prólogo

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28/02/2008

Era el primer día de pre-escolar de Lorna. Otra vez podía volver a ver a sus amigos en el jardín y contarles todo sobre las vacaciones que tuvo con sus papás en Mar del Plata. Sus asombrosos castillitos de arena, los enormes lobos marinos y los riquísimos alfajores de la costa argentina eran lo único que cruzaba su mente desde que volvió a capital a principios de mes.

Además, estaba emocionada porque su mamá le contó que iba a tener tres compañeritos nuevos. ¡Más amigos! Lor amaba conocer gente nueva para jugar y tomar la merienda juntos. Capaz si había un hincha de river podían ver los partidos juntos los fines de semana, o si a alguien le gustaban los ositos cariñositos como a ella se podían juntar a verlos después del jardín con un vasito de chocolatada y unas galletitas surtidas, o si de casualidad les gustaba pintar podía mostrarles la enorme colección de dibujitos para colorear que guardaban en el jardín.

Algo que siempre le sorprendía a Lorna cuando llegaba al jardín era la cantidad de chicos que lloraban porque sus papás se iban. En el jardín jugaban y dormían, ¿qué podía ser tan terrible del lugar? Este año no había sido excepción, justo cuando ella estaba llegando a la puerta de la mano de su mamá, vió a un chico llorando y pataleando mientras se aferraba a la pierna de un señor todo tapado con gorra y anteojos. "Que tipo raro" pensó Lor.

Sin darle mucha importancia, entró al jardín y le pidió a la seño Mari si por favor le decía donde estaba su salita este año.

—A ver, Lor. Este año ya estás en salita de cinco, así que te toca en la salita del piso de arriba—acción seguida, la señorita le ofreció la mano para ayudarla a subir las escaleras.

—Dale Fe, tenés que ir al jardín—la seño Mari frenó su paso al escuchar esa voz, lo que hizo que Lorna se de vuelta confundida—. Hola, soy Fernando, papá de Fede. ¿Me podría decir donde está la salita de cinco?

—¡Hola! Soy la seño Mari. Justo estaba llevando a Lorni a la salita de cinco. ¿Querés venir con nosotras Fede?

Sólo entonces el chico despegó la cara de la pierna de su padre, lo que hizo que se encontrara con la pequeña morocha sonriente. Capaz el jardín no era tan malo, ¿sino porqué esa nena sonreía tanto?

Poco a poco Fede abandonó el calor que le proporcionaba la pierna de su padre y se acercó lentamente hacia la señora que le tendía la mano. Su padre lo hizo darse vuelta y darle un beso de despedida.

—Buena suerte, Fe—dijo Fernando al ver como la actitud de su hijo había cambiado.

—¡Chau pa! Te veo después—se despidió el niño.

Federico se agarró fuerte de la baranda y empezó a subir la escalera. El jardín de acá no tendría que ser tan distinto al jardín de Italia, ¿no?

Su angustia volvió a surgir cuando se encontró enfrente a la puerta de la salita. Se aferró fuertemente a la pierna de la señora y se quedó inmóvil. Lorna se dió cuenta del estado de Federico, por lo que se puso enfrente de él con una sonrisa y lo obligó a agarrarle la mano.

No te preocupes, yo voy a ser tu amiga—dijo para tranquilizar al nene—. Si no entras va a ser difícil tener más amigos.

Federico simplemente asintió y largó lentamente la pierna de Mari.

Soy Fede—se presentó antes de entrar, frenando el paso de la pequeña.

pep-talk; FEDERICO REDONDOOnde histórias criam vida. Descubra agora