Capítulo 6

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Harry

—No lo entiendo —murmuré por teléfono mientras intentaba mantener la calma—. No he recibido ninguna notificación acerca de la subida.

—Lo sé, Señor Potter. Recibimos la orden hace dos días, por ese motivo lo llamo para comunicarle el cambio.

Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Cuatrocientos dólares más al mes. Tenía que pagar cuatrocientos dólares más.

—¿Me ha oído, Señor Potter?

—Lo siento… ¿Podría repetírmelo?

—He dicho que las nuevas tarifas se aplicarán desde el día uno.

Miré el calendario. Faltaban dos semanas.

—Pero ¿es legal siquiera?

La mujer al otro lado del teléfono suspiró, compadeciéndose de mí.

—Es una residencia privada, Señor Potter. Una de las mejores de la ciudad, pero se rige por sus propias reglas. Hay otros sitios a los que podría trasladar a su tía, residencias controladas por el gobierno con cuotas fijas.

—No —dije—. No quiero hacerlo. Está muy bien cuidada e integrada.

—Nuestro personal es el mejor. Hay otras habitaciones, semiprivadas, a las que podría trasladarla.

Me froté la cabeza, frustrado. Esas habitaciones no tenían vistas al jardín… ni espacio para los caballetes y los libros de arte de Penny. Se sentiría desdichada y perdida. Tenía que mantenerla en su habitación privada, costara lo que costase.

El señor Malfoy entró en ese momento y me miró fijamente. Titubeé antes de decir nada más, sin saber si se iba a detener, pero siguió andando, entró en su despacho y cerró la puerta despacio con un clic apenas audible. No me saludó, aunque tampoco solía hacerlo, a menos que fuera para gritarme o soltar algún taco, así que supuse que la extraña llamada que me había obligado a hacer lo había dejado satisfecho.

—¿Señor Potter?

—Discúlpeme. Estoy en el trabajo y mi jefe acaba de llegar.

—¿Tiene alguna pregunta más?

Quería decirle a gritos: «¡Sí! ¿Cómo narices se supone que voy a conseguir otros cuatrocientos dólares más?», pero sabía que era inútil. La mujer trabajaba en el departamento de contabilidad, no tomaba las decisiones.

—Ahora mismo no.

—Tiene nuestro número.

—Sí, gracias. —Colgué. Ellos, desde luego, tenían el mío.

Clavé la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas.

Me pagaban bien en Anderson Inc. Yo era uno de las asistentes personales mejor pagados porque trabajaba a las órdenes del señor Malfoy.

Era horroroso trabajar para él… y el desprecio con que me trataba también era más que evidente. Sin embargo, lo hacía porque así conseguía dinero extra, que invertía en su totalidad en el cuidado de Penny Johnson.

Acaricié con la yema del dedo el desgastado contorno del protector de la mesa. Ya vivía en el sitio más barato que había encontrado. Me cortaba el pelo yo mismo, compraba la ropa de segunda mano y mi dieta consistía en fideos chinos y en mucha mantequilla de cacahuete barata y mermelada. No gastaba dinero en nada y aprovechaba cualquier oportunidad para ahorrar.

El café era gratis en la oficina y siempre había muffins y galletas. La empresa me pagaba el móvil y, cuando hacía buen tiempo, iba al trabajo andando para ahorrarme el billete de autobús. Muy de vez en cuando, usaba la cocina que había en la residencia para preparar galletas con los internos y llevaba algunas al trabajo. Era una forma silenciosa de compensar todo lo que me llevaba.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora