𝐀𝐧𝐚𝐬𝐭𝐚𝐬𝐢𝐚

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ANASTASIA

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TICK TACK. El segundo se convirtió en minuto, estos en horas, el día en mes y así pasaron los años. La bebé creció rodeada de cariño y comprensión. Anhelada por todo aquel que la miraba.

Odiaba dormir, porque no podía recordar con exactitud los extraños sueños que pasaban todas las noches, tan reales pero al despertar se desvanecian como arena entre sus dedos. Despertaba con el corazón desbocado y el cuerpo bañado de sudor frío, con el sentimiento de impotencia y temor. Cada noche era así.

Con ocho años era increíblemente inteligente y perspicaz, era una belleza pero todo aquel que no la conociera diría que era una bestia irrespetuosa. Arrogante, egocéntrica y orgullosa. Puras falacias. Era un ser incomprendido con el sentimiento de no pertenecer a ningún lado, pero con un gran corazón.

Obligada a portar lentes oscuros cada que abandonaba las cuatro paredes de su pequeño hogar, observaba con curiosidad los destellos del mundo. No entendía la razón de la maldad, aunque sabía que era incorrecto, ¿Por qué molestar al prójimo en vez de defenderlo? ¿Cuál es la necesidad de burlarse para engrandecerse? Su madre, Irina, le decía que el amor era el sentimiento más puro y grande de todo ser. El motor de cada corazón. ¿Por qué no podían entender aquello? Lo vivía cada día en su hogar con Omar, la apestosa pareja de su madre, un tipo alto y fornido que solo sabía beber y decir estupideces sin modales o moral. Eructaba y echaba venenosos gases cada que se le daba la gana y majaderías salían de su amarilla boca cada que le gritaba al televisor o su madre, obligandola a hacer comida.

Su madre era el humano más tranquilo y bello que conocía, con su piel morena y ojos marrones, tenía el cabello frondoso y revoltoso y una sonrisa delicada y amable. Nunca la había escuchado gritar o enojarse. Sumisa al comportamiento de Omar pero siempre con la cabeza en alto.

La pequeña creía que su madre podría conquistar el mundo con su ingenio e inteligencia, pero se ataba al peligroso barrio que vivían y al hombre que no la valoraba como ser humano. Trabajaba horas extras para poder conseguir dinero que se convertía en diferentes botellas que terminaban vacías a un costado del sillón, remachaba sus prendas para arreglar las de ellas y conseguía libros que leía para entretenerse dentro de su hogar. No tuvo la oportunidad de terminar sus estudios, desde joven tuvo que trabajar para conseguir medicamentos para su padre, que falleció años antes. Pero a pesar de todas las adversidades, siempre estuvo para la pequeña Anastasia. Su hija. Su milagro que apareció en su puerta, dándole una razón para continuar. Su razón de ser. No le importaba las diferencias físicas entre ambas, ella era y será su hija. Su corazón la amaba más que a ella misma.

Anastasia Cervantes podría no tener juguetes de control remoto, pero tenía su deshilachada muñeca de trapos. Podría no tener su soñada ropa de colores, pero tenía un vestido marrón que le servía. Podría pasar horas sola y aprender a valerse solas para que su madre saliera a trabajar. La soledad la acechaba a diario, sin embargo, había una cosa que la reconectaba con su madre sin importar la distancia: La danza.

Desde el pequeño radio de la cocina y con solo capacidad de buscar tres estaciones, Anastasia buscaba canciones cada día, para poder bailar algunas horas. Cada recuerdo con su madre tiene algún paso baile de por medio: una sacudida de hombros, un meneo de cabeza o una movimientos de brazos. Siempre estaba la danza.

ANATEMA | P.JWhere stories live. Discover now