró detalladamente en su célebre obra 'Meditaciones Metafísicas'. Dicha visión, que suponía un atentado contra la cordura, culminaba en la reconocida cita «cogito ergo est» (en español, "pienso, luego existo"), mediante la cual se argumentaba que el simple acto de cuestionar la realidad efectiva confirmaba la existencia del pensador, quien, desafortunadamente, cayó presa de la insania. De este modo, se reafirmaba la autoridad epistémica del autor a la vez que se sugería la posibilidad de que toda entidad, independientemente de su composición ontológica u origen, fuera parte de una ilusión colectiva proyectada por su facultad mental. Si dicho fuese el caso, la individualidad no sería más que el resultado de la alucinación de una mente suprema de la cual todos formaríamos parte, o tal vez cualquier entidad consciente ajena a nuestra percepción podría ser concebida meramente como un producto engendrado por nuestra propia facultad cognitiva. Sin embargo, semejante escenario se tornaría irrealizable, dado que si el universo ostenta verdaderamente una infinitud, entonces su contención en el pensamiento, cuyas dimensiones son finitas, resultaría imposible. De tal forma, constantes como el número áureo desacreditan por completo esta perspectiva cosmológica.

Análogamente, se plantea la perspectiva antitética, en la cual se arguye que toda noción de consciencia es una propiedad intrínseca de la realidad efectiva, es decir, que la mente no subsiste como una entidad externa y aislada, cual espejo reflejante del cosmos, sino que genuinamente constituye una parte inherente e inalienable de la existencia misma, de una naturaleza tan fundamental como los quarks y leptones, y tan abstracta y elusiva como el principio de incertidumbre de Heisenberg. Bajo esta concepción, se desestima el papel de la vida en la escala universal, equiparándolo con los demás elementos existentes que se distinguen de la facultad cognitiva exclusivamente en su incapacidad para interactuar con el entorno.

No obstante, este juicio no está exento de imperfecciones, ya que plantea interrogantes de índole fundamental. Si se postula que la consciencia carece de una necesidad imperativa para el funcionamiento holístico del cosmos, ¿cuál sería la motivación para establecer una dicotomía efectiva entre existencia y no-existencia? Asimismo, considerando que la mente se manifiesta como un producto engendrado y no a modo de entidad autónoma y autosuficiente, ¿cuál es el propósito de la razón de ser? ¿Por qué habría de existir la necesidad de imponer límites discernibles entre la realidad y el vacío, delineando de esta manera los confines en términos espaciales y de magnitud de toda entidad, si no hay observador alguno presente para contemplarlos? Evoca la popular metáfora del árbol que cae en el seno del bosque sin audiencia que perciba su resonancia, si bien en este caso se amplificaría hacia una escala cósmica. En resumen, se vislumbra un modelo que, en última instancia, revela ser esencialmente disfuncional.

Idea de la meditación: Se concluye que debe existir una relación imperativa entre realidad y consciencia, dado que la inexistencia de dicha relación suscita modelos universales de difícil viabilidad, los cuales generan más interrogantes que respuestas. Tanto el cosmos concebido por la mente humana como aquel en el que somos meros componentes de un entramado de propiedades físicas se encuentran desprovistos de atributos que los validen como a funcionales. Respectivamente, el primero ignora la infinitud inherente del universo, mientras que en el segundo se suscitan cuestionamientos en torno a la necesidad de establecer una distinción entre sentido y falta del mismo, ya que la mente, referida metafóricamente como un espejo del universo, no se erige como un elemento imperativo, sino más bien como un producto, una consecuencia más no una causa en sí misma.

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