𝐏𝐞𝐫𝐜𝐲 𝐉𝐚𝐜𝐤𝐬𝐨𝐧

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PERCY JACKSON

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MIRA, YO NO QUERÍA SER MESTIZA.

Si estás leyendo esto es porque crees que podrías estar en la misma situación, mi consejo es éste: olvida lo que sabes. Créete la mentira que tu padre o tu madre te contarán sobre tu nacimiento, e intenta llevar una vida normal.

Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del tiempo sólo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa.

Si eres un niño normal, que está leyendo esto porque cree que es ficción, fantástico. Sigue leyendo. Te envidio por ser capaz de creer que nada de esto sucedió.

Pero si te reconoces en estas páginas —si sientes que algo se remueve en tu interior—, deja de leer al instante. Podrías ser uno de nosotros. Y en cuanto lo sepas, sólo es cuestión de tiempo que también ellos lo presientan, y entonces irán por ti.

No digas que no estás avisado.

Me llamo Anastasia Cervante.

Tengo doce años. Hasta hace unos años vivía en un pueblo cerca de Ohio con mi madre, Irina.

¿Soy una niña con problemas? Sí.

Podríamos llamarlo así.

Podría empezar en cualquier punto de mi corta y triste vida para dar prueba de ello, pero las cosas comenzaron a ir realmente mal hace unos meses. Cuando un chico desconocido apareció en el campamento una noche de tormenta con un cuerno de minotauro entre sus manos.

Era mi día de guardia. Estaba en la casa grande jugando pinacle con Annabeth y Quirón cuando escuchamos unos gritos. Un desconocido chico se adentró a trompicones en el valle, hacia las luces de la granja. Lloraba y llamaba un nombre en balbuceos.

Se derrumbó en el porche y miraba el ventilador de techo que giraba sobre nuestras cabezas, polillas revoloteando alrededor de la luz amarilla del foco. Teníamos rostros severos, mi cabello se ondeaba con el viento y mi mirada se conectó con la suya. Unos ojos verdosos, tan brillantes y suplicantes de ayuda y se cerraron ante nosotros.

No podría olvidar por nada en el mundo el color de sus ojos.

Todos lo miramos, la chica a mi lado dijo: — Es él. Tiene que serlo.

— Cállate, Annabeth —repusé.

— El chico está consciente. Llévalo dentro— ordenó Quirón y noté una pequeña nota de temor en sus ojos.

Fue el inicio de todo.

Annabeth, una hija de Atenea y la chica más desesperante que conozco, y yo jugamos una partida de piedra, papel y tijera para elegir quién cuidaría al desconocido, que babeaba dormido. Lastimosamente, perdí y me tocó cuidar al mocoso unos días.

ANATEMA ⋆ PJOOnde histórias criam vida. Descubra agora