—Ay, Dios —murmuró él.

—Mi madre y él se casaron poco después.

—En fin, tu abuelo debió de alegrarse mucho.

—No demasiado. Porque poco cambió. Pasaron a ir de fiesta juntos, seguían viajando y seguían gastando el dinero a espuertas. —Me alejé de la ventana y me senté en el diván, delante de él—. Estaba furioso y les planteó un ultimátum: si al cabo de un año no tenía un nieto al que acunar en el regazo, no les daría más dinero. También amenazó con cambiar su testamento, con desheredar a mi padre por completo.

—Tu abuelo parece un poco tirano.

—A mí me viene de casta.

Puso los ojos en blanco y me hizo un gesto para que continuase.

—Así que nací yo.

—Evidentemente.

Lo miré a los ojos.

—No fui fruto del amor, Potter. Fui fruto de la avaricia. No me querían. Nunca me quisieron.

—¿Tus padres no te querían?

—No.

—Draco…

Levanté una mano.

—Me pasé toda la infancia, toda mi vida, oyendo que era un estorbo… para los dos. Que solo me habían tenido para asegurarse el flujo de dinero. Me criaron niñeras y tutores, y en cuanto tuve la edad suficiente, me mandaron a un internado.

Empezó a morderse el interior del carrillo, pero no dijo una sola palabra.

—Me enseñaron que en la vida solo puedes contar contigo mismo. Ni siquiera cuando estaba en casa durante las vacaciones era bien recibido. —Me incliné hacia delante y me aferré las rodillas—. Lo intenté. Intenté con todas mis fuerzas que me quisieran. Era obediente. Sacaba notas excelentes. Hice todo lo que pude para que se fijaran en mí. No conseguí nada. Los regalos que hacía para el Día de la Madre o el Día del Padre acabaron todos en la basura. Al igual que mis dibujos. No recuerdo besos de buenas noches ni abrazos, ni que alguno de ellos me leyera un cuento antes de dormir. No hubo compasión cuando me lastimaba las rodillas o tenía un mal día. Mi cumpleaños se celebraba con un sobre lleno de dinero. La Navidad, tres cuartos de lo mismo. —Una lágrima resbaló por la mejilla de Harry, y verla me sorprendió—. Aprendí pronto que el amor no era un sentimiento que me interesase. Me debilitaba. Así que dejé de intentarlo.

—¿No hubo nadie? —susurró.

—Una sola persona. Una cuidadora cuando tenía unos seis años. Se llamaba Nancy, pero yo la llamaba Nana. Era mayor, amable y distinta conmigo. Me leía, hablaba y jugaba conmigo, prestaba atención a mis
tonterías infantiles. Me dijo que me quería. Se enfrentó a mis padres e intentó que me prestasen más atención. Duró más que la mayoría, razón por la cual su recuerdo es más nítido que el de las demás. Pero se marchó. Todos lo hacían. —Solté el aire—. Creo que mis padres creyeron que me estaba malcriando, así que la despidieron. La oí discutir con mi madre acerca de lo aislado que me tenían y de que merecía algo mejor. Desperté un par de días después con la cara de una niñera nueva.

—¿Es la persona a la que te recuerda Penny?

—Sí.

—¿Y desde entonces?

—Nadie.

—¿Tampoco tenías una estrecha relación con tu abuelo? Parecía que él te quería más que nadie.

Negué con la cabeza.

—Quería que continuase el linaje de los Malfoy. Lo veía de tarde en tarde.

Harry frunció el ceño, pero guardó silencio. Me levanté y empecé a pasear de un lado para otro de la habitación, con un nudo enorme en el estómago, mientras me permitía recordar.

Contrato de MatrimonioWhere stories live. Discover now