l

192 16 3
                                    

Klaus Hargreeves llegaba tarde para abordar su vuelo. Lo comprobó nada más ver su reluciente reloj digital de pulsera que enmarcaba las tres menos cuarto en números grandes.

"Diablos"

Solo le quedaban cinco minutos de espera.

Caminó más rápido hasta llegar a la puerta de embarque y exhaló un gran suspiro de alivio.

-Lo logramos- carraspeó al darse cuenta de que había hablado en voz alta. Por suerte nadie en derredor se dio cuenta. Pero si que atrajo varias miradas hacia su excéntrico atuendo.

¿Qué, por ser día soleado no podía usar gabardina negra, gafas y botas altas a juego?

Sería un verdadero milagro que alguien no lo juzgara por como vestía. Pero ya estaba. No iba a ponerse de mal humor solo porque se le había hecho tarde para tomar su vuelo y porque había gente cotilla por ahí.

Finalmente iría a Dallas. Daría su conferencia mensual en el symphony center y regresaría a Nueva York en dos días. Podía incluso tomar un tour por la ciudad para despejarse un poco.

Ya vería, una vez que estuviera en tierra firme.

Su tarjeta de abordaje era de primera clase. Justo iba con el auxiliar de vuelo para que lo verificaran en la terminal cuando lo vio pasar.

Para una persona como Klaus, que no cesaba de hablar nunca, esta vez luchó para que las palabras salieran en un atropellado susurro.

-Número Cinco.

El recuerdo de una calidez conocida empezó a inundarle el pecho como una represa sin dique.

Aquel jovencito que portaba orgulloso su uniforme de copiloto pasó como una ráfaga de viento junto a él, sin siquiera notarlo.

Klaus se quedó embobado en la fila de abordaje, hasta que le llamaron la atención y tuvo que alejarse forzosamente hacia el lector.

Tras subir al avión y tomar asiento, sus pensamientos se volvieron un caos.

¿Cuanto tiempo había pasado desde entonces?

Unos buenos nueve años sin verlo y lucía exactamente igual a como lo recordaba de su adolescencia. Apenas un poco más alto.

Con aquel refinado traje oscuro de tres franjas, su gorra y su corbata, Cinco se veía no solo apuesto, sino soberbio.

Número Cinco. Así solía llamarle el millonario excéntrico que los había adoptado desde que eran unos críos dejados a su suerte en diferentes orfelinatos. Unos pobres diablos con suerte (o con muy mala suerte) que habían quedado a merced de su custodia.

Klaus recordaba a varios niños más. Sus amigos. Sus hermanos.

¿Cómo olvidar a Ben, por ejemplo?

Hasta la fecha llevaba un trauma por su muerte y tenía que tomar medicación para hacer frente a las alucinaciones que lo atosigaban desde hace años.

El avión despegó minutos más tarde. Y Klaus se relajó un poco al mirar las esponjosas nubes a su costado.

Cuando la azafata se presentó para tomar su encargo, no supo qué contestar.

Se lo pensó unos segundos y las palabras brotaron de su boca por si solas.

-¿Cómo puedo hablar con el copiloto?

Una risilla se dejó oír de parte de la fémina. Sin embargo, al advertir que el semblante de Klaus no lucía divertido, se puso seria.

-Eso no es posible, señor- claudicó, mirando hacia la cabina-. Acabamos de despegar. En todo caso, cualquier cosa que necesite puede pedírmela a mi y haré lo posible.

-Claro, gracias.

Klaus resopló, se quitó las gafas de sol y volvió a ver su boleto.

Era una estupidez pero quería, no, sentía, una enorme curiosidad por saber qué había sido de la vida de su brillante y apuesto hermanastro.

Ojalá tuviera la oportunidad de acercarse cuando llegara a su destino.

Y sino, siempre había un plan B.

Como investigar los horarios de Cinco y tratar de coincidir antes del próximo vuelo.

Satisfecho, le sonrió al espejismo de su difunto hermano que se adivinaba en la ventanilla. Después se puso las gafas y trató de tomar una siesta.

Si no te hubiera conocido Where stories live. Discover now