DOS

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Su corazón latía rápido y las manos, de un momento a otro temblorosas y calientes, le sudaban a pesar del fresco alrededor; sus ojos azules estaban muy abiertos, ni siquiera parpadeaba. Estaba en una especie de estado de shock, hasta lívido; muy sorprendido, nervioso y a pesar de su cerebro estar armando un lío sobre todo eso, tenía muchas preguntas que nadie le resolvería porque no había nadie en la calle.

«Mierda», pensó.

Tragó duro antes de mover la tela, y entonces soltó de golpe todo el aire que estaba reteniendo al verle.

Era un cachorro.

Un cachorro de piel lechosa y mechones dorados.

El vástago -de no más de seis meses, seguramente- estaba dormido, totalmente ajeno a que estaba envuelto en dos mantitas dentro de un canasto afuera de la casa de Harry y Louis.

«Mierda», pensó una vez más y su respiración se detuvo de nuevo. Un cachorro en la puerta de su casa...

¡¡¡Un cachorro en la puerta de su casa!!!

—Un... Niño. Y-yo. ¡Mierda! ¿Qué? —Cubrió su rostro con su mano libre, después la deslizó y dejó sólo sobre su boca—. Mierda, mierda... —decía amortiguando su voz en su mano mientras observaba con atención a su alrededor.

No había nadie, realmente sólo estaba él ahí. Tenía sentido que estuviera solo, pues su casa estaba apartada de las demás.
Regresó su vista asustada al cachorrito. Él seguía tan tranquilo, como si en ese justo instante un trueno acompañado de un rayo partiendo el cielo no se hubiera escuchado.

—¿Qué hago con...? —pensó en voz alta, y pronto se apresuró a abrir la puerta, porque pequeñas gotas de lluvia empezaban a mojar toda la calle.

Deslizó la caja de pastelillos hacia adentro, seguido de ello cargó la canasta que contenía al bebé y entonces, luego de echar otro vistazo rápido y no ver a nadie, entró a su domicilio con todo y el bebé. No podría dejarlo afuera con el frío que incrementaba a cada minuto.

Trató de hacer el menor ruido posible para no despertar a Harry, y mucho menos despertar al bebé del canasto, porque si despertaba y lloraba, él no sabría qué hacer.

Pero ¡oh!, el universo decidía que le iba a llover sobre mojado, ¿cierto? Porque cuando dejó la canasta sobre el desayunador, en la cocina, el bebé abrió los ojos. Louis observó atento pero en pánico a esos dos bonitos luceros grises y muy grandes adornados con pestañas largas de color claro.

El alfa estaba a punto de relajarse y soltar todo el aire que tenía en sus pulmones, pero entonces el bebé arrugó su frente e hizo un puchero, y así, sin más nada, comenzó a llorar.

—No, no, por favor no llores, shh. —Louis puso su dedo índice en sus propios labios, como si el bebé fuese a entender sus gestos y palabras.

No, obviamente el bebé no entendía, él sólo lloraba con desespero y en un punto estiró sus manitas en dirección a Louis, mientras que con sus piecitos lanzaba flojas patadas. El alfa estaba confundido mientras el cachorro abría y cerraba sus regordetas manos, hasta que en un momento comprendió que el bebé quería que lo cargara. Sí, eso hacían sus hermanas cuando eran así de pequeñas y ya no querían estar en su cuna, ¿cómo olvidarlo?

Bien, había pasado un tiempo desde que no cargaba bebés, pero seguro sabía hacerlo aún. Así que, rogando porque el niño dejara de llorar, lo tomó entre sus manos. Primero lo elevó hasta la altura de su cara, examinándolo como si el pequeño fuera una cosa rara. Lo era. Tenía la cara sonrojada y los ojos brillantes, además de demasiada baba.

balmy autumn breeze ¡! aboWhere stories live. Discover now